Se acercan las funciones de Los Maestros Cantores en el Real, y a modo de preparación me he puesto con la conocida, aunque no muy exitosa producción de
Wolfgang Wagner y
Daniel Barenboim en Bayreuth, editada en vídeo y en CD en 1999.
Estrenada en 1996, se trató de la última producción que
Wolfgang Wagner escenificó para el festival. Si de su Parsifal de 1989 (filmado en 1998), Frederic Spotts dijo en su famoso libro que dejaba al descubierto la pobreza de ideas de Wolfgang, no me imagino qué podría haber dicho de estos Maestros de reducidísima escenografía. Comparada con sus propios Maestros de 1984, que es un clásico y uno de los favoritos de los wagnerianos más ortodoxos, esta producción es fea, aburrida y completamente insulsa, pese a sus momentos de belleza plástica; incluso me parecen menos interesantes que los de su hija Katharina en 2008, producción que sustituyó a esta. La producción consiste de un enorme panel de pantallas de televisión que proyectan distintas imágenes, con una reducida plataforma escénica, con unas pocas gradas, a modo de anfiteatro. En el primer acto, en las pantallas se proyectan imágenes de pinturas medievales de maestros cantores, con una iluminación azulada, como si fuesen las vidrieras de una iglesia gótica. En el segundo acto, las pantallas reflejan los tejados de la ciudad, desde una perspectiva torcida, y el decorado son dos casas enormes y torcidas, que junto a la pantalla parecen hacer un guiño al expresionismo. El primer cuadro del tercer acto, muestra un pequeño habitáculo con solo una mesa y dos sillas, el taller de Sachs, mientras de fondo se ve una ilustración de los tejados de Núremberg. Lo mejor, aunque a años luz de su exitosa versión de los 80, es la gran escena final, donde las pantallas reflejan los árboles del bosque, o más bien sus hojas verdes, mientras en escena vuelve el pequeño anfiteatro, ahora con coloridos trajes y danzas. Una vez más, Beckmesser no se va, sino que se queda en escena, pero no parece dispuesto a la reconciliación aunque Sachs le anime a ello, mientras coloca la corona de laurel sobre el emblema del Sacro Imperio Romano Germánico y cae el telón. Si las imágenes no prometen mucho, tampoco el atrezzo: los muebles parecen de IKEA y el vestuario de
Jorge Jara aunque es convencional, hace guiños a la extrema sencillez, como si faltara el presupuesto: los bellos trajes del tercer acto contrastan con el simple y atemporal vestuario de Stolzing en la primera parte del tercer acto.
Daniel Barenboim dirigía en la colina verde por última vez en 1999. Al mismo tiempo que su legendario Tristán, estos Maestros suenan convencionales, como si el argentino, más centrado en el drama, no pudiera hacerse del todo con el espíritu costumbrista de la obra. No son sus Maestros rápidos y exultantes como los de un Solti o un Leinsdorf, pero tampoco se consiguen asentar en la filosofía y lo germano de Knappertsbusch o Karajan. Los preludios están bien dirigidos y cuentan con semejante orquesta, pero el grueso de la obra, pese a tener un espíritu alegre y la dirección no es lenta, está a camino entre el acompañamiento y lo simplemente correcto. Un año después, Christian Thielemann debutaría en Bayreuth con esta obra y su lectura de la misma sería histórica. El coro, como siempre en su excelente nivel, en unas excelentes actuaciones en la pelea del segundo acto y magníficos en el Wach Auf del tercer acto.
El extenso reparto es en general, más cumplidor que destacable. El mejor es
Peter Seiffert, con su lírico y bellamente cantado Stolzing, aunque no cubra el lado heroico del personaje, que lo tiene, sino el más lírico, siendo su creación del personaje la de un joven sensible más que de porte hidalgo.
Robert Holl como Sachs y
Andreas Schmidt como Beckmesser no son Bernd Weikl y Hermann Prey, precisamente: Holl tiene una voz muy gutural y nasal, lo que le perjudica en sus monólogos, y el resto del canto es más bien correcto, sin más. Schmidt canta mejor y la voz tiene más cuerpo, pero le falta más comicidad, su Beckmesser es un aburrido señor alemán, en lugar de un pícaro y tramposo funcionario con dotes cómicas.
Matthias Hölle es un correcto Pogner, lejos de su excelente Hunding en el Anillo del mismo Barenboim en los primeros 90.
Emily Magee es una Eva físicamente muy atractiva, y actúa bien su personaje, equilibrando tanto lo cándido como astuto del mismo. Vocalmente está en su mejor momento, y canta muy bien, aunque ese timbre un poco oscuro haga una Eva más dramática que dulce, pese a su empeño escénico.
Brigitta Svendén es una Magdalena tan dulce como la Eva de Magee, haciendo que ambos personajes parezcan hermanas: ambas son bellas y cantan bien, dos señoritas de bien del Núremberg renacentista.
Endrik Wottrich, en esa época, yerno de Wolfgang, es un David bien cantado, aunque demasiado guapo para el inocente y cómico personaje.
Un joven
Kwangchul Youn empezaba su gran carrera en esta época, cantando el rol del Sereno.
Indudablemente, se trata de la menos interesante de todas las producciones de Los Maestros Cantores que se hayan filmado en la verde colina. Si uno quiere seguir el argumento sin más, no es mala opción, pero no resiste la comparación con los clásicos Maestros de 1984, con mejor reparto y mejor puesta en escena. Hoy en día esta producción ha envejecido muy mal, y es entre coleccionistas, admiradores de Barenboim y Peter Seiffert, a quienes más pueden interesar. Hay formas y formas de hacer un montaje clásico, pero pese a su relativa belleza, aquí Wolfgang Wagner se equivocó.