Hace 14 años, el canal Mezzo transmitió en directo desde el Teatro Bolshói de Moscú, una representación del Wozzeck de Alban Berg (presentada por el bello y rubicundo Antoine Pecqueur) , en una producción de
Dmitri Tcherniakov, que se estrenó un año antes, en la segunda producción rusa de esta ópera en ochenta años. Eran otros tiempos en Rusia y en el Bolshoi. En ese entonces, Tcherniakov era uno de los directores de escena más famosos del momento, y el teatro moscovita contaba siempre con una producción suya, siempre revolucionando al conservador público. En este entorno, el regista ruso traslada la acción de la miseria moral, económica y psicológica en los bajos fondos de las ciudades alemanas de 1830, a una comunidad, un bloque de vecinos en una moderna ciudad de nuestra época, posiblemente inglesa, a juzgar por las imágenes que se proyectan en los televisores. En cada uno de ellos se ve a familias de clase media. Antes de empezar la función, ya se ve a esa comunidad, a telón abierto, haciendo vida cotidiana mientras los espectadores ocupan sus butacas. Para Tcherniakov, Wozzeck no es un soldado, es un currito más, un burócrata que tiene que prostituirse, o servir de conejillo de indias para llegar a fin de mes. De este modo, la ópera empieza con Wozzeck recibiendo dinero del Capitán, y disfrazándose de soldado raso, mientras que el capitán lo hace de militar de alto rango, que entra con un látigo, y humillando a Wozzeck, como parte de su fantasía sexual. ¿Estaría Tcherniakov denunciando la doble moral de la élite rusa, la misma que hoy en día impone una brutal homofobia de estado? Marie es una ociosa ama de casa, mientras que su hijo es un niño más crecido, que no deja de jugar a la Nintendo Wii (en ese entonces, el último grito en consolas), y en su primera escena, Marie baila sensualmente con Margret, mientras ven a los soldados ingleses en la televisión. Algo que hoy sería censurado por las leyes "anti-propaganda lgtbi" de la Rusia de Putin. El doctor es un histérico médico que experimenta con Wozzeck fuera de horario laboral, e ilegalmente. Wozzeck no puede con esta vida, y como todos los demás vecinos del bloque, se desahoga en el bar de la planta de abajo, que transmite eventos deportivos. Como dicen las críticas, todos los vecinos viven en una apatía que ni sus diversiones les liberan de ella. El Tambormayor viste un traje con brillantes en la espalda, lo que indica que puede ser un proxeneta o un mafioso. De este mundo gris solo Marie, y luego los niños, parecen querer salir aunque sea un momento. Por eso el Tambormayor, el único junto con ella que no muestra apatía, resulta su vía de escape, aunque fallida, ya que el miedo a Wozzeck la devora. De hecho, la escena de su muerte es desagradable. Wozzeck la tiene en paños menores, con los ojos vendados y sometida, finalmente le permite vestirse, antes de matarla, y dejar su cadáver en una silla. La escena de su suicidio en su mayor parte transcurre a oscuras, sin vérsele, solo oyéndosele, hasta que aparece brevemente con Marie muerta. Finalmente, se ven todas las casas, ya que hasta entonces, sólo se iluminaba la zona donde transcurría la acción. Suena el potente interludio final, y los niños, hijos de todas esas familias, se alzan en pie, ajenos a sus padres. En casa de Wozzeck, este habla con el cadáver de Marie mientras el hijo de ambos juega a la consola.
El otro atractivo de esta grabación es la dirección de
Teodor Currentzis, enfant terrible de la dirección orquestal, quien dirige todo el repertorio germánico con su orquesta historicista de Perm. La
Orquesta del Bolshoi era nueva en este repertorio, y ello se nota pese a su empeño. Los tempi lentos de Currentzis permiten, sin embargo, apreciar detalles, breves pasajes, que en otras grandes interpretaciones pasan desapercibidos. Todos los interludios, son dirigidos de forma lenta y espectacular. Así está dirigido el famoso interludio final, en el que la percusión del Bolshoi, sus ásperas cuerdas y el metal, que brilla durante toda la representación, crean una atmósfera de pesadez y siniestralidad, una atmósfera opresiva que casa bien con la ambientación de la puesta en escena. El Coro del Bolshoi supera con creces sus expectativas, pese a la dificultad idiomática, excelente la sección masculina en las escenas del segundo acto.
Georg Nigl interpreta a Wozzeck. El barítono alemán no tiene la voz lo suficientemente grave ni es generosa en volumen, pero su declamación y su interpretación de la histeria del personaje son convincentes. Es una voz ligera, que sin embargo casa con la mediocridad que rodea al protagonista.
Mardi Byers, una desconocida soprano americana que ha cantado en teatros más bien de provincias, interpreta una Marie que es más bien lírica, con una voz demasiado tierna, con bellos pianissimi, que podrá casar con el montaje pero no tiene la suficiente enjundia. El resto del elenco es de la casa, ahí está
Maxim Paster, tenor ruso de carácter que interpreta a un notable, pero un poco estridente capitán.
Pyotr Migunov es un irrelevante doctor,
Roman Muravitsky sí es un notable Tambormayor.
Xenia Vyaznikova es una Margret con una voz bastante rusa: un timbre cálido, carnoso, una excelente mezzosoprano, en este breve rol.
He pensado mucho en Gerard Mortier al ver este vídeo. Dado su vínculo artístico con Tcherniakov, y con el Bolshoi, al que exportó el Mahagonny del Real, he pensado que seguro estuvo en alguna de estas funciones. De hecho, cuando dijo que escenificaría Wozzeck, pensé que sería con esta producción y no con la aburridísima de Marthaler que finalmente vino. Sin duda, creo que es uno de los trabajos más interesantes de Tcherniakov, y una producción recomendable para todos los entusiastas de esta ópera. Hoy en día, ya no se ven producciones suyas en el Bolshoi, ya que posiblemente su visión escénica no case con la cada vez más reaccionaria sociedad rusa que Putin gobierna con mano de hierro.