La temática carcelaria de "Desde la casa de los muertos", de Leos Janacek, me fascina desde que la vi allá por el 2005 en el Real. Tras haber visto las geniales puestas en escena de Chéreau y Warlikowski, tocaba el turno de uno de mis favoritos:
Frank Castorf, en el montaje que hizo en la ópera de Múnich en 2018.
Castorf es conocido por sus espectaculares puestas en escena, en las que se incluye filmación en vivo desde una pantalla, que nos muestra lo que ocurre tras el argumento principal. No es menos cierto que este señor no renuncia a cosas que son marca de la casa: escenarios giratorios, vídeos, cabareteras de revista, y demás elementos provocadores. En esta ocasión la plataforma escénica nos muestra algo que puede ser o una prisión de alta seguridad en Siberia, o un campo de concentración, más bien un gulag. Los carceleros aparecen vestidos con uniformes de cuero que son muy similares a las de las SS. La pantalla muestra el interrogatorio a Gorianchikov y su tortura mientras los otros presos pelean o interactúan. Suciedad, violencia, desnudez, harapos, tatuajes, toda la estética de una cárcel de un país subdesarrollado, en la que además hay un mural con una especie de jinetes del apocalipsis, con nombres en español. Hay una concesión al español, ya que entre los actos segundo y tercero el prisionero borracho recita un pasaje de la Biblia con acento mexicano, antes de ahorcarse en el siguiente acto. Alieya, el joven preso que establece un vínculo con Gorianchikov, aparece como una cabaretera berlinesa, y Šiškov aparece cubierto de pústulas. La escena de la obra de teatro en el acto segundo es una macabra escena entre prisioneros disfrazados de muerte, que abusan de las prostitutas. En un lado de la escenografía, hay jaulas en las que hay conejos que se supone son criados por los prisioneros. Al final de la obra, Gorianchikov se va, y le regalan una sudadera, mientras que un prisionero y dos guardias observan a los conejos. El hecho de que los guardias leen el periódico Izvestia, da a entender que es una cárcel en la Siberia moderna.
La genial orquesta de la
Ópera del estado de Baviera es dirigida por la competente
Simone Young, quien da una versión rápida pero electrizante de la genial obertura, y luego es un acompañamiento de lujo, con sus tempi rápidos, ofreciendo una interpretación más cruda de la obra.
Una obra con un reparto coral hace que destaque el elenco más en conjunto que por separado, además del testimonial Gorianchikov de
Peter Rose, Ales Briscein es un excelente Morozov, así como
Bo Shkovus, con su ligera pero bien manejada voz es un dramático y repulsivo Siskov.
Evgeniya Sotnikova con su preciosa voz es un dulce Alieya, aunque aquí se le convierta en una auténtica mujer. Mención a
Galeano Salas como el prisionero borracho, a
Charles Workman como Skuratov, en la mejor interpretación del elenco, con su voz de spieltenor y su excelente actuación, y a
Christian Rieger, de potente voz, como el alcaide.
Una versión impactante, recomendable pese a sus más y sus menos, pero que no supera a la de Warlikowski o la de Boulez y Chéreau.