Tampoco yo repetiré aunque me parece inevitable. Anoche comprendí perfectamente porqué b no habló de los cantantes. Y es que fueron lo de menos. Con la deshonrosa excepción de Forbis, que cantó francamente fatal desde el primer "Gott!" (aunque admito que ese aria no hay quien la pueda cantar bien y que mis amigos que la vieron ambos días digan que fué mejor el primero) , los demás estuvieron justos. Ninguno mal, a mi entender, aunque ninguno entusiasmante. La mejor, para mi gusto, la Marzelline, Julia Kleiter, pero ya digo: sin historia. Al Rocco de Surjan le faltaba fuerza, al Pizarro de Dohmen "terribilitá", pero todos cumplieron dignamente.
La orquesta y los coros espléndidos. La orquesta no impecable, lo admito: algún pequeño desajuste y un casi imperceptible desbarajuste, enseguida corregidos con -supongo- una mirada de Abbado. Y sobre Abbado no tengo palabras y no puedo decirlo tan bien como b. Pero, como esperaba -y es mucho decir, porque ya os dije que esperaba mucho- me emocionó. Momentos como la entrada del coro en el primer acto (bueno, todo el coro del primer acto), como el cuarteto, como la escena final, me pusieron literalmente, al borde de las lágrimas.
Anoche entendí por que los italianos hablan del director como "maestro concertatore". Creo que nucna había visto -ni al propio Abbado- un cuidado semejante en la integración de voces y foso, en que el coro no tapara lo que no debe tapar (los solos de los dos presos, por ejemplo, además muy bien cantados) en que cada instrumento tuviera el relieve que supongo, quiso Beethoven que se escuchara.
Y si no es así y Abbado se ha inventado esas sonoridades de anoche, pues que viva Abbado y siga inventándose cosas así muchos años. Indescriptible.
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Postdata: Toda buena noche de ópera tiene que tener un "pero", así que
delaforce escribió:
A última hora, sin embargo, al regista le dió un ataque de entrenador y decidió que el final estaba equivocado; en lugar de alegría y optimismo por la libertad recobrada y el futuro abierto, se mudaba una represión por otra. Lástima que se olvidó de hablar previamente con Beethoven para que cambiara la música, que no pegaba ni con cola con las iluminadoras intenciones de nuestro héroe.