Beverly Sills – The Great Recordings (DG, 2004)
No ha sido la Sills una de las cantantes que más he frecuentado y siempre he tenido con ella sensaciones encontradas. Hace algunos años, el encuentro se convirtió más bien en encontronazo con un recopilatorio de EMI que, como supe más adelante, correspondía a grabaciones de la segunda mitad de los setenta. Desde que aterricé en este foro me he vuelto más precavido y ahora reincido con esta selección que arranca en 1959 y termina en el 75. La diferencia salta al oído. Parece claro que a esta señora la trilogía Tudor –con independencia de lo que se opine de los resultados- le pasó factura.
¿Qué nos encontramos en estos
Great Recordings? Pues a una lírico-ligera que, al menos, procura llevarse a su terreno los papeles que le quedan más al límite y lo hace con bastante arte. Uno se queda con los cortes que le encajan mejor, como
Son vergine vezzosa o el
Quante volte de Capuleti, porque el control de la columna de aire y la maestría en la coloratura de la neoyorkina son indiscutibles y las páginas de Bellini le permiten lucirlas en todo su esplendor. También me parece la Sills una espléndida Manon (por cierto, aquí con algún pasaje que no conocía) y una notable mozartiana. De Verdi tenemos prólogo de
Attila y acto primero de
Traviata, así que seguimos jugando “en casa”. En cambio, no resulta tan grato
Contro un cor che accende amore, que debería irle también como un guante, aunque un Rossini dirigido por Levine sea más bien un guante de boxeo.
Dejo para el final las interpretaciones que menos me han convencido. El final del tercer acto de
Roberto Devereux es una verdadera exhibición, sí, y cerraría el disco a lo grande, pero los que somos imperdonablemente insensibles a las emociones de la trilogía Tudor necesitamos más temperatura dramática para engancharnos a la escena.
Amor, de Richard Strauss muestra los peligros de poner a un músico tan tentado por el manierismo en manos de una cantante que podía llegar a ensimismarse en el adorno. Y, finalmente, tampoco veo a la Sills en
Mira O Norma, en parte porque la compañía de Shirley Verrett la deja en evidencia y en parte porque la batuta de Levine más bien parece una maza.
Sobre el resto, advertir que las reproducciones suenan aceptablemente, que Gedda acompaña inmejorablemente a la soprano en buena parte de los números y que los compañeros de viaje de Levine en el podio tampoco son dioses de la dirección: Aldo Ceccatto sirve tanto para un roto como para un descosido (Mozart, Verdi, Strauss), el bueno de Julius Rudel pone oficio y complicidad con los cantantes y seguramente el toque de calidad corre a cargo de sir Charles Mackerras.