No hay nada como volver a los clásicos para recuperar el verdadero aroma cinematográfico. La primera vez que vi esta película (allá por la adolescencia) recuerdo que me dejó conmocionado la elocuencia narrativa (que te deja pegado a la butaca desde el minuto uno hasta el último), coronada con ese puñetazo final inesperado. A día de hoy, “
La Heredera” sigue teniendo la misma tensión, el mismo músculo y la misma pegada que el primer día.
William Wyler es quizás uno de los directores clásicos más menospreciados: que si no tenía estilo, que si era frío, que si era un tirano con los actores… En fin, un suma y sigue de reproches para tratar de arrinconarlo como un profesional competente y poco más. No comparto esas opiniones. Para mí ha sido siempre uno de mis directores favoritos, y no recuerdo ninguna película suya que me haya decepcionado. Todas sus obras van de lo notable para arriba, y no hablo sólo de los grandes títulos, como “
Vacaciones en Roma”, “
Ben Hur”, “
La Loba”, “
Jezabel” o “
Los mejores años de nuestra vida” (que ya de por sí es un quinteto para callar de golpe todas las bocas que han minimizado a Wyler), sino que incluso en películas supuestamente menores como “
La señora Minniver” o “
Carrie”, el nivel es altísimo.
“
La Heredera” es sin duda también una de sus cumbres: la fluidez de la narración, sustentada en una planificación y en unos encuadres milimétricamente pensados, unida a la portentosa dirección de actores, permiten en cada momento saber qué pasa por la mente de los personajes, qué motivaciones les impulsan, y los círculos de relaciones que se establecen entre ellos. Además, la elegancia de la puesta en escena es deslumbrante, realzando decorados, vestuario y objetos, junto a pequeños detalles que sirven para, sutilmente, terminar de perfilar a los personajes (la omnipresente mesa de bordar; el retrato de la madre que Richardson se mete en su bolsillo cuando sabe que va a morir; cómo acaricia Clift la silla cuando al final viene a suplicar el perdón; la relación y la jerarquía de los cuatro personajes a bordo del barco cuando Clift entrega a De Havilland un pequeño regalo…)
Y como siempre ocurría en las películas de Wyler, los actores están para enmarcar. Sería un tirano con ellos, obligándoles a repetir mil veces cada toma, pero el nivel que conseguía era siempre formidable. Que Richardson, Hopkins o De Havilland estén soberbios no sorprende a nadie porque eran buenísimos, pero que Montgomery Clift (como buen alumno del Actor’s Studio, un actor pagado de sí mismo y acostumbrado a mirarse el ombligo) consiga la mejor interpretación de toda su carrera, eso sí que tiene muchísimo mérito.