Estos días vengo escuchando, poquito a poco, la caja:
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donde se recogen diversas obras para voz y acompañamiento (no necesariamente óperas) del autor inglés. Al leer el librito que viene con la caja me he sorprendido al ver la gran cantidad de obras que compuso Britten por encargo (
The Golden Vanity,
Saint Nicholas,
Rejoice in the Lamb,...), muchas de ellas para ceremonias de carácter religioso. Y me ha dado por reflexionar sobre el tema de los encargos en la música contemporánea.
Estas obras, compuestas por encargo, no diré que son más sencillas, pero sí que se me antojan más claras, más directas. Por un lado parecen verse favorecidas por la lenta evolución del lenguaje britteniano (en cuanto a la progresiva asimilación de técnicas, por ejemplo) y, por otro, gozan de una claridad que, a veces, no está presente en otras obras suyas, por ejemplo algunas de las óperas, donde el lenguaje se eleva y lograr la conexión requiere más esfuerzo por parte del oyente.
Además, me he estado preguntando si hoy en día (en el año 2009) hay un casi total abandono del encargo de obras al margen de teatros, orquestas sinfónicas, intérpretes solistas o conjuntos de cámara. Vamos, me refiero a los encargos para ocasiones especiales. Estaba pensando en el congreso que tuvimos en Oviedo en febrero de la Real Sociedad Matemáticas Española. Se recibió a los invitados con una pequeña recepción musical en donde se interpretaron tres obritas cortas para violín y piano (creo recordar que de Brahms y Albéniz). ¿No habría sido un momento fantástico para realizar un encargo a un compositor para que realizase una pequeña obra para esa ocasión en particular?
¿Qué creéis? ¿Está, hoy en día, prácticamente abandonada la tradición de los encargos? ¿O creéis que los encargos se realizan a otro tipo de músicos (que conectan con un lenguaje más popular)? ¿Los encargos son como la matemática aplicada que saca lo mejor de uno mismo para resolver un problema concreto y, por ello, pueden ser más comunicativos, más expresivos? ¿Realmente hay pocos encargos? Si hay pocos, ¿creéis que si hubiese más ayudaría a conectar a la sociedad con un lenguaje musical más exigente? Y al revés, ¿los compositores se verían animados a encontrar una vía de comunicación distinta con un público más numeroso? Evidentemente no me estoy refiriendo únicamente a la ópera (es difícil que salvo un teatro de ópera nadie se anime a encargar una ópera)...