Sobre la elección del tenor para Otello. El debate comienza con la elección misma del cantante que abordó el primer Otello, Francesco Tamagno. Había otros tenores en su tiempo, como Angelo Masini, Checo Marconi, Julián Gayarre o Roberto Stagno, que hubieran podido asumir el rol. Pero Verdi prefirió a Tamagno. El tenor nacido en Turín había logrado entusiasmar al compositor en los papeles de Gabriele Adorno (Simone Boccanegra) y Don Carlos. Verdi llegó a calificarlo de “único en el mundo”. Sin embargo en los momentos previos a la decisión definitiva, Verdi también abrigó dudas sobre él. “En muchas cosas iría muy bien Tamagno, pero en muchísimas otras no. Son frases amplias, largas, ligadas, que han de decirse a media voz, cosa imposible para él...Eso me preocupa mucho”, confesaba el músico en una carta a Ricordi. Sobre la influencia que el Otello de Tamagno ejerció en la posteridad dan cuenta estas palabras de Giacomo Lauri Volpi, escritas en el libro Voces paralelas: “Al final, Verdi, no encontrando otra cosa, se rindió, y Tamagno fue el primer Otello. Su figura gigantesca y aquellos sonidos de ‘tromba parlante’ le iban bien al Moro, donde el tenor ponía de relieve la exterioridad espantosa de los celos y de la violencia física. Otello, héroe de la Serenísima, desaparece. Solo queda el energúmeno que en estado epiléptico se derrumba a los pies del ‘honesto’ Yago, encarnación de la mente maligna. Tamagno creó la leyenda del león rugiente, de la voz cortante que hace añicos las arañas de los teatros y los cristales de los salones. Verdi en Brescia probó de sustituirlo por Cardinali, mejor artista, pero no dotado de aquellas notas apocalípticas y el teatro estuvo medio vacío. Desde entonces, Otello y Tamagno se habían identificado, y durante muchos años, muerto Tamagno, los grandes teatros muy raramente osaron poner en escena la terrible ópera. Enrico Caruso probó a estudiar el papel del Moro, pero sólo llegó hasta el ensayo, para renunciar a la representación, vendiendo los trajes que se había hecho diseñar y confeccionar por un sastre famoso. La sombra de Otello-Tamagno lo había aterrorizado.” Es posible que Volpi respirara un poco por la herida. De algún modo intentaba demostrar que una voz como la suya también era apta para el Otello. Sea como sea, lo cierto es que el fantasma de Tamagno perduró hasta nuestros días. Ha habido, a lo largo del siglo, grandes y célebres Otellos. Desde la década del cincuenta hasta nuestros días podemos mencionar a Mario del Mónaco, Ramón Vinay, Carlos Guichandut, Carlos Cossuta, Jon Vickers, James McCracken, entre otros. Casi todos ellos han coincidido en la idea de que la voz del Otello debe ser oscura, casi hiriente, una voz capaz de producir sonidos exuberantes, impetuosos, squillanti dicen los italianos. Algunos incluso, como el tenor Richard Cassilly, llegan a expresar opiniones que suenan algo extravagantes. "Recuerdo que un crítico dijo que mi voz sonaba como si saliera de un barril y eso es precisamente lo que está pidiendo Verdi”, decía en un reportaje. Y agregaba que esa voz debía ser estentórea y fea. Esta sensación es a veces la que se tiene al oír al tenor norteamericano McCracken, quien sin embargo estimaba que la influencia de Tamagno había sido perjudicial para la popularidad de la ópera,
_________________ La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo (Platón)
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