La ópera como arte, se nutre de esa concepción antigua de las denominadas bellas artes, a las que con el tiempo se le fueron sumando contenidos.
Concepción que originalmente estaba reservada a la danza, la escultura, la música, la pintura, la poesía, la arquitectura, etc., donde luego se sumaría el cine.
Cuando en cualquiera de esas ramas, bajo una concepción siempre un tanto subjetiva se toca el cielo, se dice que es una obra de arte y sus autores concretos, los que lo logran al darle vida.
La ópera, - nutrida de aquellas artes -, cuando en una representación todas sus partes logran tocar el cielo, estamos ante una obra de arte hecha realidad.
El compositor plasmó su creación y ahí está en las partituras. En cada ocasión sus intérpretes son los responsables de hacerle justicia.
Si el canto es lo primordial para algunos asistentes a una función, el grado en que se logre o no a plenitud esa aspiración, será el parámetro para hablar de una función redonda.
A eso se aspira en cada función, aunque se repitan decenas de veces.
Me sitúo por ejemplo no en el caso de los cantantes sino en el de los miembros de la orquesta, que repiten aún más una y otra vez una obra que los solistas.
Ello aspiran en cada función a hacer arte y dar el mejor producto y suponemos que cada uno asume la función número 100 de La Boheme como si fuera de las primeras.
Pero habrán quienes tocarán en automático y difícilmente estarán contribuyendo a hacer arte.
Si todo es rutina o maquila para llenar una cartelera, difícilmente estará presente aquella aspiración y nos encontraremos más cerca de un espectáculo más, para un público que quizás igual se "divierta" si no es muy exigente y sin una tabla de calificación para puntuar a los cantantes, al director musical o al director escénico.
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