Bien, es cierto que cada vez soy menos amigo de decir en internet las cosas que pienso sobre el canto (aparte de que considero que tampoco tengo tanto que decir) pero ante el esmero del cicuterat inprincipio, la interpelación resulta inevitable.
Dice mucho del ponente la selección del brano, a menudo tomado como de mera transición entre el bellísimo Tutte le feste al tempio, eje del personaje de Gilda y de la obra, y la estremecedora ternura del Piangi, fanciulla que todos los amantes de Rigoletto esperamos con devoción. Por eso, quien es capaz de decir de un pasaje como Solo per me l'infamia "He aquí el melodrama", sin duda, conoce en profundidad, comprende y admira el género.
Gobbi me enfrenta, de entrada, a una contradicción conmigo mismo, pues de joven tuve a su Rigoletto mucha mayor estima que la que ahora me merece (y así lo expresé, en su momento, en internet, de una forma que el cicuto siempre me ha reprochado - ¿ven cómo no tengo tanto que decir?). Entiéndanme bien: nunca, y quiero decir NUNCA, acepté su canto. Lo que ocurre es que hubo una época en la que fui, hasta un punto, rehén del mito verista del anti-canto expresivo, es decir, estaba dispuesto a pasar por alto un canto infamante si "a cambio" se me revelaba un personaje. Y Gobbi, pese a todos los pesares, tiene un personaje (en brillante expresión de Rodolfo Celletti, "sarà un pessimo Rigoletto, ma è Rigoletto"), que, en contraste con varios problemas, tiene al menos la virtud de una plasticidad inmediata. Pero con los años, me han surgido dos problemas que, a mi modo de ver, invalidan la propuesta. De entrada, el personaje torvo, maligno, vulgar, parecidísimo a tantos otros del cantante, ha pasado a aburrirme. Tendrá todo el efectismo que los años 50 le reclamaban, y hablará de cejas, jorobas, lágrimas y vendettas estrambóticamente exageradas, pero no habla de la inferioridad ni del abuso de la dignidad de las personas. Y por otro lado, y viendo lo visto, el mito de que un verdadero "artista" del canto no necesita cantar bien ya no lo acepto. Cuando el dolor sólo se expresa desafinando y/o abriendo ("o Dio", el paso "ascendere quanto", "del patibolo" horrrrible, el primer "ma tutto") y la media voz consiste en destimbrar la emisión y acercarse a milímetros del micrófono (el inmediato "Piangi fanciulla"), estamos ante un canto que no es profesional y nunca se debió tomar por tal. Por eso, definitivamente, diría que "sarà Rigoletto, ma è un pessimo Rigoletto".
Con ese precendente, el contraste con Cornell MacNeil es de un impacto desconcertante. Aquí sí que tenemos, de entrada, una voz de fenomenal y generosísimo caudal, y en segundo lugar, un fraseo de enorme elocuencia, claridad de las palabras e intensidad teatral, resuelto enteramente en el canto (el ataque es espléndido, me parece muy interesante la pausa entre "ascendere" y "quanto", aunque la resolución vocal no sea exquisita, y la resignación de "tutto ora scompare, l'altare si rovesciò", en especial, es conmovedora, como lo es la exposición melódica de la sección siguiente, con efectos mágicos sobre las palabras "scorrer fa il pianto"). El fraseo es de tal modernidad que debiera haber avergonzado al mosquito que la acompaña (¿Roberta Peters?), rezongona en plan Licia Albanese y resolviendo muy mal el final del Tutte le feste.
Pese a un Sinopoli nervioso y elocuente, pero que quiere contarnos su Rigoletto sin necesitar ni de la tradición (aceptable) ni de los cantantes (no), Bruson hace una lectura tensa pero muy expresiva, fudamentalmente, en los primeros versos del fragmento (un muy interesante crescendo dramático desde la intimidad de las palabras "Solo per me" hasta el reproche casi blasfemo de "o Dio"). A partir de "Ma presso del patibolo" el fraseo es más genérico, y en concreto la lentitud de la batuta diluye la claudicación de las últimas palabras. Muy bien, "ma non travolgente".
Siempre he defendido el Rigoletto de Dietrich Fischer-Dieskau, y pienso seguir defendiéndolo. Que es un barítono de calibre muy limitado y que no es italiano, ya lo sabemos; que no hace una nota sin preguntarse de dónde surge la música que está haciendo y adónde va, también (que siempre compartamos la respuesta que él mismo se da, es otro tema). De entrada, eso merece un respeto del que carecen tantos y tantos Rigolettos no-músicos de enormísimas e italianísimas voces y un fraseo más aburrido que su solfeo. Por las características físicas de la voz y artísticas del cantante, los momentos de introspección le van mucho más que los extrovertidos, y este pasaje híbrido entre ambas naturalezas muestra un poco por qué: se admira la belleza de la aseadísima emisión, pero también el estrangulamiento de algunos momentos enfáticos ("o Dio", "caduto er'io") y la debilidad del acento en el grave. El cantante gana enteros al alcanzar el Piangi fanciulla, de línea paradisíaca, pero en el medio esta tentativa de "Solo per me l'infamia" introspectivo se queda un tanto a medio camino.
Cuanto más lo escucho, el fraseo de Leo Nucci más me recuerda a un émulo baritonal de Plácido Domingo. Está muy "ahí", le pone muchas ganas, y lo dice todo con intensidad, pero aquello que dice me resulta casi siempre bastante superficial. Lo que ocurre es que esa superficialidad la aprecio en casa o a la segunda escucha (o a la tercera, cuando el buen hombre cree que el mundo rota en torno a sus vendettas y las reparte de tres en tres) pero en el momento concreto, habitualmente me embauca (y luego hace que me odie un poco a mí mismo por ello). En este fragmento se aprecia bastante de todo ello: el fraseo no deja de ser enérgico en ningún momento, pero en realidad está muy poco contrastado, tanto en intenciones como en matices dinámicos, con la única (y deshonrosa) excepción de unas palabras iniciales (Solo per me l'infamia) bastante mal colocadas y timbradas. (No está de más señalar, de todas formas, que desde ese disco, Nucci se ha pasado casi 25 años más haciendo Rigolettos, que el perfilado del fraseo ha ganado, y que la voz en senectud, pese al desgaste, ha ganado un empaque y una homogeneidad sorprendente para alguien que nunca fue un modelo técnico).
Warren lo tenía casi todo: una voz completamente fabulosa y un concepto asumido del personaje, de una ternura casi desvalida que contrastaba fuertemente con la opulencia de los medios. Pero en la toma referida, por un lado, el canto es menos inmaculado que el de MacNeil (y no digamos Fischer-Dieskau), porque la edad pesa y porque su colocación patatera no le ayuda a hacer con el talento lo que ya la voz no puede hacer del todo. Por otro lado, la toma parece hasta cierto punto descuidada, al no haberse corregido la extraña pronunciación de "chiedeva" y al permitirse una cuestionable cesura entre "potesse" y "ascendere", que evita el tener que respirar más tarde y ligar "ascendere" a "quando", pero a costa de una infracción ilegítima de la prosodia.
Globalmente, MacNeil sin duda. Personalmente, Fischer-Dieskau sigue siendo muy especial para mí.
_________________ Die Wahrheit ist bei mir, Mandryka.
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