A mí tampoco me gustan, en general y por las mismas razones de acústica que menciona joseluis, las manifestaciones musicales (quiero decir, óperas o conciertos) al aire libre, y de hecho en general los evito con todas mis fuerzas. Hay alguna que otra excepción digna de resaltar, como por ejemplo el mágico Théâtre de l'Archevêché de Aix-en-Provence (la Felsenreitschule de Salzburgo está totalmente cubierta
), o la siguiente.
En el pasado mes de septiembre, la Deutsche Oper de Berlín estaba realizando alguna clase de obras en su auditorio, y aprovechó para presentar
Oresteia de Xenakis en el aparcamiento al aire libre que se encuentra situado en la parte trasera del edificio. Los espectadores eran conducidos hacia la entrada (un portón metálico vetusto y poco
glam) mediante sencillos carteles de cartón con unas letras negras sanguinolentas que componían el título de la obra (localidades agotadas). Los asientos eran bancos sin respaldo dispuestos de manera irregular por la planta del aparcamiento, situados frente a una gigantesca escalinata en cuya cima se encontraba situada, a la izquierda, la orquesta, y a la derecha, un espacio vacío. A lo largo de la representación se fue viendo que ese espacio vacío hacia las veces de escenario, pero también un huevo gigante situado en el centro de la escalinata del que emergía el personaje de Casandra, el edificio colindante en el que en cierto momento se encendían unas luces y comenzaba a cantar el coro, o la parte del aparcamiento separada del "patio de butacas" por un alambre, de la que irrumpían de repente unos seres amenazadoramente vestidos (los habitantes de la desdichada ciudad), los cuales luego se mezclaban entre el público y distribuían hachas (de pega) y banderitas. También del propio aparcamiento irrumpía en un coche presidencial con el capó abierto Atenea al final de la ópera, en plan Primera Dama que saluda a su pueblo. Yo me lo pasé estupendamente.