Yo también estuve en Budapest viendo un Siegfried de cantantes desconocidos (Molnár András como Siegfried y Rálik Szilvia de Brunilda), una Valquiria de cantantes desconocidos (Bándi János cantaba Siegmund; Temesi Mária, Sieglinde; Szvétek László, Wotan y Németh Judit, Brunilda) y un Così de cantantes desconocidos (Herczenik Anna, Fiordiligi y Schöck Atala, Dorabella). Fíjate tú. Los montajes eran de partirse. Vestuario, decorados, maquillaje, como de un aprendiz sin gracia de Schenk. Mucho humo. Los tengo muy olvidados. En el Così tiraban de una escalera semicircular rococoide, que yo diría que la usan también para La viuda alegre. En La Valquiria recuerdo una especie de red adornada con hojarasca de plástico que les daba mucho juego. Los cantantes, imposibles; la orquesta, buena. En las dos de la Tetralogía miré poco para el escenario: tenía delante a dos parejas amigas de novios mucho más interesantes, especialmente uno de los novios, del que todavía sigo, creo, un poco enamorada. Además de guapísimo y viril, parecía como que trabajaba de bancario en un puesto importante y que llevaba a la novia a la ópera, muy puesta. Se aburrían muchísimo, no me extraña. En el momento en el que Siegfried descubre que Brunilda no es un hombre, claramente se me escandalizó leyendo los sobretítulos y miró para la novia con gesto de disgusto. Ahí comprendí que era mi hombre. Todo muy barato, eso sí, a unos 35 € la platea, más o menos, y el Così más barato aún, de eso va a hacer unos 5 años. El teatro, viejo, rancio, bonito, destacando en la calle principal, y con cómicas esfinges a la entrada. Las taquillas, el bar, la tienda, el guardarropa, las escaleras y las muy misteriosas galerías interiores, hay que verlas, son de otro mundo, merecen la pena. No me recordó al de Zúrich que, por otra parte, es carísimo en sintonía con los cantantes de primera que contratan. El de Zúrich es más coqueto, moderno y reluciente, éste más ampuloso y decrépito, muy decadente y un poco más grande, sin llegar a ser enorme: el de Zúrich es un teatro pequeño, diría yo, más manejable. En el de Budapest hay 1277 localidades, en Zúrich 1100. El teatro de Budapest no conoció ninguna première importante, en cambio en la Opernhaus de Zúrich se estrenaron entre otras la Turandot de Busoni, Lulu, Matías el pintor, Juana de Arco en la hoguera o Moisés y Aaron, no está mal la lista.
Al lado del teatro hay un restaurante llamado Callas que, si no vas disfrazada de Silvana Mangano en Muerte en Venecia, desentonas un poco. Muy divertido. Pero la ciudad, con lo que a mí me gusta el cine húngaro, la encontré el colmo del aburrimiento, no me pasó lo que a Pastoso. Lo más gracioso, una línea de metro que conservan de los tiempos de Maricastaña, que no te la acabas de creer. Y un funicular de chiste y también del XIX, al otro lado del Danubio siguiendo el famoso puente, o sea en Buda, que te lleva no sin peligro a un museo donde no tienen nada pero desde donde ves una buena vista de la ciudad. Los museos no son el fuerte de la ciudad, ni la Galería Nacional ni el Museo de Bellas Artes, aunque en ésta última tocaba una retrospectiva Van Gogh, discreta. También tienen una Sinagoga enorme en la que hay que tener cuidado con los guías, que te ofrecen sin pedírselo servicio personal y gratuito. A mí se me pegó uno que me dio una turra espantosa, interminable, muy pero que muy pormenorizada y comprometida. Yo ponía cara circunspecta, como que atendía con la máxima atención, a ver si encontraba un momento para decirle que tenía prisa, quedando bien. No lo encontré. En cambio, los camareros, por lo general, son tan simpáticos como sus películas, algo es algo, y la comida, rara. Ahí tampoco coincido con Pastoso. Fui en invierno y aquello era la ciudad muerta sin Korngold. De noche, cadáver total, por muchas guías especializadas que consultases. No acabé de encontrarle el punto. También tienen un teatro de operetas y musicales, que no se llama el Túnel del Tiempo no sé por qué. Me fui en el descanso. Era un musical sobre los tremebundos amores del príncipe Rudolph, el hijo del emperador Franz Joseph, con la baronesa Mary Vetsera, en el que no sabías si reir, dormir o llorar. Rudolph era mono, lo reconozco. Y al emperador Franz Joseph te lo tropiezas por todas partes, es lo más.
La Basílica de San Esteban y el Parlamento, bah. Y la estación también parece la del doctor Zhivago.
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