En mi opinión Luciano Pavarotti es, junto a Carlo Bergonzi, el Pinkerton ideal. Lo que en este es fraseo, elegancia y porte de almirantazgo en Pavarotti es espontaneidad, juventud, frescura y aparente bonhomía. Son dos Pinkerton casi "salvables", uno por la elegancia y otro por su jovialidad.

Uno oye esto y solo puede pensar que a Umberto Giordano se le agotó la inspiración mucho antes. Estrenada en 1929 para lucimiento de Toti dal Monte, cuando esta se retiró tambien se "retiró" la ópera. Por si esto fuera poco, además el nivel de algunos cantantes de este DVD, lo del "tenor" Fabio Andreotti sobre todo, es de preocupar.

Madama Butterfly fue la ópera con la que me inicié, en aquel momento cualquier versión que encontraba me la compraba. Mi distracción era comparar las distintas versiones, y al final descubrí la que más me gustaba de todas. Era una en la que cantaba como dice el amigo MarttiT uno de los mejores (para mi también) Pinkerton : Carlo Bergonzi. En ese momento esa versión no venia destacada en ningún libro ni publicación, posteriormente sí.

Este es el Dvd al que me refiero:

Butterfly : Renata Scotto
Pinkerton : Carlo Bergonzi
Suzuki : Anna Di Stasio
Sharpless : Rolando Panerai
Goro : Piero de Palma

Orquesta y Coro de la Opera de Roma
Director : Sir John Barbirolli

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Era tan pobre que solo tenia dinero
La vida está llena de pequeñas cosas que son las que te hacen feliz

Escaso interés el que me despierta esta obra. No es que el resto de la obra operística de Michael Nyman me emocione pero esta en concreto...

un exforero con el que he debatido en ocasiones sobre el Pinkerton de Bergonzi me replicaba siempre que el Catedrático no podía encarnar al personaje ideal: es imposible que alguien que canta TAN bien posea la falta de escrúpulos que tiene el marino norteamericano.

El primer correo que tuve contenía el nombre de Pinkerton. No tardé en quitarlo, Pinkerton me parece un personaje bastante despreciable.

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Era tan pobre que solo tenia dinero
La vida está llena de pequeñas cosas que son las que te hacen feliz

El problema de hacer juicios morales respecto a personajes de ópera es que resulta bastante difícil no terminar desnaturalizando su esencia y valía artísticas. Desde ese punto de vista, está claro que Pinkerton pudiera parecer despreciable, pero no más que el bohemio Rodolfo o el príncipe Calaf, por poner dos protagonistas y tenores más de Puccini. Rodolfo se quita de encima en pleno invierno a la desgraciada Mimí porque le da "paura" escucharla toser sin decanso; y Calaf pasa olímpicamente de Liù dejándola morir porque, después de todo y aunque lo ame profundamente, no es nada más que una esclava.

Ayer estuve picoteando algunas versiones antiguas de óperas de Mozart: el “Don Giovanni” de Stabile, en el cual actúa como Doña Elvira Gertrude Grob Prandl, famosa en su día porque, según dicen, tenía una de las voces más grandes que se han escuchado en un teatro. La verdad es que, en disco, no se nota mucho esta cualidad. También las “Bodas” de Schwarzkopf, Kunz, Jurinac, London, Karajan, que se grabaron ¡sin recitativos!. Y la “Flauta” también con Karajan, en la que destaca el Tamino de Dermota.

Y hoy, “La doncella de Orleáns”, grabada del podcast de Radio Clásica. Versión de concierto que tuvo lugar en Ginebra en abril de este año. Muchas veces he expresado en el Foro mi debilidad por esta obra, en la que Tchaikovsky se aleja de la temática rusa para adentrarse en la “Grand Opera”. Dadas sus características, necesita un montaje costoso (y un regista que no haga estupideces), lo cual parece un obstáculo insalvable. El reparto reunido es totalmente eslavo, si atendemos a los nombres de los intérpretes, de excelente nivel en general. Destaca, en el papel protagonista, la mezzo (bastante asopranada) Ksenia Dudnikova, que tiene una voz muy bonita y da una ajustada versión (aunque lejos de la memorable de Arkhipova, un auténtico monumento discográfico), con algún apurillo en los agudos. Dirige, con energía y “fuego”, Jurowski.

Uno de los iconos de la modernidad operística. ¿Podremos verla algún día en algún teatro cercano?

Hoy “El rapto en el serrallo”. Grabación de Mezzo. Función de Glyndebourne (2015). Producción que se deja ver. Dirige Ticciati, muy bien. Cantan unos cuantos, absolutamente desconocidos para mí, pero buenos, con esa sensación de “trabajo en equipo” que tanto gusta a algunos. De la obra ¿qué voy a decir?. La conozco hace mucho tiempo, y siempre me pareció un coñacete. Algunos buenos momentos (“Martern aller Arten”, “Vivat Baccus”, el final) no salvan las interminables escenas de diálogo en alemán. ¿Qué pensarían los tedescos si les largaran una zarzuela “a pelo”?. Pues eso.

El LOHENGRIN de Knappertsbusch de ORFEO.

Quizás la obra más radical de mi discoteca. El lenguaje de Stangl es extremo y he de respetar que el compositor hable de ópera. Es un work-inprogress donde cada parte (a modo de acto) está realizada en una ciudad y un momento distintos. Este disco recoge las partes III, IV y V. Hasta donde se, la obra sigue en construcción.

Así es.

La Casta Diva no es la Casta Diva por casualidad.

La que fue tenida por Lord Harewood como la pieza máxima de la literatura musical para soprano, que aúna técnica y expresión precisamente en la calma lunar del canto, volviendo inexcusable una perfección inmaculada de la línea vocal, define por entero no solo un personaje, sino un compositor y casi una concepción del canto. La escena completa, con un imperial recitativo, el aria histórica, un espinoso tempo di mezzo (qué frase más traidora, y qué elocuente sobre la cantante titular, es dal druídico delubro la mia voce tuonerà) y una complicadísima cabaletta, explica por sí misma qué es el bel canto y qué es la ópera italiana.

Y en 1979, vocalmente Renata Scotto no puede con esa escena. Astuta como pocas, trata de trasformar el aria en una especie de meditación interior, una oración onírica y privada, en lugar de una ceremonia en que Norma encarne la mediación entre lo humano y la divinidad, pero aunque la idea no es mala, termina no funcionando, sobre todo porque una cabaletta de lo más insatisfactoria termina por volatilizar la credibilidad de la escena.

Lo cual resulta trágico, no solo porque Scotto había hecho en vivo Casta Divas estupendas, sino porque a partir de ahí, Renata Scotto (que tras cantarse sus buenas Aminas, Giuliettas y Alaides, no necesita que le expliquen el lenguaje belliniano) crea uno de los personajes más completos de su carrera, que no había presentado perfiles tan definidos desde las asunciones de Maria Callas. Todas las posibles emociones de esta mujer contradictoria, poderosa y frágil, juez y pecadora, necesitada de cariño y secretamente madre, se plasman en la asunción de la soprano de Savona con una claridad desconcertante (el contraste de estados de ánimo en el dúo In mia man alfin tu sei lleva el fraseo al paroxismo), de una modernidad sorprendente incluso en las frase más nimias: la ilusión ya teñida de desconfianza en Ei tornerà pentito, un Sì, Norma que resume todo el dúo que lo sigue, un È tardi desprovisto de todo énfasis, lo cual lo hace mucho más cruel, etc. Diría que no se ha vuelto a oir un Dormono entrambi con esa capacidad hipnótica o una escena final donde la ternura por morir amada se conjuga de forma tan fascinante con la dignidad ante el sacrificio. Una Norma incompleta, de acuerdo, pero ¡qué Norma!

Troyanos lleva al disco oficial un papel que le dio grandes éxitos (Scala 1977, Vancouver 1981) y donde, junto a una prestación vocal francamente reseñable, pese a las puntuales complicaciones del agudo abierto y el grave sordo (los dúos con Scotto son estupendos), emerge una tierna pero intensa feminidad, nada ingenua y siempre un punto enigmática. Cualidad esta última que tiendo a pensar que es parcialmente involuntaria; que surge, más que de una apuesta artística consciente, del resultado de una emisión un punto gutural y una dicción un punto difuminada, creando así, de forma "natural", la impresión de que sus personajes guardan más de lo que expresan. Fuese como fuere, cuando esa expresividad realza la sutileza de algunos roles (Charlotte, Adalgisa) su canto adquiere un atractivo peculiar y completamente persuasivo.

Giacomini es el menos interesante de los cantantes principales, sobrado de medios en la línea de los Polliones gladiadores pero bastante genérico de acento. Sin embargo, en justicia hay que decir que no canta mal ni provoca ningún momento embarazoso.

Confieso que me siento culpable por la falta de afecto que he profesado durante años por Paul Plishka. Lo he tenido por mucho tiempo como un señor, a lo sumo, "adecuado": aparecía a menudo en grabaciones meritorias pero no mis predilectas, y no tenía un instrumento opulento ni una línea impoluta ni una pericia técnica memorable ni una personalidad teatral desbordante. Y sin embargo, con el tiempo he ido apreciando que es un señor que siempre resulta apropiado, que nunca está mal, y sale con muchísimo decoro de las situaciones musicales más comprometidas. Lo que ocurre es que, por muy bien que se quiera estar, tampoco Oroveso es un papel por el que un bajo se hace memorable, y la lentísima visión de Levine de toda la escena de Ah, del Tebro al giogo indegno tampoco le beneficia. Con lo cual, cuando más predispuesto estaba yo a verle "algo más" a Plishka, me he encontrado con la consueta prestación cumplidora y ya.

Levine, que ya había llevado al disco esta ópera (con una protagonista del todo problemática, Beverly Sills), trata de crear la atmósfera más teatral que puede en torno a Scotto, pero solo lo consigue a medias: hay tensión y el discurso nunca decae, pero las escenas (algo pasadas) de brío no se equilibran bien con las (algo pasadas) de solemnidad, aparte de que la melodía belliniana exige un punto más de "aliento" que el maestro americano no siempre sabe proporcionarle.

En suma, una Norma fascinante y obligada para los amantes del fraseo portentoso de Renata Scotto y su concepto del teatro musical, pero sin Casta Diva y que no satisfará a quienes desean esta ópera servida con mayor plenitud instrumental.

Hombre, hace bien, no sea que encima fuera a contagiarle. Ya cogerle la mano fue una temeridad.