Abdallo escribió:
La canícula oprime el espíritu y nos somete a un rigor que hace del sudor visible otro interior y cruel. Cruel, porque embota los sentidos primordiales y exige un letargo que no es aquél del oso cuando hiberna, sino el de un gran lagarto mutante, un saurio de sangre que nos cuece por dentro. El sol es ahora un enemigo sin corona que combatimos escudados en el progreso, pero en contra de nuestra propia naturaleza. El agua escasea, y la sustituimos, ilusos e inconscientes, por el latrocinio de últimos y depauperados recursos. Si en invierno el fuego lo trasmutamos en un rito sacrificial de combustibles fósiles, en verano mudamos nuestra sed hurtándole aire al aire y convirtiendo la temperatura en artificiosa temeridad, devolviendo a la brisa una bofetada infecta. Nos refugiamos después en las vanidades costeras, en la exhibición de una salubridad aparente, donde los cuerpos representan una juventud que nos elude, una alegría que pretende desmentir lo verosímil e infranqueable del futuro. Un futuro tan negro como la piel de quienes, huyendo de la hambruna, aún sostienen la esperanza, esa esperanza que ya hemos dado por perdida y que es, como la tragedia de toda existencia meramente epidérmica, inefable y final.
No me diga que esa ha sido la arenga de Domingo ante el foso de Bayreuth...