He decidido malgastar dos horas de mi vida en ver en vídeo la producción de La Traviata que se hizo en la ópera de París en el año 2007 con Jonas Kaufmann ,Christine Schäfer y José Van Dam dirigidos por Sylvain Cambreling y por Christoph Marthaler en lo escénico. Todos ellos bajo la gestión de mi añorado Gérard Mortier en la ópera de la capital gala.
En la foto, ambos protagonistas aparecen en lo que entiendo es una cena de gala tras una función, junto a Carolina de Mónaco.
Llevaba mucho tiempo movido por la curiosidad de ver este polémico montaje con unos intérpretes que al parecer no tienen nada que ver con los personajes que interpretan, y que levantó ampollas en un París muy harto de la presencia de Mortier y sus artistas. Y quisiera aludir con toda la educación y respeto del mundo; unos comentarios que hizo al respecto uno de los más grandes foreros de esta casa al respecto, hace ya unos años:
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Dicho esto, es cierto que algunos directores parecen despreciar la música y a veces parece que les molesta. Un caso paradigmático es la Traviata de Marthaler. Pero son los menos.
¡Cómo tiene que ser este montaje para que sea del desagrado de este grande y conocedor forero! Entonces la descubrí recientemente en youtube y me puse a verlo.
Marthaler tiene un conocido fetiche por los montajes intemporales en recintos amplios y amueblados con estética de la RDA en los años 70, y ésta estética se aplica al vestuario de sus personajes. Lo cierto es que este montaje es un ejemplo de como bien dijo el forero un ejemplo de cómo la incoherencia hace bastante molesta la visión de una función. Y ya me conocen: soy tradicional de corazón pero muy abierto a propuestas nuevas y divertidas. Pero es que aquí hay poco espacio para la diversión sino para la risa más grotesca.
Violetta es una especie de Edith Piaf de cuarta venida a menos y a la que se ve clarísimamente enferma pero es una buena persona y conmueve. Alfredo por otro lado es un niñato pijo que se comporta como un golfo hasta que al ver a Violetta parece demostrar falta de experiencia hasta sexual y además es caprichoso, impulsivo y carente de tacto. Y Germont padre es un personaje bien construido pero demasiado totémico y que aparece estar por encima del bien y del mal.
La plataforma escénica es un salón de esa estética con una pantalla cinematográfica de fondo que luego en las escenas que representan las casas de los protagonistas se levanta y hace de escenario dentro de escenario.
En el primer acto vemos un vestíbulo de hotel o guardarropa de un salón de eventos donde tiene lugar una fiesta de lujo rancio en la que Violetta parece el personaje peor vestido de todos. Alfredo por su parte hace su aparición como si fuera un chuleta al que se le caen los pantalones al ver a su amada. El brindis es una danza curiosa en la que mientras los protagonistas se miran ajenos al mundo (y Alfredo con unas ganas de trajinarse a Violetta pero sin saber expresarlo). Y no me extraña porque el coro se mueve espasmódicamente sujetando unos números cual vez para la carnicería. Luego en el primer dúo ambos cantan el dúo sentados juntos pero mirando al suelo o al techo como si estuvieran en el campo lleno de estrellas y al lago en lugar de en el teatro.
En el acto segundo la casa donde los amantes viven aparece en forma de un piso cutre en el que Alfredo parece arreglar un coche de juguete en compañía de un amigo musculoso al que le cuenta su gran aria como una charla entre dos coleguillas. Pero lo que más me sorprende es que una cabaletta tan difícil como O mio rimorso la tenga que cantar yendo de un sitio para otro, recogiendo una revista y hasta soportando las miradas reprendedoras de Annina que aquí es una venerable abuelita matronil y de malas pulgas. Luego el dúo de Violetta y Germont ya es un pequeño logro porque transcurre en la mitad del escenario mientras ella permanece tumbada y enferma ante la presencia del odiado suegro. En la escena de la fiesta volvemos a la sala del acto primero donde el final gana tensión escénica: Tras tirarle un fajo de billetes y la repulsa del coro Alfredo tira a Violetta al suelo y la magrea con mucha rabia hasta que tiene que venir el padre a arreglar las cosas.
Hay que decir que un logro de la producción es la iluminación que deja todo a oscuras y se centra en la protagonista cuando ésta canta para sí sus reflexiones y angustias: Ah forse lui , o sus momentos de preocupación por Alfredo donde además toda la acción se paraliza literalmente y se oscurece todo para enfocarla a ella, en plan película.
El acto final es un triunfo dentro de lo que la incoherencia permite. La casa de Violetta tiene lugar en el escenario superior mientras el suelo está repleto de ramos de flores o peluches. Lo mejor es el Addio del Passato porque Violetta en estado demacrado y pálido se levanta de la cama y la acaricia rememorando los días felices mientras lleva puesto un visón como recuerdo de sus momentos voraces de cortesana. Y aquí la dirección de actores saca de una cantante-actriz experimentada como Schäfer una interpretación memorable. Pero a la llegada de Alfredo vemos ya de nuevo movimientos incoherentes: en el Parigi o cara la primera mitad es tiernísima y conmovedora pero en la segunda mitad Alfredo está tumbado en la cama mientras la enferma Violetta permanece de pie y ambos uniendo cabeza con cabeza (qué incómodo debió de serle a Kaufmann eso cantar con la cabeza en el borde de la cama) y Violetta se va alejando en dirección al proscenio como una diva recibiendo su último aplauso. La mayor parte del acto ya permanece separada del resto de personajes mientras éstos se duelen arriba. Finalmente muere con la espalda en la pared, deslizándose hacia el suelo lenta y trágicamente.
Pero Mortier sabía lo que hacía, y sabía que sobre la indignación levantada alguna calidad era ligeramente rescatable.
El equipo musical podría disgustar por su poca relación a Verdi pero cumple dignamente ... si tuviéramos que llevar este montaje a un teatro de segunda categoría o en teatros de gusto alternativo. No en uno de los más grandes del mundo donde queda como bodrio de lujo. Y la princesa de Mónaco seguro que lo podrá aseverar.
Sylvain Cambreling dirige con la típica lentitud que le caracteriza pero ésta es conveniente en los preludios y de todos modos no aburre durante la función. No es verdiana de rigor pero la prefiero a la que hizo Palumbo hace dos años en el Real.
Christine Schäfer no es la voz para Violetta y de hecho en los agudos y la coloratura están lejos de su alcance en este papel. Pero el centro es digno para mi gusto y en vídeo esto se disfruta más debido a sus excelentes dotes de actriz. Decente en el acto segundo y conmovedora en el tercer acto. El Addio del passato es el mejor momento de ella y de toda la función.
José van Dam ya está muy mayor en este momento y hay momentos en los que se nota que ya no puede con el rol. En líneas generales no es un canto pésimo, pero en el Di Provenza, en el final del acto segundo o en el final de la obra hay momentos en que parece emitir las notas altas como si fueran disparos de petardos, sin darles ningún sentimiento ni entonación dramática. Entonces no hay nada que hacer por mucho que quede un material decente que pertenece a un cantante que tuvo una de las voces de barítono más bellas de los años 80.
Jonas Kaufmann, el tenor de moda, ese tenor que agota teatros y seduce a espectadores con su físico agraciado; tiene 39 años en esta función. No obstante, aparenta tener muchos menos y da el pego como niñato pijo e insoportable pero guapísimo que pide el montaje. Ahora bien, ¡que no llore! porque en sus escenas de sufrimiento su rostro lloroso es el de un maniquí al que poco le favorece y es difícil de mirar. Ahora en el lado musical está totalmente desubicado.
La voz es demasiado heróica para un personaje que debe rezumar juventud e inexperiencia. Pero es que aún cuando el centro puede tener algún resquicio breve y aceptable inmediatamente aparece su voz grave y demasiado gutural para Alfredito. Y no puede sonar como si se estuviese cantando Sigfrido. A veces sentía que estaba cantando Gunther Treptow o incluso Gustav Neidlinger este papel. Otra cosa es el final del O mio Rimorso donde cosigue redimirse un poco o algo que siempre me ha gustado de él: su bellísimo canto en piano que resalta un momento tan tierno como Parigi o cara. Pero son pocos los momentos buenos en un Alfredo díficil de oír. En 2007, el tenor alemán no era tan conocido y no ha tenido tiempo de refinar su instrumento dentro de lo deseable para llegar al estátus actual y eso que muchos son los que no le toleran en ópera italiana y menos en Verdi. Y me olvidaba de su dicción tampoco muy italiana que digamos: "AmoRRe misteRRioso, misteRRioso alteRRo...."
Los comprimarios no están mal aunque también adolecen de una dicción poco italiana.
La he disfrutado como quien disfruta de un espectáculo grotesco pese a que los cuatro principales del equipo musical cuentan en otras lides con mi admiración. A ver si me pongo la versión de Zeffirelli de Plácido y Stratas para desintoxicarme.