Yo no soy tan entusiasta con la Rebeka, aunque comparto que en el panorama actual tiene su interés, aunque nunca viajaría exclusivamente por verla a ella, a no ser un título raro o que no esté en mi lista . En vivo la he visto tres veces:

Micaela y Violetta en Valencia, Donna Elvira en el MET.

Sí, tiene escuela, fila, apiana, pero es Báltica como temperamento. En Traviata no me transmitió nada. Coincido en que puede estar por encima técnicamente de la Yoncheva, pero ésta dispone de un material superior y mayor comunicatividad y carisma. En cuanto a la Donna Elvira no pudo con ella (como tantas). En el papel que más me gustó fue Micaela.

Más o menos opino lo mismo; ya dicha Micaela que también presencié junto a su compatriota Garanca como Carmen y el irregular Marcelo A. como D. José, resultó todo bastante discreto, salvo la entonces buena dirección de Mehta y el compotamiento de Orquesta y coros de Les Arts.
Yoncheva, es una soprano con mucho carisma y nunca aburre. ( esperemos esté ya recuperada de su reciente maternidad y apta para cantar la Imogene dentro de un mes y poco.)

Grabación que proviene de las funciones del Teatro Real, Margarita la tornera (1909) tiene un pase y poquito más. La grabación tiene altibajos en el sonido bastante evidentes y la interpretación, esforzada pero carente de interés general.

De acuerdo con lo de la falta de temperamento, pero aun así me parece una cantante excelente que no ha tenido la carrera que apuntaba hace unos años. Lo del MET me ha dejado un poco descolocado. Creo haberla escuchado en Don Giovanni (retransmisión en cines) y tengo un gran recuerdo de ella, pero juraría que hizo Donna Anna. Supongo que será en temporadas distintas: de aquello hace ya siete u ocho años.

Seguimos reseñando el Anillo de Levine en el Met en DVD. Ahora es el turno de Sigfrido.

Tras una Walkiria más bien decepcionante, este Sigfrido sube el nivel considerablemente; llegando a su cénit en el tercer acto, donde solistas, orquesta y puesta en escena consiguen emocionar.

De nuevo fieles en la mayor medida de lo posible al mito que acuñó el maestro Wagner, Otto Schenk y Günther Schneider-Siemssen crean una puesta en escena con luces y sombras. El primer acto es una espectacular cueva(casi al estilo del Nibelheim para el Oro), con unas vistas al fondo del bosque. La fidelidad al libreto hace que veamos que Sigfrido traiga un oso (un figurante disfrazado), que Mime prepare una poción con huevos y hierbas; y que Sigfrido realmente frague su espada (me pregunto si el tenor tuvo que hacer alguna investigación en alguna fragua real), siendo el final de este acto uno de los momentos más espectaculares. El segundo acto es un bosque tenebroso y denso, aunque se le echa en falta más verde y más frondosidad sobretodo en la escena de los murmullos. La iluminación hace un precioso juego del anochecer al amanecer mientras Sigfrido y Mime entran en escena. Es un mérito para la puesta en escena el recrear un pequeño y frondoso bosque por el que se consigue ver a los protagonistas entrar y salir a lo lejos, en una buena recreación del bosque escandinavo, inspirado ligeramente en la escenografía de Brückner para la producción de Bayreuth de 1896, dirigida por Cosima Wagner. El dragón, es en cambio una auténtica chapuza: en medio de la oscuridad, no tiene forma definida, y desde luego su apariencia no es la de un dragón sino la de una araña. Incluso con la escena plenamente iluminada no se distingue su forma auténtica. El tercer acto, como ya dije antes, es una verdadera belleza. La primera escena es el paso de montañas de noche, cuya iluminación nocturna da paso a un amanecer más bien rojizo, en parte por la proximidad del fuego mágico. El interludio es un cambio de escena donde el humo se adentra en el escenario, iluminando la escena de rojo. La llegada de Sigfrido a la roca es una maravilla: con el cielo aún amaneciendo, en el tono rojizo anaranjado antes mencionado, mientras descubre la roca y a la valquiria durmiente. El despertar de ella tiene lugar ya en el día resplandeciente (un logro del equipo escénico el recrear las partes del día). Finalmente, se ve la pasión de los protagonistas al final, ya convertidos en amantes, cayendo al suelo a consecuencia de ese fuego amoroso mientras cae el telón. El vestuario de Rolf Langenfass parece tener algunas mejoras, como en el negro, roído pero aún así deslumbrante traje de Wotan como el viandante, o el traje de Erda con luces que al iluminarse recrean su aura divina, espiritual. Sigfrido parece más un trabajador altomedieval, aunque Mime esté perfectamente bien logrado, hasta en las verrugas y la calva.

James Levine continúa con su dirección más competente que realmente buena,sin destacar mucho. Por otro lado, de nuevo las cuerdas vuelven a deslumbrar en el preludio del primer acto, con ese sonido tan fuerte de las violas que reflejan la oscuridad de la cueva de Mime. En el tercer acto Levine se inspira y da una gran interpretación de los momentos orquestales, como el preludio y el interludio entre las dos escenas, así como también en el despertar de Brunilda.

En primer lugar debo mencionar al gran Mime de Heinz Zednik. Aunque vocalmente ya está un poco tocado, su histórica interpretación del personaje sigue impresionando: la voz sigue siendo la de ese gran tenor de carácter que interioriza y trabaja el lado servil y bufo del personaje, y con un volumen a veces superior a sus compañeros. Interpretativamente es sublime: me hizo llorar con su desgarrador falso dolor en "Als zullendes kind" y con sus lloriqueos ante el acoso de Sigfrido. Aun sabiendo sus verdaderas intenciones, uno sufre con sus lamentos ante la ingratitud del héroe para con el nibelungo. Simplemente maravilloso.

Siegfried Jerusalem tiene la voz que tiene. Y siendo aun así mejor que todos los que en la actualidad cantan el rol, da la impresión de que tarda en entrar en calor en la función. Durante el primer acto parece que no se está creyendo la producción e incluso parece cantar a media voz. Ese sonido heróico, esa socarronería que tiene que sacarse de la manga ante la falta de una dramaturgia fuerte en el montaje, ese registro medio apreciable que en los años 90 ya empieza a aquejar desgaste, se ven compensados con una mejora en los actos siguientes y con unas tablas que con todo transmiten que este señor sabe de qué va esto de cantar Wagner y darle vida al héroe germánico. En los Murmullos ya entra en calor y durante toda la función su canto se desarrolla en su buen nivel habitual, con las salvedades que le dan sus limitaciones. A pesar de todo, es el último gran Sigfrido. Después de él vino el diluvio.

Si Jerusalem es el último gran Sigfrido, Hildegard Behrens es la última gran Brunilda. Aquí aparece de voz mejor que en Walkiria, con un canto bastante bueno en general, y unos agudos estupendos aunque de nuevo su grave quebrado es su punto más bajo. Aunque vocalmente esté cansada, su interpretación es de luego temperamental y muy wagneriana.

James Morris regresa al sonido gutural, pero esta vez conviene a su personaje. Su entrada en el primer acto es rotunda y solemne, y en el tercero canta muy bien. Su interpretación es intachable: es irónico, sabio, imponente. Aunque es el todopoderoso padre de los dioses, siente como los demás mortales. En su encuentro con Mime le vemos en superioridad, pero con Erda y Sigfrido es un patriarca tiernamente esperanzado ante el futuro.

Ekkehard Wlaschiha es un competente Alberich de nuevo, aunque no al nivel del Oro donde está sublime. Matti Salminen es el cantante con mejor voz en todo el elenco: su Fafner es impresionante y con la voz impecable, con unos graves tremendos y una belleza vocal que atestiguan que en esta época estaba en su mejor momento. Birgitta Svendén es una Erda estupenda, con un timbre bellísimo y oscuro, con graves de contralto muy apreciables. Dawn Upshaw, aun con su reconocible timbre de voz, es un buen pájaro del bosque (y pensar que en CD lo grabó Kathleen Battle).

Aunque no ha llegado al punto entusiasmante del Oro, este es un gran Sigfrido. Veremos cómo es el Ocaso.

Hoy, “Salomé”. Función de la Ópera Nacional de Amsterdam (2017). Grabación de Mezzo. Enésimo visionado y escucha de una ópera que no me va. Influye el hecho de que todos los personajes son antipáticos, excepto Narraboth, que es un gilipollas. Un libreto (más bien la transcripción de la obra de Wilde) repetitivo a más no poder: “Estoy enamorada de tus cabellos...Atrás, hija de Babilonia...Tus cabellos son horrorosos”, “Te daré una maravillosa esmeralda...Quiero la cabeza de Jokanaan”, etc. La música, de indudable vuelo sinfónico, no tiene un solo tema reconocible, a excepción de la “danza de los 7 velos”. En fin, que no me entra, a pesar de lo cual vuelvo a ella una y otra vez. La he visto tres veces en directo, y con la de hoy, tengo 7 versiones entre cassettes y videos. Dirige Gatti a la Concertgebow, de la que obtiene un sonido esplendoroso, Cantan Peter Sonn (Narraboth) con una voz muy ligera. La veterana Doris Soffel es una Herodías odiosa, lo cual significa que hace bien su papel. Lance Ryan, de quien recuerdo un prometedor Sigfrido del “Ocaso” en los primeros años de Les Arts, se encarga de Herodes, papel maldito, terreno abonado para los tenores desahuciados. Para eso ha quedado el pobre. Yevgeny Nikitin es un Jokanaan bastante ajustado, aunque demasiado lírico vocalmente. Y Malin Byström, que hizo una buena Thaïs en Les Arts con Plácido, es Salomé. La chica es mona, rubia, alta y estilizada. Expresa bien la juventud de Salomé, así como su mala leche cuando no se sale con la suya. Baila la danza de los 7 velos y lo hace bien. La voz no es excesivamente poderosa, pero cumple. En fin, que compone el personaje con muchísimo más que aseo. Es aclamada al saludar en solitario. La producción, con el obligatorio cambio de época, no molesta excesivamente (bueno, un poco, sí) y nos depara dos sorpresas (los que no quieran que se las desvele, que no sigan leyendo): Salomé lleva un vestido largo durante toda la obra, incluida la danza. Así que quienes esperen la exhibición de sus encantos, quedarán defraudados. Y al final no le dan la cabeza de Jokanaan, sino que, en un alarde de generosidad, se lo dan todo entero. Así y todo, en conjunto, una buena “Salomé”.

No se si ésta es la mejor versión de La fanciulla del West (1910) pero sí es la más conocida o la que mayor proyección comercial ha tenido. No está entre mis óperas favoritas de Puccini pero reconozco que tengo ganas de escucharla esta temporada en la ABAO (febrero de 2020) después de que habrán pasado once años de mi última ocasión, en aquella Coinfo sevillana (marzo de 2009) cuando podíamos juntarnos sin tirarnos de los pelos. Allá pudimos escuchar al matrimonio Daniela Dessí y Fabio Armiliato y en Bilbao estarán Oksana Dyka y Marco Berti.

Siempre escuché la versión de MYTO protagonizada en 1974 por Taddei, Bonisolli y Teresa Zylis-Gara (encantadora Matilde) dirigidos por Jacques Delacote en Hamburgo. Ahora ha aparecido en YouTube el integral protagonizado por Ricciarelli y Bonisolli, con un héroe epónimo tan poco idiomático como era el Tell de Siegmund Nimsgern.

https://www.youtube.com/watch?v=zUHFDT85JLo&t=397s

Gratamente sorprendido. Cierto es que no sé si se acopla a lo que debe de ser el héroe de Arnoldo, pero partiendo de la base que estamos ante una ópera que antecede al romanticismo operístico ya casi inminente, puede pasar - desde luego para mí - y de hecho pasa con una nota alta. Un héroe espectacular en cuanto a medios vocales, con un centro oscuro y viril, y un sector grave y agudo desahogado, con unos agudos dados "sul fiato", a tono, sonoros, con mordiente....todo un espectáculo vocal ver a este atractivo guerrero - por la foto de arriba - encarnando a Arnoldo.

Muti, autor exigentísimo, siempre defendió la interpretación de Arnoldo hecha en Florencia en 1976 - en plenitud vocal e interpretativa del cantante - plegando su voz en el duo del acto II con Ricciarelli o siendo expansivo y generoso en cuanto a canto "hacia afuera" en la parte final del antedicho acto con Guillermo y Gualtiero y en secciones de su celebérrima aria "Non mi lasciare, o speme di vendetta..... O muto asil del pianto...Corriam, voliam, s'affretti" Con una dicción cristalina. Se vé que se trabajó el papel con Muti, porque su rendimiento es superior.

Insisto en que puede no responder al tenor que pensaba Rossini, pero debió ser espectacular oírle cantar en teatro un papel que pocos de los grandes hicieron: Merrit, Kunde y Gedda, aunque a este último se le ve sobrepasado en la grabación que hay pirata, él mismo comentó que le excedía ese papel, y de hecho sólo la cantó en directo esa vez en Florencia 1972. Yo no sé dónde lo he leído, pero lo dijo. Esos tres son los que yo sé que lo hicieron, aunque ninguno salvo Franco lo tuvo en repertorio tanto tiempo, ciertamente.

He encontrado un extracto en la autobiografía de Muti que habla de la experiencia de dirigir a este cantante privilegiado como Arnoldo - otra cosa es su grosero Duque de Mantua de 1983, donde la falta de preparación hizo que no brillara como brilló en otras encarnaciones del Duque, como una de 1977 -:

« J’étais moi-même tout à fait en mesure de comprendre qu’une voix pouvait être plus ou moins rossinienne, et il est possible que Bonisolli ait chargé son interprétation d’un poids vocal que Rossini n’avait peut-être pas en tête. En même temps, comment l’affirmer avec certitude ? S’il l’avait entendue, qui sait s’il ne l’aurait pas aimée ? ». Yo más o menos entiendo el francés, no lo sé, por lo que no lo puedo traducir. Lo siento.

Y de Katia, con decir que estaba en su época de esplendor pre-karajiana está todo dicho: voz fresca, juvenil, de color agradable y fluida coloratura, con dicción nítida en los pasajes lentos como su aria de entrada y ya un poco borrosa en los más agitados, gran fraseadora como Bonisolli cuando estaba inspirado, como en esta y en otras grabaciones.

De este operón decir que es mi favorita de Rossini, junto con Barbiere. Melodía preciosa, sin decaer en ningún momento. No se me hace larga su escucha porque la música mantiene la ligereza y la su claridad de composición.

Algo así más o menos mi estimado:

"Yo mismo pude entender que una voz podría ser más o menos rossiniana, y es posible que Bonisolli haya dotado su interpretación de un peso vocal que Rossini podría no haber tenido en mente. Al mismo tiempo, ¿cómo podemos afirmarlo con certeza? Si la hubiera escuchado, ¿quién sabe si no la hubiera amado?

Con este Ocaso concluimos el Anillo de Levine en el Met, en la clásica y tradicional producción de Otto Schenk y Günther Schneider-Siemssen. Tras unas dos jornadas precedentes subiendo el nivel de forma paulatina, este Anillo se cierra con broche de oro. Valga la redundancia, desde el Oro no se había visto un nivel esperable a lo que esta obra merece.

La puesta en escena es un éxito. Inspirados, los autores consiguen transmitir drama y belleza escénica. También ayuda el talento del reparto, formado por auténticos cantantes-actores. El prólogo empieza con una ambientación oscura, un cielo nocturno, pero en un tono casi grisáceo, como si la luz de la luna hiciese más sombría la escena de las nornas. Todo cambia a un amanecer radiante en el dúo de los protagonistas. Maravilloso el momento en que Brunilda, visiblemente triste, despide con entusiasmo a Sigfrido al escuchar su cuerno. El palacio de los Gibich es uno de los logros de la producción: la sala es todo un mastodonte de piedra, de dos plantas, con un paisaje del Rin cruzando un valle y con un precioso cielo dorado de atardecer como fondo. No es menos la imponente fachada donde se celebra la doble boda: dos torres enormes e imponentes de se alzan al cielo, de ese palacio pétreo de aspecto vikingo. El tercer acto es el más bello, y quizá de lo mejor del ciclo: el primer cuadro es un paisaje donde está el Rin, a cuyas orillas están sus hijas, a las que solo se ve hasta los hombros. La marcha fúnebre no siempre es representada, pero aquí lo está con todo el honor: los hombres llevan al héroe triste y solemnemente por todo el escenario hasta la mitad del interludio.

Wagner, con sus acotaciones escénicas difícilmente realizables para un teatro incluso en este siglo, anticipaba la llegada del cine con el final de la obra. Este montaje supera el reto y emociona. Tras encender la pira, Brunilda se arroja al fuego y sale una chispa. Todo el palacio se desmorona, consumido por el fuego, derrumbándose (con el escenario de la sala, la primera planta, hundiéndose). Las torres del palacio también caen, dejando las ruinas. Al fondo se ve de nuevo a las hijas del Rin con el Anillo mientras Hagen desaparece en las profundidades. Poco después, esta imagen desaparece para verse, proyectado, el Walhalla ardiendo y desmoronándose. Al desvanecerse la fortaleza de los dioses se ve el cielo de color azul marino, con las aguas del Rin detrás de las ruinas. En el cielo aparece una brillante y enorme luz. El pueblo se acerca a las ruinas para ver el desolador paisaje, y cae el telón. Es el fin de la era de los dioses y una nueva oportunidad para la humanidad, un nuevo comienzo y quizá una nueva esperanza.

James Levine dirige la orquesta del Met ciertamente más inspirado que en las otras dos jornadas, con un comienzo melancólico, elegíaco de la orquesta. En los interludios destaca notablemente, como en el Viaje de Sigfrido por el Rin, el interludio entre la segunda y tercera escenas o la marcha fúnebre, además de emocionar en el final. Por lo demás, se dedica de nuevo a acompañar a los solistas, pero esta vez con un nivel competente que sirve al drama. Estupenda la percusión.

Siegfried Jerusalem se consagra aquí como el Sigfrido de su tiempo. Incluso con esa voz peculiar, ya cansado, tiene profundizada esa candidez y socarronería del personaje. Conmovedor en la escena de su muerte, y con una voz que aunque le presenta dificultades, sabe compensar, por ejemplo con su sonido heróico, especialmente en la narración de su juventud en el tercer acto.

Hildegard Behrens es aún una gran Brunilda, pese a estar también agotada. A nivel interpretativo es intachable: su autoridad escénica, su temperamento dramático se hacen notar cuando está en escena. Su personaje tiene las emociones a flor de piel, haciendolo más humano y creíble. Vocalmente da una de cal y otra de arena: en algunos momentos logra estupendos agudos, en otros está demasiado quebrada. En el final, para el que parece reservarse, está espléndida, con un decente registro medio y aunque los agudos pueden darle problemas sabe compensarlo con sus tablas de animal escénico. Una gran versión pese a todo.

Matti Salminen es el triunfador del reparto. Aquí aparece en su mejor momento, con la voz poderosa, bien emitida, un bello canto de bajo profundo, temible en los Hoiho! del acto segundo y al mismo tiempo un gran actor. Trasmite la brutalidad y astucia de su malvado personaje, con un Zuruck von Ring final que resulta un grito de rabia y desesperación. Él domina la función y ésta mejora con él.

Christa Ludwig mejora como Waltraute su Fricka de Walkiria. La tesitura aquí le da menos problemas y es capaz de dar grandes momentos con lo que queda de su voz, como su habitualmente bella y dramática zona media, aunque los agudos ya estén gritados. Digna despedida de una artista tan excelsa.

Los Gibichungos cumplen en sus roles. Anthony Raffell es un correcto Gunther, si bien como actor transmite la cobardía e inseguridad de su personaje. Hanna Lisowska es una Gutrune de buena y dulce voz e interesante grave, aunque físicamente es muy madura para el rol, pareciendo una solterona. Ekkehard Wlaschiha es un correcto Alberich, cantando bien pero sin más.

Las Hijas del Rin y las Nornas están en un nivel digno, aunque no como el de Bayreuth. A destacar a Andrea Gruber como Tercera Norna, que estaba haciendo carrera entonces.

Este Anillo me ha resultado un poco decepcionante, dado lo que esperaba de él. Al ser la única opción clásica disponible en el mercado, los sectores más conservadores del wagnerismo la tienen mitificada como la opción "a seguir", cuando en realidad puede ser bastante mejorable. Sin embargo, resulta emocionante ver las obras de Wagner en la era mitológica en la que el compositor las situó. Y resulta conmovedor, sobrecogedor ver ese espectacular final, con ese Walhalla ardiendo. Con indiferencia de cómo sea el resultado global, siempre al acabar un Anillo uno se queda un poco tocado, después de haber presenciado una obra tan magna. Y siempre quedan ganas de seguir explorando más ciclos.

La función de Don Giovanni a que me refería formaba parte de las que presencié con ocasión del viaje por la Gala del 50 aniversario de Lincoln Center en Mayo de 2017 y, efectivamente, Marina Rebeka cantó Donna Elvira, mientras Angela Meade abordó Donna Anna:

DON GIOVANNI{563}
Wolfgang Amadeus Mozart--Lorenzo Da Ponte

Don Giovanni............Mariusz Kwiecien
Donna Anna..............Angela Meade
Don Ottavio.............Matthew Polenzani
Donna Elvira............Marina Rebeka
Leporello...............Erwin Schrott
Zerlina.................Isabel Leonard
Masetto.................Jeongcheol Cha
Commendatore............Stefan Kocán

Cello Continuo..........David Heiss
Harpsichord Continuo....Bryan Wagorn
Mandolin Solo...........Joyce Rasmussen Balint

Conductor...............Plácido Domingo


Debo susbrayar que fue la función de tarde de un sábado con doble representación (por la mañana ví Cyrano con Alagna) y estaba realmente cansado, a lo que hay que añadir la muy plana y anodina dirección musical de Plácido Domingo. Eso sí, recuerdo perfectamente que la Sra. Rebeka naufragó en "Mi tradì quell'alma ingrata". Igualmente en "Ah chi mi dice mai" los graves resultaron inaudibles.

En cuanto a la Salomé de Amsterdam que comenta JoseLuis, la ví en Mezzo y la he guardado. Me ha encantado la caracterización de la soprano Malin Bystrom, que no me dijo mucho en la Thaïs de Valencia y, gustándome más, tampoco me arrebató en el Capriccio del Real. La voz no es de gran calidad ni belleza, pero resulta timbrada y con buena proyección (lo que he experimentado cuando la he visto en teatro, no por la transmisión televisiva, claro), además, su creación dramática de la princesa de Judea me ha encantado, sensual, intensa e, incluso, bailando la danza. Tanto, que pienso ir a vérsela a La Scala con Chally en Marzo 2020. La dirección de Gatti es rutinaria, pero la exuberancia sonora de la Orquesta del Concertgebow es deslumbrante. Espléndida la Soffel y la producción, con sus tonterías "modernas", medio funciona.

A mí la Bystrom me pareció una muy floja Hélène en Londres y a los pocos meses me encantó su Salomé. Con Donna Anna la cosa estuve más intermedia principalmente porque dramáticamente iba pasadísima de revoluciones.

La grabación más antigua aunque parcial de El caserio. Así, de paso, también pueden escucharse algunos fragmentos de La meiga. De la tercera zarzuela ya tenía la grabación del maestro Palos.

Con respecto a la primera zarzuela, un canto con voces grandes y estilo demasiado verista, sobre todo en la canción de los bertsolaris. Una pena que apenas se recojan veinte minutos.

No deja de ser interesante escuchar -y ver- una grabación zarzuelera moderna pues parece que estamos "condenados" a quedarnos con los de las décadas de los 50 y 60, en algunos títulos, las únicas. Escénicamente la propuesta de Emilio Sagi es poco imaginativa, jugando con los colores blanco y negro y telones; vocalmente, lo más interesante es lo de Josep Bros y las prestaciones de nancy Fabiola Herrera. El Vidal de Plácido Domingo es notable aunque teniendo en cuenta lo que ha sido... Muy bien los papeles menores, con gente bien elegida.

Primer acercamiento no solo a esta opereta sino a la obra de Ralph Benatzky. Opereta muy al estilo de la tradición de Franz Lehar y compañía, de escucha agradable (lo cierto es que me gusta escuchar de vez en cuando alguna de estas decadentes obras de sabor imperial) y con cantantes muy apropiados para el repertorio. Recomendable sabiendo que no estamos ante una obra maestra.