Una ópera no es sólo música, también es teatro.
Si sólo escuchas la música, si no conoces la parte de teatro, el disfrute se queda a medias.
De hecho, las palabras condicionan (generalmente) la música.
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Cuando empecé a escuchar ópera (tenía entonces catorce años), consideraba muy importante saber la «historia» que se contaba. No me bastaba con escuchar la música.
Mis primeras compras, en aquel entonces, fueron cassettes, que venían en una caja o estuche que contenía el texto de lo cantado, el libreto. Y aquellas ediciones incluían la traducción al español.
La primera ópera que compré fue
Rigoletto, donde, ¡qué casualidad!, en un momento dado oí una canción que todo el mundo conoce aun sin saber nada de ópera:
«La donna è mobile».
Me gustó. Mucho. Pero creo que tuvo mucho que ver el que iba siguiendo la historia de lo que la música iba representando: el duque golfo y mujeriego, el bufón que ocultaba a su hija para que no fuera seducida por el noble, los cortesanos siempre dispuestos a la burla, el rapto de la hija, que acaba en la cama del Duque, la venganza del bufón, que se consuma finalmente en su propia hija, quedando sin castigo el seductor...
Estoy seguro de que no me hubiese gustado tanto sin la historia que se contaba.
Compré después otras óperas que me gustaron igualmente:
Aida, Turandot, Tosca, La traviata, Il trovatore ...
Devolví
La Bohème porque no incluía la traducción del libreto, y compré otra versión, la de Freni, Pavarotti y Karajan, que sí la traía.
Y es que no me parecía que pudiese apreciar la ópera si no podía seguir la trama, el texto palabra a palabra de lo que decían (cantaban) los personajes.
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Y un día compré
Der Freischütz de Weber.
Cantaban en alemán, y el librito sólo incluía traducciones en inglés y en francés.
No había posibilidad de conseguir otra grabación que incluyese la historia en español.
No sabía qué hacer, porque no podía escucharla sin el texto.
En aquel entonces sólo conocía el idioma inglés, y sólo medianamente.
Pero mi decisión era firme: si no podía conseguir la historia, la traduciría yo mismo del inglés.
Armado con un diccionario y con mucha paciencia, aunque con poco arte, después de hacer los deberes del colegio, tarde tras tarde, logré traducir el texto completo.
¡Ya podía escuchar la ópera!
Aquel fue mi primer trabajo de traducción, cuando sólo contaba catorce años de edad.
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Seguí comprando óperas, ya en vinilo.
En los años 80, todavía se podía encontrar la traducción de los libretos en el estuche.
Pero la práctica fue decayendo.
Por lo visto, el mercado español no era tan fuerte como para que mereciera la pena incurrir en el gasto de traducir los textos al idioma. Y ya sólo se incluía el texto original y su traducción en uno o dos adicionales, nunca en español.
Y eso me llevó a aprender idiomas, para lo que tenía facilidad, porque también me encantaba desde edad muy temprana la gramática, la lengua, la literatura.
Aprendí francés e italiano sólo siguiendo el texto en esos idiomas durante la escucha de las óperas.
Otro idioma que era muy frecuente en la ópera era el alemán, así que igualmente quise aprenderlo.
Y no me quedé ahí, porque mi horizonte de la ópera se ampliaba, no me bastaban las óperas y compositores más conocidos.
Había ópera en otros países e idiomas...
Como entretenimiento, empecé a realizar traducciones, porque me permitía compaginar lo que eran mis dos grandes pasiones: la música (la ópera en concreto, en este caso) y la literatura.
Los libretos son obras de teatro por sí solas.
Se pueden leer sólo como tales, sin música.
Cierto es que hay muchos textos de calidad regular.
Al fin y al cabo, se escribían para justificar la música, no como obra de arte por sí sola.
También hay otros, a lo largo de las épocas y hasta la actualidad, que se pueden leer y disfrutar por sí mismos.
Ha habido discusiones a lo largo del tiempo sobre la importancia de la música y las palabras.
«Prima la musica, e poi le parole», decían unos.
Pero otros veían que no se podía escribir una buena música sin un buen texto.
Puccini empleaba más tiempo en lograr disponer del texto que en componer la música.
Y ha habido obras teatrales (de Quinault, de Metastasio, de da Ponte, de d’Annunzio, de Maeterlinck, de Wilde...) que se han tomado tal cual para escribir la música.
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El caso es que con aquellas traducciones que empecé a realizar por afición, mi problema, mi necesidad de disponer del texto cantado para entender la música, quedaba resuelto finalmente.
Y aquí advertí que, lo que era mi problema, también podía ser el problema de muchos otros.
A partir de entonces, comencé a proporcionar traducciones a empresas orientadas hacia la ópera.
Primero, las audiovisuales, que editaban videos de representaciones operísticas.
Después, sellos discográficos.
También para colecciones de ópera.
Finalmente, para teatros de ópera.
En todos estos años, habré traducido más de setecientas óperas.
Muchas de ellas varias veces, con diferentes estilos, para satisfacer mi propio gusto o el de un público en concreto.
Y sigo traduciendo nuevas óperas.
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Ahora que internet nos ofrece otros medios de acceder a la música, a la ópera, ya no se dispone de libritos comerciales de información de acompañamiento ni, por supuesto, de los textos cantados.
Es relativamente fácil acceder a representaciones de óperas, pero no a sus libretos.
Disponer de ellos, requiere búsquedas en bibliotecas digitales, en sitios web, de libretos originales de época y de partituras, y, mediante su cotejo, hay que llegar a establecer el texto final.
Yo lo hago, porque es una pasión: empleo tiempo y paciencia en buscar esos textos porque, todavía hoy, no concibo escuchar una nueva ópera sin disponer del texto.
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La ópera es un espectáculo de música y de teatro.
No se puede prescindir de las palabras si se quiere comprender y apreciar la obra por entero.
Y no sólo hemos de limitarnos a la ópera.
Una simple canción, un lied, una mélodie, se aprecia y comprende mejor siguiendo el texto, el poema que sirve de base para la música.
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Música con canto.
Texto cantado.
Forman un todo.
Quiero el todo.
¿Tú también?
Entonces pincha
aquí.