El Teatro Lírico de Cagliari es uno de los más imaginativos de Italia a la hora de conformar sus temporadas, rescatando año tras año títulos de lo más recóndito de los repertorios internacionales (también han atendido al catálogo patrio). El año pasado, en coproducción con la ópera de Manaus, desempolvaron este “Schiavo”, de Carlos Gomes, estrenado en Brasil y que nunca se había representado en tierras italianas.
La obra no es gran cosa, la verdad. Da la sensación de que los mejores tiempos de Gomes ya habían pasado (la ópera es de 1889, los estertores finales de su no muy larga carrera), y la partitura denota falta de unidad y de estilo, recogiendo influencias de aquí y de allá, pero sin darles una personalidad propia y definida. La mirada es más bien hacia el pasado, con Verdi y Meyerbeer a la cabeza (el preludio inicial, con solo de oboe incluído, trae a la memoria inmediamente el comienzo de "La Africana", así como la descripción musical de las tribus indigenas recuerda también a la obra póstuma meyerbeeriana). También hay reminiscencias de la escena de los conspiradores del "Guillaume Tell" rossiniano, cuando se reúnen las diferentes tribus para luchar contra el invasor. Claro que de la grandeza telúrica del soberbio cuadro imaginado por Rossini, aquí sólo queda un reflejo pedestre y acartonado. Gomes estructura su trabajo buscando más el lucimiento solista de los cantantes que la coherencia y el desarrollo dramático de la historia; una historia por otra parte bastante insulsa y poco estimulante, concebida sobre todo como proclama en favor de la abolición de la esclavitud, un tema que en aquellas fechas de finales del siglo XIX estaba de candente actualidad en el Brasil. A darle un poco de brío y de entidad a la cosa, no ayuda nada tampoco la dirección de John Neschling, convencional, aburrida y desganada. Sólo consigue aumentar la sensación de incoherencia estilística y de yuxtaposición de números deslavazados.
Aunque el fragmento más popular de la obra sea la romanza del tenor “Quando nascesti tu” (grabada por Caruso en una milagrosa versión, marca de la casa, mezcla de pasión incontenible y el más puro belcanto), el protagonista de la función es en realidad el barítono, que es el esclavo que da título a la ópera, y que tiene a su disposición hasta tres momentos solistas, el último del cuarto acto de muy buena factura. Aquí lo canta Andrea Borghini, una voz muy lírica y que se defiene con cierta pericia. La soprano Svetla Vassileva encarna a la esclava obligada a casarse con el barítono, pero que en realidad ama al señorito, o sea al tenor (nada nuevo bajo el sol). Vassileva siempre ha sido una cantante muy expresiva y valiente, pero la voz ya se resiente de un vibrato muy acusado, aparte de que las exigencias en el registro grave le provocan más de un sofoco. En los momentos más líricos es donde hace valer sus mejores armas. Massimiliano Pisapia, tenor del montón y de escaso interés, salva los muebles en un papel no muy extenso pero de tesitura tirante.
A la aristócrata despechada en su amor por el tenor lo interpreta Elisa Balbo, personaje que sólo aparece en el segundo acto, pero en el que lo canta todo: un dúo (muy en estilo opera-comique), un aria (a la vieja usanza belcantista), un canto a la libertad (el de "La Calesera" es mucho más bonito
) y el concertante final (con "concertato di stupore" incluído). La voz de Balbo no es excesivamente atractiva, más bien destemplada, pero la cantante demuestra su destreza en el canto de agilidad. Y muy interesante la voz del bajo Dongho Kim, que canta la parte del señor de la plantación y padre del tenor.
La puesta en escena es clásica en escenografía y vestuario. Su mayor baza son los juegos de colores lumínicos (juraría que pasa todo “el arco-iris y más allá” por el escenario) para adecuarse a las diferentes circunstancias dramáticas. En cambio, la dirección de actores es bastante tosca, con ademanes y gestos pomposos con regusto a naftalina.
Y aquí la monumental versión de Caruso del momento más conocido de la obra:
https://www.youtube.com/watch?v=zD40d_dVBu0