Después de un mes, termino otra aventura del Anillo wagneriano, esta vez el legendario Anillo de
Patrice Chéreau y
Pierre Boulez, aquel que cambió para siempre la forma de entender a Wagner en su propio templo. En su día una profanación que provocó incluso amenazas de muerte, hoy en día un clásico. A los 15 años vi El Ocaso de los Dioses, y recuerdo que aunque me gustó la experiencia y la entendí mucho, hubo cosas que me parecieron irregulares, alternándose con otras emocionantes e icónicas.
El Ocaso es la más moderna de las cuatro jornadas, en la visión de este montaje, ya que ambienta la obra en los años 30, cuando la Gran Depresión preparaba el camino de los totalitarismos en Europa. Y quizá esta debió de ser la más impactante en su época, porque por primera vez en su historia, los personajes no solo ya no vestían trajes tradicionales, sino que llevaban pantalones, gabardinas, trajes, y demás ropa de calle. El mítico mundo de héroes y dioses daba paso a la realidad cotidiana, nunca mejor dicho, en escena. Y es en estas condiciones cuando más reales se ven las acciones de, por ejemplo, los Gibichungos: Gunther no solo es el personaje manipulable y pusilánime, sino que Chéreau le desprovee de cualquier nobleza que le da su posición: vestido de traje y pajarita, es el típico político pijo que solo tiene su apariencia. Hagen, el bruto, poco refinado y mal vestido hermanastro, manipulador e intrigante, aparece aquí como el mafioso que mueve los hilos en este clan, ahora representado como cualquier ciudad costera occidental en plena época de la Depresión. Gutrune es una bella mujer, ataviada como una actriz del Hollywood clásico, la cara amable del régimen.
La bella roca de las valquirias, aparece en el prólogo totalmente oscura, algo que anuncia la frustración de las esperanzas de la jornada anterior. Sin embargo, el cambio viene con el palacio de los Gibichungos, representado por dos enormes columnas, y el Rin inmenso, que parece más un mar, y al fondo una miniatura, un edificio lejano, en una arquitectura que recuerda a la Italia fascista. El segundo acto es el más bello plásticamente, ya que el Rin se ve tan extenso que parece un mar, mientras que las casas de los súbditos de Gibich se alzan a una orilla. El dúo Alberich-Hagen, en medio de la lúgubre noche, es un momento de gran belleza. Luego se ve, al coro, vestido de ropa de calle, gente de clase obrera, que empuña lanzas para recibir a Gunther, aunque éste también cuenta con un séquito vestido elegantemente de negro. El tercer acto muestra la melancolía de la obra de forma magistral: la presa en funcionamiento en el Oro, aparece aquí apagada, a plena luz del día, y las hijas del Rin visten pobremente. Aunque el principal clímax es la marcha fúnebre: tras la muerte del héroe se baja el telón y mucha gente se agolpa a ver su cuerpo.Luego esta gente mira hacia el público, y la cámara enfoca sus expresiones de tristeza: el pueblo ha perdido, a manos del poder, a su glorioso héroe, que era como ellos. El apoteósico final es emocionante, como no puede ser de otro modo, y cierra el ciclo con un signo cinematográfico: el imponente portón neoclásico del Walhalla aparece ardiendo, mientras el pueblo se agolpa a ver la hecatombe. Pero cuando el fuego se extingue, todos se inclinan. De repente, en plena humareda, dos muchachas se levantan y miran al público, seguidas de todos los demás. En vídeo, esta imagen se mantiene, ya que es un falso directo, durante un largo silencio cuando termina el último compás. Empieza una nueva era, pero ¿hay esperanza? ¿cómo hacer ahora que no hay dioses ni opresores?
Pierre Boulez prosigue con su dirección electrizante y rápida, acoplada al drama. Y ciertamente en el segundo acto alcanza su cénit, despuntando la tensión teatral. En los interludios es diferente: el Viaje de Sigfrido por el Rin es impetuoso, enérgico, pero a la Marcha Fúnebre le falta refinamiento, y la orquesta suena tosca, perdida, incluso siendo un momento solemne. Y aunque orquestalmente los tempi tan dinámicos del maestro francés se adaptan bien a la tensión dramática, en la conclusión orquestal final, la rapidez le quita un poco de apoteósico, pero no deja de emocionar. Los metales son excelentes en el breve preludio del prólogo y en el monólogo de Hagen del primer acto. El Coro del Festival está a su excelente nivel. Un dato curioso, aunque no muy relevante: se empieza a ver a coristas asiáticos cuando dos décadas atrás el coro era genuinamente alemán. Algún superviviente de la era de Winifred debió sentir una razón más para el ultraje.
El reparto sigue su nivel notable pero no sobresaliente.
Manfred Jung parece estar más cómodo en esta jornada que en la anterior, tanto a nivel vocal como actoral, aunque la voz no sea precisamente la de un héroe. Aun así su carisma escénico compensa un poco el desastre musical, ya que uno se cree su encarnación del socarrón y campechano Sigfrido.
Gwyneth Jones tiene aquí una tarea titánica. Es aquí donde los agudos le han fallan más, y de hecho no pocos se le quiebran. Pero el volumen de su voz, y sobre todo su arrojo escénico le permiten dar una interpretación convincente de Brunilda, y musicalmente también resulta creíble. En el segundo acto se siente la furia de una mujer despechada, y también manipulada por Hagen, en una interpretación electrizante, y en la Inmolación final, pese a sus limitaciones, su versión resulta augusta, imponente.
Fritz Hübner es un Hagen que tiene un buen grave, pero aunque como intérprete es intachable, a su voz le falta más grave para el personaje. Aquí Salminen lo habría bordado como 15 años despúes lo hizo en el Met. Al menos a nivel actoral su Hagen resulta tan temible como repulsivo.
Franz Mazura, con su voz villanesca y nasal, podría no ser en principio ideal para Gunther. Pero precisamente esto le hace encajar en la repulsiva lectura que a su personaje le da este montaje, y resulta un éxito.
Jeannine Altmeyer, Sieglinde en Valquiria, es aquí una Gutrune bellamente cantada, aunque no tiene aquí el mismo arrojo que en la otra jornada y de hecho pasa desapercibida.
Gwendolyn Killebrew canta bien su Waltraute, sin ser tampoco un hito. Aunque como actriz también resulta convincente, especialmente cuando no solo no responde al abrazo de Brunilda sino que además la mira con desdén, culpándola de su desgracia. Las Nornas están encabezadas por una estupenda
Ortrun Wenkel, aquí mejor que como Erda.
Gabriele Schnaut es la segunda norna, con su voz descontrolada, pero aún sin sonar tan mal.
Katie Clarke es una Tercera Norna ligera. Las hijas del Rin están igualmente bien como en el Oro.
Uno no entiende el desdén de muchos reaccionarios con el montaje, habida cuenta de que muchas cosas del libreto de Wagner hoy se reconocen. Y uno puede ver el Anillo del año pasado en Bayreuth para entenderlo: no se ven ni el bosque, ni dragones, ni oros, ni valquirias, ni escudos, ni cascos. Por no haber no hay ni emoción.
Cada vez que uno termina de ver el Anillo siente que no sabe qué hacer ahora, una nube de la que hay que bajarse, pero quiere uno quedarse un poco más. En este caso, estamos ante uno de los vídeos de ópera más importantes de todos los tiempos, que recoge una de las producciones no solo más controvertidas sino de las más grandes, y al mismo tiempo fieles a la acción, que supondría la consagración del Regietheater en la escena musical europea. Todo wagneriano se la cruza alguna vez en su vida, y no es para menos, porque Chéreau consigue lo que Wagner quería: que se hablara de la obra y no dejara indiferente a nadie. Por eso, a más de cuarenta años desde su filmación y edición, este Anillo no envejece sino mantiene toda su fuerza dramática, redefiniendo nuestra forma de entender esta obra. Pocas cosas pueden decirse después de haberlo visto, más allá de entender su enorme influencia.
Quiero terminar esta serie de reseñas, con una mención del no menos indispensable documental de esta producción, The Making of the Ring: mientras se ve el Final de esta jornada, el presentador anuncia que el año siguiente, 1983, vería un nuevo Anillo como conmemoración de la muerte de Wagner, diciendo que tanto el director de escena, Peter Hall, como el director musical, Georg Solti, encontrarían su justificación en la música de Wagner...
Y ya sabemos que el montaje tradicional que presentaron fue un absoluto fracaso, pese a que fue anunciado como la restauración de la verdad wagneriana, siendo además inevitablemente comparado con esta producción, ¡qué ironía!
en el CD de PHILIPS una vez más. Coincido con usted en sus afirmaciones, mas creo que debo de hacer unas puntualizaciones:
1) En relación con Manfred Jung pienso que sucede con él todo lo contrario a lo que usted afirma. Aquí se le ve cansado - cosa que no en
- y en la narración de las aventuras suyas que narra en el acto III, se nota en el CD que fuerza la voz y llega al agudo con esfuerzo, hasta el punto de que se la llega a quebrar la voz en la palabra
) En su muerte se recupera y entrega un final digno y moderadamente matizado. La labor de Manfred Jung como Siegfrido hay que entenderla. Sin ánimo de vindicar su labor, su visión del personaje se ajusta cabalmente a las posibilidades que ofrece el libreto: un personaje simplón, ramplón, básico, un poco chulesco y sin grandes introspecciones y siempre fogoso, alegre y vital. Su emisión segura y fluida hace que no sea el desastre vocal que muchos dicen que es. Ya hubiéramos querido en Sevilla que Jung cantara Sigfrido en el Teatro de la Maestranza. YO he escuchado Sigfridos con la voz atragantada en la nuez, sofocada, forzada...un horror.
2) En relación con los agudos quebrados de la Jones, he escuchado con atención su encarnación y no he hallado un agudo quebrado. Sí, cierto es, que hay en el Prólogo agudos de emisión sospechosa y un poco desagradables en las palabras
En la intervención suya en el acto I y en el acto II, vocalmente está fantástica, llegando a ofrecernos una Inmolación "augusta e imponente" por belleza vocal, feminidad y entrega. Cierto que aquí aparecen nuevamente los agudos ingratos en la palabra
...En resumidas cuentas: pequeñas máculas que a penas logran quitar mérito alguno a su caracterización. Una realización fascinante, porque es en esta jornada - la Jornada de Brunildada - donde nos encontramos con la Brunilda más poliédrica y rica en emociones de toda la Tetralogía y en relación con la transmisión de emociones, la Jones era una artista de primera magnitud.
En las demás afirmaciones, estoy plenamente de acuerdo, y efectivamente, la labora de Fritz Hübner como Hägen es muy atendible.
Creo estamos ante uno de los mejores DVD - si no el mejor - de toda la discografía para acercarse al Anillo y ante una muy buena versión moderna en CD del Anillo. Yo la podría en CD delante de las de Levine o la de Haitink con una Marton de dudosa feminidad y ya un poco pasadita de su mejor época (los setenta y mediados de los ochenta) La versión de Baremboim sí que puede - tanto en CD como en DVD - ponerse como una opción frente a Boulez, aunque prefiero a la Jones a la Anne Evans. Admito que por dirección, puede ponerse como primera opción de las grabaciones modernas. Desde luego, preferible para mí es Jerusalem a Jung. Evans puede que no tenga esos agudos ingratos, pero para mí, cantando de modo irreprochable, le falta "miga" a su voz y la personalidad arrolladora de la Brunilda de la soprano galesa en