La papagenesca crónica
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Noches de ópera como la de hoy (16-10-08 ) no se viven todos los días. Lo más probable, ante una obra de estas dimensiones, es que uno encuentre una soprano buena o muy buena, un tenor normalito o inaudible, un barítono espantoso y una escenografía lamentable. Que todo sea bueno es complicado, principalmente porque no hay exceso de grandes tenores y los grandes barítonos son una especie en extinción. Pero esta noche los astros se alinearon para favorecer al Maestro Verdi, y regalarnos una noche de ópera redonda. Prácticamente todos los intérpretes estuvieron sobresalientes, al igual que la orquesta y -por descontado- el coro. La escenografía, bonita y espectacular, terminó de redondear la función.
Era mi primer encuentro con Marcelo Álvarez, el que sin haberlo escuchado en directo era (y ahora que lo he hecho lo sigue siendo) uno de mis tenores favoritos. En el primer acto lo encontré algo frío, y fue, al igual que Violeta Urmana, de menos a más hacia el segundo. La voz de Marcelo es bellísima, y nos regala momentos sublimes. Por buscarle un pero, encuentro que en ocasiones su canto no le hace justicia a la belleza de la voz, resultando demasiado brusco o verista en contraste con lo que unos segundos más tarde es capaz de hacer (piani deliciosos, frases celestiales...). Quizá estos papeles verdianos tan potentes en el fondo maltraten un poco su hermosa voz de tenor lírico, porque a ratos me parecía que la forzaba... aunque tal vez es sólo una impresión. En cualquier caso, es un privilegio escuchar a un tenor de esta categoría: no se ven, desde luego, muchos como él.
A Violeta Urmana la escuché como Santuzza en los últimos Pagliacci del Real, y me entusiasmó. Anoche, nada más empezar, me pareció fría, y los agudos más agudos me sonaban algo destemplados, como si los tomara prestados de alguna otra garganta. Conforme la función fue avanzando, sin embargo, su voz se hizo más homogénea, hasta llegar a ser tan impresionante como en sus papeles de mezzo. El dúo del segundo acto junto con Marcelo Álvarez fue una de las cosas más hermosas que he escuchado nunca. Ambos nos hicieron rozar el cielo con ese Teco Io sto en el que uno no sabía quién de los dos estaba cantando mejor. La voz de Urmana, no obstante, suena mucho mejor en el registro medio y grave, al menos a mis oídos. La desesperada súplica con que abre el tercer acto, arropada por el tristísimo violoncello, arrancó al público una gran ovación y alguna que otra lagrimita...
Y he aquí el gran descubrimiento de la noche: el barítono francés Ludovic Tèzier. Nunca había oído hablar de él, y la sorpresa fue mayúscula cuando, ya desde el primer aria de Renato, la preciosísima Alla vita che t'arride, escuchamos una voz grande y un canto seguro, lleno de aplomo, que dibujaba las bellísimas notas que Verdi regalaba siempre a los barítonos con limpieza y elegancia inesperadas. Pero ¿de dónde ha salido este chico? parecía preguntarse el público, boquiabierto, mientras le regalaba la primera ovación de la noche. Nos quitó de un plumazo la tristeza por no poder escuchar a Carlos Álvarez, y su interpretación fue impecable a lo largo de toda la función, cosechando merecidísimos bravos en los saludos finales. Habrá que seguirle la pista.
Junto a los tres protagonistas, una encantadora Alessandra Marianelli en el papel del pizpireto pajecillo Oscar, y Elena Zaremba como Ulrica. Esta última fue seguramente la única que no estuvo a la altura del resto del elenco. Su voz parecía encerrada en la garganta, se la escuchaba poco y además tenía un vibrato acusadísimo que resultaba molesto. Habrá que esperar noches mejores para conocer a esta mezzo. La dirección de Jesús López Cobos fue, para mi gusto, magnífica, haciéndole justicia a esta maravillosa obra maestra. Y qué música tan hermosa la que escribió el Maestro Verdi; qué chispeante, otras veces qué sobrecogedora, o cantarina, o espectacular... qué llena de genio y de belleza. También nuestro coro, como siempre, tuvo una actuación brillante, y se lució a gusto en los muchos números en los que Verdi lo convierte en protagonista.
Resumiendo: una noche para disfrutar de la ópera con mayúsculas. De su grandeza, de su magia, de la emoción que te oprime el pecho y la belleza de las voces, de los coros que abruman y las muertes que hacen llorar, de las melodías pegadizas y las pasiones arrebatadas... en una palabra, del mejor Verdi. Y con un reparto que le hacía justicia. Ahí es nada.
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