Carl Maria von Weber – Euryanthe (Berlín, 1974)
Jessye Norman ( Euryanthe ); Nicolai Gedda ( Adolar ); Rita Hunter ( Eglantine ); Tom Krause ( Lysiart ), Sigfried Vogel (Rey).
Orquesta de la Dresden Staatskapelle y Coros de la Radio de Leipzig. Dir.: Marek Janowski.No creo que haya mejores opciones para disfrutar de esta perla de Weber. Y no las hay, sobre todo, porque resulta casi imposible competir con la exhibición de la joven Jessye Norman, que es capaz de transitar desde la delicadeza de la cavatina
Glöcklein im Thale y el desvalimiento de su primer dúo con Eglantine, hasta la desesperación de frases como
Hört niemand denn der Unschuld Flehn?, pasando por las efusiones incandescentes de
Hin nimm die Seele mein. No hace falta tener un oído especialmente sutil para detectar que la futura dramática está ya ahí, pero sorprende la ductilidad del instrumento y su comodidad en un registro tan alejado de los que la llevaron a la cima. No se puede decir lo mismo de Gedda, que está en el polo opuesto de la norteamericana y tiene que ensanchar (¿inflar?) el centro en un papel menos lírico de lo que parece en primera escucha (un "protolohengrin", por así decirlo) y con una voz a la que ya se le notan los años, pero que salva el papel por clase y por musicalidad. En la pareja de malos (otro nexo con
Lohengrin) destaca Tom Krause, que no será el barítono más impecable de la historia, pero que solo con su aria al comienzo del segundo acto ya debería callar a cualquier oyente tiquismiquis. De Rita Hunter no se gran cosa, pero ni su timbre poco lucido ni las tiranteces del canto echan a perder una parte sobrada de instinto dramático. El rey de Sigfried Vogel tampoco desmerece.
La grabación, fácilmente accesible a través del sello Brilliant, tiene las virtudes y defectos del mundillo musical de la DDR. Janowski procura llevar el asunto con flexibilidad y prudencia (excesiva en algún momento) para evitar desajustes con una partitura que tiene sus dificultades; hace falta un gran dominio del contrapunto para salvar sin incidencias todo el final del segundo acto, por ejemplo. Uno se queda, para la parte puramente instrumental, con la batuta de Keilberth (su
Euryanthe de los años cincuenta también es de conocimiento casi obligado), pero hay que reconocer que al germano-polaco es difícil pillarle en un renuncio y que es más atento (en todos los sentidos) con las voces.