Idomeneo, o la explosión del genio
Considerada como la primera obra maestra de Mozart en el género lírico, . Aquí se reproduce un pasaje del clásico estudio de Alfred Einstein sobre el compositor, en el que se esbozan los puntos de contacto entre la ópera de Mozart, la música teatral francesa y las obras de Gluck.
Durante cinco años, Mozart no recibió ninguna comisión para escribir una obra dramática, a pesar de que se mostraba especialmente ansioso por componer una nueva ópera. Desesperado, decidió comenzar por su cuenta la composición de una “ópera alemana”, Zaïde, pensando que una obra de ese estilo contaría con mayores posibilidades de producción. Tras su regreso de París llegó la gran oportunidad: el Elector Carlos Teodoro ordenó para el festival de Munich de 1781 una opera seria con libreto de Gianbatista Varesco: Idomeneo, re di Creta.
El modelo de Varesco era una tragédie lyrique de Antoine Danchet, que había sido puesta en música por Campra en 1712, y su libreto le debe mucho a la versión francesa. En cuanto a la versificación, la obra sigue el estilo de Metastasio, pero no en cuanto a su construcción o su espíritu. Metastasio nunca ofreció a un compositor la oportunidad de escribir una escena tan imponente como la del naufragio de Idomeneo ante la vista desesperada de sus súbditos, nunca comprometió tanto al coro como participante activo de la historia, y sin dudas habría incluido algún “títere” masculino para que Electra no quedara sola al final. ¡Qué genial golpe de efecto metastasiano habría sido, por ejemplo, unir a Electra y a Idomeneo! Esto no quiere decir, sin embargo, que el libreto sea bueno. Pero Mozart, con veinticinco años y la experiencia de Mannheim y París sobre sus hombros, no lo habría utilizado si no lo hubiera considerado apto.
Con Idomeneo se produjo por primera vez una situación que indicaba el completo despertar del instinto dramático de Mozart: un conflicto entre el compositor y el libretista. Al parecer, Varesco era bastante orgulloso y consiguió que se publicara una versión completa de su libreto. Pero Mozart lo alteró con total libertad. La brevedad era su norma y se quejaba de la longitud del original (“¡Es demasiado largo!” escribió en una carta del 24 de noviembre de 1780). Eliminó entonces la segunda parte de muchas de las arias y varias estrofas de los números corales.
Se suele decir que con Idomeneo, Mozart se acercó a la ópera francesa y a Gluck en particular, y ciertamente la importancia del coro, la chacona del final del primer acto, las marchas y la música de ballet son detalles “franceses”, del mismo modo que el efecto de una voz subterránea acompañada de trombones recuerda la voz del oráculo en la Alceste de Gluck. Pero en verdad, Mozart no fue nunca tan original e independiente como en Idomeneo. Esta era su primera oportunidad para desplegar todos sus poderes: por primera vez podía contar con todos los recursos de la ópera. Y sobre todo, contaba con la mejor orquesta del mundo (“Ven de inmediato, y escucha y admira la orquesta”, escribió a su padre). La partitura revela una verdadera explosión de invención musical y dramática. Idomeneo conserva muy poco de las anteriores opere serie o feste teatrali de Mozart. Los personajes de Arbace y Electra son típicos de la antigua forma de la opera seria, pero el aria final de Electra es digna de la Reina de la Noche. La principal característica de la obra es que nada en ella es convencional. La sensación es que Mozart le dio a sus números una cohesión dramática única a través de la orquesta. Para su época, Idomeneo era, por su forma, un drama de una libertad y atrevimiento sin precedentes. Cinco años más tarde, en Viena –cuando Mozart era cinco años mayor y más maduro– no encontró nada que cambiar, en lo que hacía a la esencia y la estructura de la música. Se dice que Mozart valoraba y amaba Idomeneo más que cualquier otra de sus obras. Y no es de extrañar