Un día, Enrico Caruso, tenor italiano que alcanzó la fama a principios del siglo xx, acudió a una oficina de correos para cobrar una suculenta suma de dinero a través de un giro postal.
Sin embargo, el funcionario de turno se negó a pagarle, por que no llevaba ningún documento con que identificarse.
El cantante, indignado, no se lo pensó dos veces, se puso a entonar el aria Recóndita armonía, de la ópera Tosca de Puccini, para que no cupiera la menor duda de su identidad.
El funcionario le pagó en el acto.
Anécdota por Carlos Jiménez Climent.
En la revista HISTORIA Y VIDA nº444

El escritor Donald Henahan comentaba así en The New York Times la representación de las Valkirias en el Metropolitan Opera House:
“Cuando John Vickers saltó a sacar la espada mágica del tronco de un árbol, la empuñadura se le quedo en la mano y la hoja, que era de plástico, a juzgar por el sonido que emitía, salió volando y se detuvo en el telón de boca. Es que hoy no hacen las espadas mágicas como antes.”
Selecciones del Reader’s Digest

Muy divertido. Celebro la ocurrencia de kraustex de abrir un hilo para dar cabida a este tipo de anécdotas. Ahí va una realmente divertida:

"Una nueva puesta de "Tosca" estaba por ser presentada en la Opera de San Francisco y, en el último instante, se suscitó un grave conflicto que alteró el elenco. Así, cinco actores jóvenes, ajenos al mundo de la ópera, fueron escogidos de urgencia para integrar el pelotón que, en el final, tiene que fusilar a Cavaradossi. Como la tarea de los soldados es nada más que disparar sobre el tenor, el régisseur confió en su instinto teatral. Antes del comienzo del tercer acto, y sin ensayo de ninguna índole, les dijo: "Sigan al comandante. Avancen lentamente, escuchen la música, se alinean y cuando el oficial baje la espada, disparen". "¿Y cómo salimos?" Creyendo que se referían al saludo final, les dijo: "Sigan a los protagonistas".

Llegado el momento, los soldados marcharon dramáticamente y vieron en el escenario a Cavaradossi y a Tosca, cantando en un incomprensible italiano. Cuando ella se corrió y el personaje masculino los encaró, entendieron que era a él a quien tenían que fusilar. Pero los desorientaron las miradas rápidas que él le dirigía a ella, mientras, además, también los miraba a ellos. Por lo tanto, cuando el oficial dio la orden, algunos tiraron sobre Cavaradossi y otros sobre Tosca. Para sorpresa de los que apuntaron a la dama, ella quedó de pie y el que cayó fue el caballero. Los soldados no se movieron de sus lugares en tanto que, urgida por la música y sin entender por qué no se iban, Tosca fue hacia Cavaradossi. El desconcierto de los actores fue mayúsculo cuando ella le hablaba como si estuviera vivo. Y, por último, les asaltó el pánico cuando escucharon gritos desde las bambalinas y vieron que Tosca se subía a las almenas y se arrojaba al vacío. "Sigan a los protagonistas", había sido la indicación. Antes de que el telón se cerrara, el público asistió a un final inaudito: como admiradores que siguen al ídolo hasta las últimas consecuencias, los cinco muchachos, uno a uno, se lanzaron detrás de la cantante."
Fuente: La nación

Desconozco quiénes fueron los cantantes que encarnaban a Tosca y Cavaradossi que se vieron en semejante trance.

En una recepción en la Casa Blanca se encontraban Sherrill Milnes y Samuel Ramey y esposa. Allí vieron a Stephen Spielberg y se acercaron a saludarle. Primero se dió a conocer Milnes y le felicitó por su trabajo. Luego fue Ramey quien le saludó "Yo también soy un fan suyo, Sr. Spielberg. Realmente me encanta su trabajo. Me llamo Sam Ramey." La cara de Spielberg se iluminó y le agitó efusivamente la mano, diciendole el placer que le causaba conocerle, pues sus hijos devoraban los dvds de sus películas. Ramey no tuvo otra que decirle que era Sam Ramey, el cantante de ópera, y no Sam Raimi, el director de cine.

Jajaja, gracias por las anécdotas.

Pobre Ramey
¡Gracias!

Un monolito del cinturón de Asteroides entre Marte y Júpiter se llama 4981 Sinyavskaya, en honor a la mezzo Tamara Sinyavskaya.

http://www.youtube.com/watch?v=LxVqc-ccG0E
Sinyavskaya como Marina Mnisek

La verdad es que es un honor para el mentado cuerpo celeste. Qué voz más bonita...

Recuerdo una anecdota de Legge y Klemperer, que se hicieron cuates en los últimos años de vida del atrabiliario director de Breslau. Es muy larga porque carezco de la amable virtud de la concisión. Perdonen. Y encima no va de ópera (aunque según la nueva taxonomía mortieriana la novena seguro que cuenta como ópera)

Klemperer iba a dirigir unos conciertos en el festival de Leeds. Pero enfermó. Legge empezó a buscar sustitutos de inmediato. Pero la cosa se puso más difícil de lo previsto. Karajan y Böhm estaban ocupados. Se consiguió que Cluytens, Beinum y Giulini dirigieran conciertos de un ciclo de las sinfonías de Beethoven. Pero no se encontraba a nadie de verdadero fuste para responsabilizarse del plato fuerte de la temporada, la Novena. Legge viajó a Zurich para visitar a Klemperer en el lecho del dolor, y le leyó una lista de once nombres de candidatos a dirigir esa codiciada Novena. El malvado Klemperer hizo comentarios burlones sobre cada uno de los once músicos (comentarios que, por desgracia, no se han conservado). De repente, se le iluminó la cara y le dijo a Legge que el salvador no podía ser otro que Hindemith. Legge había escuchado a Hindemith dirigir la Novena dos veces, y palideció ante la propuesta de Klemperer.

El pérfido germano explicó a Legge que seguro que en esos dos conciertos Himdemith había estado en muy baja forma por el motivo que fuera, porque la Novena de Hindemith era una verdadera expedición en busca de la más escondida belleza de la música Beethoveniana. Una inspiración. Ambrosía. Klemperer, gimió, lloró, olvidó todo vestigio de dignidad y le pidió a Legge, como último favor a un moribundo, que contratara a Hindemith y, al tiempo que cumplía los deseos de un amigo en el umbral del último trance, hiciera un gran favor a la causa del arte del ogro de Bonn. Legge, desesperado, cedió y contrató a Hindemith.

El concierto tuvo lugar y fue, pues.... flojo. Muy flojo. Resultó ser un alfeñique de Novena, fofa y aburrida. Las críticas fueron infaustas.

Unos días después, Legge volvió a visitar a Klemperer y le encontró mucho más animado, con la cama cubierta de periódicos.

Nada más entrar Legge por la puerta, Klemperer le comentó, como si tal cosa.
- "Veo que las críticas al concierto de mi amigo y colega Hindemith han sido desastrosas".
- "¿Y cómo lo sabes, si siempre dices que no lees las críticas de ningún concierto?", repuso Legge.
- "Bueno. Un enfermo tiene mucho tiempo para leer de todo, incluso crítica musical".
- "Pues la culpa es tuya. Insististe en que le ofreciera el trabajo. Es la última vez que te hago caso cuando se trate de contratar a un artista".
- "Tu larga experiencia en el mundo de la música debería haberte enseñado que, a veces, el único placer que le queda a uno en la vida es regodearse con el infortunio de los demás músicos", concluyó Klemperer, quien, por supuesto, sabía desde el principio que lo de Hindemith iba a ser un fiasco.

Aquí, la anécdota es qué Stephen Spielberg es un poquito bobo, su cultura no está a la altura de su talento como director, pues esos cantantes para los americanos son como Placido o carreras para los españoles.

http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=9zjrgbCaC1U
El propio Pavarotti nos explica algún momento embarazoso en su carrera. La anécdota de la silla es buena, sin duda.

Durante una representación de lucia di Lammermoor las luces de la orquesta se encendían y apagaban intermitentemente.
Los músicos tenían que leer las partituras durante los instantes “luminosos”.
Los técnicos revisaron rápidamente la instalación, pero no pudieron encontrar fallo alguno.
Después descubrieron que uno de los músicos había estado marcando el compás con el pie apoyado en un enchufe de la pared.
Selecciones del Reader’s Digest

No una anécdota propiamente, sino una ingeniosidad de un crítico.

Eames tenía una voz imponente, pero cargaba con la fama (como criatura de Marchesi) de ser una intérprete fría e impasible como el mármol. En la vida civil se comportaba como una típica puritana de Nueva Inglaterra, y podía parecer altiva y desdeñosa. Lógicamante, los críticos aprovechaban esas debilidades de la diva para lucirse.

Así, el famoso comentario de un crítico (cuyo nombre desconozco, porque la frase está sacada de un libro que leí hace años, y ni siquiera recuerdo qué libro) tras una función de Aida en el Met:
"There was ice skating on the Nile last night (Anoche hubo patinaje sobre hielo en el Nilo)".