Le toca el turno al Tristan. ¿Volveré a ver un Tristan como éste?
Cuando se habla de qué es lo más importante en la ópera, ¿primero la palabra o la música? Después de ver este Tristan tengo la respuesta. Lo primero en la ópera son los sentimientos. El profundo reflejo de las pasiones humanas. Si se consigue este resultado da igual que porcentaje se aplique en la fórmula de combinación de música, palabra y todas las demás artes que intervienen en el proceso.
Barenboim dirigiendo un Tristan es ya un espectáculo. Ver como se sube al podio de director con sus 64 años a dirigir esta grandiosa obra sin partitura, después de haber estrenado el día anterior Doktor Faust con gran éxito, una obra muy compleja de dirigir, con todo el desgaste que lleva la preparación, es ya de aplauso y envidia por su poderío vital.
Barenboim es un experto wagneriano contrastado. En muchos títulos ofrece versiones muy interesantes, pero sin duda alguna la obra con la que tiene una comunión especial es el Tristan. Ya Angel-Fernando Mayo hablaba de que lo único que verdaderamente había tenido una calidad extraordinaria en los últimos 15 años en Bayreuth había sido el Tristan de Barenboim en el 95, con Meier de Isolda precisamente. Realmente es impresionante la pasión que siente por esta obra y la que trasmite en sus interpretaciones. Dirige directamente desde el corazón, a través de sus impulsos vitales, sin faltarle el rigor a la partitura fruto del absoluto conocimiento de la misma. La obertura fue ya una claro anticipo de lo que iba a ser la función y de la intensidad que iba a presidir en todo momento. Nunca he escuchado una obertura igual. Además el perfeccionamiento que está adquiriendo esta orquesta es de alabar. Recuerdo que Villazón me comentó al terminar la Carmen de marzo de 2005 que para él era la mejor orquesta del mundo. No sé si será una exageración, pero para mi gusto por lo menos se encuentra entre las 6 o 7 primeras. La sonoridad que alcanza Barenboim, sus dinámicas, la explosión de los tuttis orquestales, la fuerza de los metales, la capacidad de apianar a toda la orquesta, su conexión con la escena y sobretodo la expresión. Es una orquesta viva que nos trasmite sentimientos continuamente. En definitiva una versión inolvidable por parte de uno de los grandes artistas de nuestro tiempo.
Como Isolda nos encontramos con la más grande cantante wagneriana de los últimos 25 años y comparable en muchas cuestiones a las más grandes. La fuerza, el poderío de su acentuación y la intensidad dramática son marca de la casa. Su concepción es una Isolda particularmente vengativa y apasionada. Un volcán que sólo se apaga en su última nota. Si su madurez interpretativa y artística está llegando a niveles inalcanzables, su estado vocal no está tan deteriorado como algunos dicen. En concreto mientras escribo esto estoy escuchando mi grabación personal de la función del 3 de diciembre y acaba de resolver el si4 del monólogo del primer acto en el mit-ihr-gab-er-es-PREIIIIIIISSSS de manera excepcional. Más allá de los 2 Does de la partitura la veo con más facilidad para el agudo que en la última vez que la escuché en directo, el Lohengrin de Baden-Baden. Es posible que al interpretar Isolda su voz tenga un ligero movimiento hacia la parte de arriba del pentagrama. Su agudo lo veo más timbrado que en aquella ocasión, acompañado eso sí, de ese vibrato que para mi gusto acentúa su intensidad dramática. He terminado ya de repasar su monólogo y ha sido uno de los momentos cumbres de la velada sin lugar a dudas.
Por si fuera poco además contamos con un más que aceptable Tristan con lo difícil que esto resulta. Cuando me saqué la entrada el Tristan anunciado era Peter Seiffert. Tenía ganas de ver su evolución desde el tenor lírico hacia un tenor que está adquiriendo mayor fuste vocal, aunque al mismo tiempo el vibrato se le está haciendo ya excesivo. Pero hace unos días me enteré de que el Tristan sería Clifton Forbis. Este es uno de los pocos tenores hoy en día que tienen una adecuada vocalidad para afrontar el Tristan. Una voz un poco feota y leñosa, con un centro vigoroso, baritonal, que sube al agudo (por lo menos hasta el la3) con facilidad y potencia. No es la quintaesencia del canto wagneriano, ni nos demuestra totalmente la profundidad sicológica del papel. Pero saca toda su parte con una voz mucho más adecuada que por ejemplo Dean Smith, mucho más lírico, el tenor que lo está interpretando actualmente en Bayreuth.
Tanto Youn como Rey, que está creciendo como artista, cada vez que le veo me gusta más, como Liona Braun( no recuerdo el nombre exacto) que sustituía a Rosemarie Lang como Brangäne y Grochowski como Kurwenal, estuvieron muy bien.
Las producciones de Tristan siempre son un quebradero de cabeza. Al ser una obra muy estática, últimamente se busca una estética muy sugerente a veces perjudicando la dirección escénica. En este caso la escenografía estaba a cargo de un despacho de arquitectos Herzog & de Meuron, que buscaron este lucimiento estético en un escenario reducido a modo de pantalla panorámica a media altura del escenario habitual, con un fondo de escasa profundidad ocupada por una especie de plástico blanco que servía para jugar con las formas que se marcaban sobra el mismo o por los objetos y luces que se transparentaban en función de la iluminación. De esta manera la producción más que mostrar, insinuaba con gran belleza todas las localizaciones del drama. El problema para mi gusto es que el espacio era muy pequeño lo que perjudicaba el movimiento de los cantantes y en el tercer acto con el escenario lleno de cadáveres apenas había espacio para dar un paso. Esta solución un tanto claustrofóbica es posible que al mismo tiempo mejorara la ya en principio buena acústica de este teatro, porque la sonoridad de la orquesta y la potencia de los cantantes me pareció fuera de lo normal. La gracia por llamarlo de alguna manera de la dirección escénica era la de ofrecer un doble de Tristan, que según mi interpretación significaba el lado más noble y puro de Tristan y por el que verdaderamente se enamora Isolda. De hecho, cuando muere Tristan, Isolda se lanza al suelo a abrazar al doble de Tristan. Recurso un tanto discutible desde luego. Pero lo mejor de la escenografía y el tesoro escondido porque no lo ofrecían las fotos de la producción fue sin duda la muerte de Isolda, enmarcada en una de las imágenes más bellas que he visto en una ópera. Con el teatro en completa oscuridad, una potentísima y amplia luz blanca que provenía de detrás de la lona, dejaba en penumbra los extremos, mientras que el centro lo ocupaba ese túnel blanco del cual hablan los que afirman que han regresado a la vida después de comenzar el camino hacia la muerte, y al frente del cual se colocaba, como flotando en una nube, una Isolda desafiante, mirando al público con los brazos extendidos y proyectando su sombra sobre los espectadores. BRAVO. Por esta escena me reconcilié totalmente con la escenografía, mereció la pena.
Aquí os dejo una foto del tercer acto cuando se marca una imagen fantasmagórica detrás de Tristan que podría significar que la muerte comienza a abrazar al enamorado herido letalmente.
Hay que comentar algunas cuestiones en la apoteosis generada en el saludo final a los artistas. Primero que todos los cantantes fueron aclamados, pero cuando salió Meier al escenario todo el teatro se puso en pie como si tuviesen un muelle en el asiento. Impresionante ovación. Segundo, que a Barenboim en sus grandes noches siempre manda al escenario a toda la orquesta, por lo que cuando comienzan los aplausos los músicos van abandonando el foso. En esta ocasión y a pesar de la temperatura que estaban alcanzando las ovaciones yo me imaginaba que eso no iba a ser posible por el tamaño del escenario, además se veía que los músicos seguían en su sitio. Sin embargo, una vez que terminaron de salir todos los cantantes, en medio de un júbilo indescriptible que esperaba la entrada de Barenboim, el foso comenzó a elevarse hasta dejar a director y a sus músicos a la misma altura y pegados a la primera fila del patio de butacas. Ovación atronadora al ver a un Barenboim cansadísimo y tremendamente emocionado, con director y orquesta casi mezclados con el público. Foreros de wagnermania que tuve oportunidad de conocer en este viaje y que se encontraban en las primeras filas aseguraban que varios de los músicos estaban con lágrimas en los ojos, lo que es bastante sorprendente porque por mucho que nos guste una función para ellos no es un hecho que se escape mucho de su rutina habitual. Esto es un buen indicativo de la intensidad y la emoción, que a pesar de todo, todavía hoy en día se puede generar en un teatro si los protagonistas son artistas de este calibre.