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NotaPublicado: 11 Nov 2004 22:07 
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[quote="El Gran Inquisidor"]
Y Ofelia Sala es maravillosa. Hace una Susana que enamora. Así, sin más. Me ha quitado las ganas de ver a Mariajo en este papel. Y pa que lo diga yo...[quote]

EJEM EJEM EJEM... Eminencia, vamos a llevarnos bien....Fingiré que no leí lo que creo que leí....

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El tiempo es algo singular: Mientras pasa sin más la vida, no es nada en absoluto. De pronto, solo le sentimos a él, a nuestro alrededor y en nuestro interior, fluyendo una y otra vez por nosotros, por nuestros rostros, como un silencioso reloj de arena.


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NotaPublicado: 12 Nov 2004 12:02 
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Lo has leído. Así lo digo. Y así lo mantengo.

La Susanna de Ofelia Sala es maravillosa, picante, chispeante, irresistible. La Susanna de Mariajo sería preciosa, dulce, tierna... otra Susanna.

Las mujeres pueden ser maravillosas de muchas maneras, y la dulzura en una puede ceder frente a la chispa de otra. Digo yo.


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 Asunto: Lo que queda claro
NotaPublicado: 12 Nov 2004 15:22 
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El Gran Inquisidor escribió:
...

Las mujeres pueden ser maravillosas de muchas maneras, y la dulzura en una puede ceder frente a la chispa de otra. Digo yo.


es quien hacia de Cherubino, nada menos que Su Ilustrisima. Y ya lo an contratado par D. Giovanni.


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NotaPublicado: 13 Nov 2004 8:39 
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Y ahora las críticas locales:

LNE
Cuando una institución trabaja con continuidad, planificación y rigor, es lógico que los logros se cosechen a lo largo del tiempo. La ópera de Oviedo es, en este sentido, uno de los pilares de la vida cultural asturiana. Ya son cincuenta y siete años de una forma y un estilo de hacer ópera que ha dejado profundos surcos en la cultura del Principado. Y, a lo largo de esa fecunda historia, la nueva etapa iniciada a comienzos de los noventa ha propiciado un crecimiento del que ahora, con la profesionalización de la gestión por parte de Amigos de la Ópera, podemos esperar resultados del alto nivel al que se mueve este ejercicio y con un salto aún mayor en próximas ediciones.

Y esa continuidad, sólo quebrada por un paréntesis del que, afortunadamente, nadie se quiere acordar, ha tenido un deslumbrante jalón en el regreso al Campoamor de «Las bodas de Fígaro», de Wolfgang Amadeus Mozart, en la ya entrañable versión escénica de Emilio Sagi y Julio Galán. Siete años después de su estreno, sorprende la viveza, agilidad y magistral resolución de una puesta en escena que, desde una engañosa perspectiva hiperrealista -en una vuelta de tuerca genial de Sagi que lleva la obra a esa Sevilla soñada que sustenta un entramado escénico de juegos dieciochescos nada sevillanos-. El acierto de esta producción es múltiple porque en ella Sagi y Julio Galán volcaron su creatividad al servicio del compositor y no al revés en beneficio propio, como tantas veces vemos en otras producciones. En estas «Bodas» todo funciona con precisión milimétrica, en esa ambientación goyesca, desde el sobretelón traslúcido inspirado en uno de los cartones para tapices de Goya -en el pintor también Julio Galán basó el diseño y la gama cromática del vestuario- hasta el final de festín, en el hermoso jardín del cuarto acto.

La vida diaria de palacio -el hermoso fresco irónico de personajes que construyen Mozart y Da Ponte- ya se atisba desde la obertura y el preciosismo escenográfico se traduce en el cuidado milimétrico de las distintas «atmósferas» de los cuatro actos. Un sevillanísimo patio central, siempre al fondo, vertebra las estancias y el detallismo se manifiesta de forma constante en los detalles de atrezzo, desde los juegos de café hasta el mobiliario noble más rococó, las sillas de enea sevillanas, o el frondoso jardín del último acto, con luciérnagas, el canto de las cigarras y la fuente para «refrescarse de las pasiones» en el centro. En el énfasis de ese respirar sureño es elemento imprescindible la fastuosa iluminación de Eduardo Bravo en la que sigue emocionando el inicio del segundo acto cuando al abrir Susanna la ventana la luz de la mañana inunda la habitación de la condesa o el nocturno cuarto acto, sigiloso y, curiosamente, febril en el enredo.

Y, sobrevolándolo todo, la sabiduría escénica de Emilio Sagi, una auténtica dirección de actores en la que se integró todo el reparto con una complicidad como hacía tiempo no veíamos -justo es resaltar la muy buena realización de la misma de Curro Carreres-. Los gags que articulan la trama continúan igual de divertidos. Los enredos están resueltos con tal alto grado de eficacia y humor del absurdo lleno de guiños y detalles como ese baile del hula-hop que realiza Cherubino con el polisón, el fandango tan premeditadamente mal bailado, ese final con los faroles en el jardín y la mesa de boda familiar que tanto gusta a Sagi y al que sólo le faltó sacar la cámara para sacar el «retratu» de familia.

Pero donde se advierte con mimo el trabajo actoral es en la caracterización dramática de cada uno de los personajes, puesto que ni uno solo de los secundarios queda sin describir adecuadamente. Un repaso ayuda a hacer un croquis dramatúrgico de cada rol en su integración en una concepción coral que es la indicada para una ópera de las características de «Las Bodas de Fígaro». El rígido, pero no tanto, ilustrado, pero no demasiado, conde de Almaviva está perfectamente trazado como contrapunto de una condesa, con cierto perfume a la Mariscala de «El caballero de la Rosa», en lo que al concepto se refiere, un tanto desengañada pero con astucia y sabiduría vital. En el ángulo opuesto el febril Fígaro trabajado con esa mezcla de arrogancia, ingenuidad y descaro que lo individualiza y la Susanna pizpireta, a la vez melancólica y muy astuta. Y, en contraste, el desconcertado Cherubino y el resto de los papeles también claramente individualizados. Formó así el cast un conjunto perfecto, cómplice y enérgico, con la arrogancia del canto joven y la alta capacitación técnica como estandarte creativo. Además, la apuesta por este elenco hispano, casi en su totalidad, demostró la renovación progresiva de la gran escuela de canto española que continúa siendo relevante.

Para conseguir un resultado de importancia, fue básica la excepcional aportación del director musical Paul Goodwin. El británico no se anduvo por las ramas. Apostó por una visión mozartiana aquí, curiosamente, aún novedosa. La aportación de Goodwin se basó en limar las adherencias románticas con las que suele afrontarse la partitura, mediante unos tempi agilísimos -salvo en el primer acto un poco más lento- y una articulación orquestal rotunda, cohesionada con una Sinfónica «Ciudad de Oviedo» dúctil y entregada al planteamiento de Goodwin que, también, en la plantilla orquestal buscó la pureza original frente a los acercamientos saturados en este ámbito a los que estábamos acostumbrados. Con la orquesta en su sitio, el Coro de la Ópera mostró progresión ascendente y mayor musicalidad dentro de la ruta correcta que ha emprendido Elena Herrera y que, sin duda, se ha de profundizar en los próximos meses. Significativa fue, asimismo, la aportación al clave de Mario Álvarez Blanco.

Hay que agradecer al reparto su implicación en la idea de trabajo global y no en el brillo individualizado. Veamos la aportación de cada intérprete. El regreso de Manuel Lanza como conde de Almaviva ha supuesto para el público el reencuentro con el barítono santanderino, ya con una madurez vocal y autoridad fuera de cualquier duda, que convierte su interpretación en un deleite. A buen nivel se movió, asimismo, la intervención de Ana Ibarra como la condesa de Almaviva. Ibarra es una soprano en progresión continua y este rol es un paso más en una carrera que promete y mucho. La óptima resolución de sus dos arias, pese a cierta dureza en el registro agudo, indica su enorme potencial.

Arrollador fue el Fígaro de Simón Orfila. Sorprende la perfectísima adecuación del cantante a un rol que interpreta con naturalidad desbordante, sobrado de medios vocales y expresivos y siempre en un nivel alto desde «Se vuol ballare, signor contino» hasta «Aprite un po'quegli occhi» cantado al público con la sala iluminada. O sea, de principio a fin, un esplendor asentado en una emisión peculiar que le permitirá, a buen seguro, abarcar repertorio amplio. Frente a esta interpretación vigorosa, la Susanna de Ofelia Sala deslumbró. El fastuoso desarrollo que Sala hace del personaje es emocionante por la hermosura de su timbre, la hondura interpretativa del mismo y su riqueza vocal que deja pasar una técnica efectivísima. Sala está ya en los grandes teatros y ojalá aquí la veamos en próximas temporadas.

Un poco por debajo se movió Alexandra Rivas como Cherubino. Rivas es una cantante de calidad que en Oviedo ha obtenido éxitos relevantes y aunque cantó sus arias con corrección le faltó mayor cuidado estilístico en unos recitativos excesivamente enfatizados. Bien Soledad Cardoso como Barbarina, óptimo Celestino como Bartolo, en un escalón arriba en su trayectoria y muy interesante, vocal y escénicamente, la Marcelina de Begoña Alberdi. Redondeando el reparto merecen mencionarse Jon Plazaola, que llamó la atención, y merece mayor oportunidad, como Basilio, el lujo del Antonio de Miguel López Galindo y el divertido don Curzio de Francisco Javier Jiménez. Sólo se echó de menos mayor precisión en algún número de conjunto -quizá achacable al interrumpido ensayo general- que seguro se corregirá en las funciones que quedan. Al final una velada mozartiana hermosa, buen recuerdo para Julio Galán.


LVdA
Fecha: 11 de noviembre.

Autor: W. A. Mozart.

Reparto: Manuel Lanza, Ana Ibarra, Simón Orfila, Ofelia Sala, Soledad Cardoso, Alexandra Rivas, Celestino Varela, Begoña Alberdi, Jon Plazaola, Miguel López Galindo y Francisco Javier Jiménez. Orquesta Sinfónica Ciudad de Oviedo (OSCO) y Coro de la Asociación Asturiana de Amigos de la Opera.

Director musical: Paul Goodwin.

Director de escena: Emilio Sagi.

Escenografía y vestuario: Julio Galán.

Otra estupenda velada operística. Muy bien nos tiene acostumbrados la Asociación de Amigos de la Opera de Oviedo en la presente LVII Temporada. Si los dos primeros títulos, Elektra y Tancredi , se pueden calificar de apabullantes artísticamente, el pasado jueves se pudo ver en el Campoamor Le nozze di Figaro , la conocidísima ópera de Mozart en cuatro actos que no hizo más que poner en relieve el buen momento artístico por el que pasa la asociación. Con un reparto casi en su totalidad español, aspecto que no deja de resultar interesante, se ha conseguido una preciosa versión de dicha ópera que, si bien es cierto que no llega a los niveles de calidad vocal mostrados en las dos anteriores, sí se puede hablar de otro éxito operístico en conjunto.

Los alicientes de la noche eran varios. En el aspecto interpretativo contaba con un reparto constituido por cantantes españoles casi en su totalidad, además de muy jóvenes. Por otro lado, estaba la concepción de la escena, basada en una conocida producción de Emilio Sagi y el fallecido Julio Galán, a quien estaba dedicada la función. Y por último, la concepción musical de Paul Goodwin, un director familiarizado con lo barroco, que se presentaba con el reto de dirigir una de las obras más conocidas del repertorio.

Aunque se puede decir que los cuatro personajes protagonistas han tenido una gran participación, quizás fue Simón Orfila el que más llamó la atención, además de recibir el mayor número de aplausos. Ofreció una caracterización de Fígaro con notable intensidad escénica, dotando a su rol de un carácter bastante refinado, a lo que contribuyó su evolución en escena y su caracterización física, quizás demasiado rígida, con cierta falta de riqueza gestual, que se manifestó, en su recurrente posición de brazos, bastante convencional. Lo ideal para Fígaro, ese joven Falstaff al que le falta evolucionar en ingenio y figura, es una gestualidad más expresiva y exagerada, sin perder, tal cual lo hizo Orfila, su consabida elegancia. A parte de lo escénico, también obtuvo una brillante participación vocal. Fígaro está compuesto para un barítono-bajo, con una fuerte exigencia central, pero que en ciertos momentos requiere una cierta profundidad de graves. En todos los casos, Simón Orfila asumió con garantías la partitura, ofreciendo magníficos resultados, del que recordamos su Se vuol ballare, Signor Contino , entre otros fragmentos, por la espectacularidad de su proyección vocal. Manuel Lanza posee una contundente voz de barítono de un volumen sonoro pleno, que acompaña con un evidente talento interpretativo en todas su intervenciones. Su lectura dramática del conde desarrolla el componente varonil del personaje, no queriendo entrar demasiado en la posibilidad de la típica afectación de clase, lo que quita refinamiento y produce un cierto aire de rudeza escénica y vocal, no exento de interés. De su participación resaltamos el conjunto de sus apariciones recitadas, brillantemente interpretadas.


ANA IBARRA fue otra de las más destacadas de la noche. Su voz de soprano se adecúa perfectamente a las características de Rosina, Condesa de Almaviva. De todos los roles de la obra éste ha sido el más conseguido respecto de las características dramatúrgicas de la obra de Da Ponte, tanto escénica como vocalmente. Escénicamente, ofreció una condesa elegante, sensible y algo tímida, lo que acompañó de notables intervenciones vocales, como en el aria que da comienzo al segundo acto, quizás la que mejor refleja al personaje: Porgi, amor, qualche ristoro . La Susana ofrecida por Ofelia Sala no redunda demasiado en la vitalidad y jovialidad del personaje, sino en una visión tímida de dichos aspectos, lo que confieren un aire algo más serio y firme al carácter de la criada. Vocalmente se mostró muy segura con sus interpretaciones, con un lirismo quizás algo falto de volumen, compesado magníficamente con un mayor esfuerzo vocal, dotando a su interpretación de altas dosis de calidad. Su participación no puede más que leerse en términos positivos. La concepción del Cherubino de Alexandra Rivas se puede considerar como lo más relevante de la noche escénicamente, sin descuidar el maravilloso trabajo de Celestino Varela, Miguel López Galindo y Soledad Cardoso, al mismo nivel. Sobresaliente su actuación en este sentido aunque se echaron en falta unos más adecuados resultados vocales en la dicción del texto, muy ambiguo siempre. Sus aptitudes vocales subrayaron todos los aspectos que su personaje sugiere: inocencia, bondad, entusiasmo, etc. Aunque su interpretación de la genial aria Voi che sapete che cosa é amor no fue especialmente brillante, si se puede calificar de esta forma a su trabajo en conjunto.

Celestino Varela participó desarrollando el personaje de Bartolo. Como ya dije, sus dotes dramáticas son sobresalientes. Se trata de un artista, como ya comprobamos en Elektra , siempre interesado en sacar el máximo partido escénico a sus personajes, en este caso la caracterización de Bartolo fue de lo mejor, que representó con una cojera simulada. Su buena participación vocal se dejó sentir en el desarrollo de su conocida aria: La vendeta, oh, la vendetta , donde ofreció gran cantidad de recursos a la hora de superar los problemas de la pieza. Dada su juventud, la verosimilitud de su personaje ganaría si se hubiese optado por un uso más artístico y constructivo del maquillaje, aspecto que, no sé por qué, casi nunca se usa de manera expresiva en ópera.

Muy buena participación también la de Jon Plazaola en el papel de Basilio, con una bonita voz de tenor que consiguió modular de manera acorde con la dudosas virtudes morales de su personaje. De igual forma hay que subrayar, el trabajo de Begoña Alberdi como Marcellina y de Miguel López Galindo como Antonio, el jardinero, éste último con mucho dinamismo en escena y una especial gracia para el personaje, que hizo las delicias del público. Una de las cantantes con mayores virtudes escénicas fue Soledad Cardoso, que puso en pie el personaje de Barbarina con una brillantez poco usual. Además posee una voz de bellísimo timbre. Todas estas virtudes unidas a su juventud sin duda le posibilitarán un brillante futuro artístico. Con buenos resultados hay que calificar el trabajo desarrollado también por Francisco Javier Jiménez como Don Curcio, rol cuya simpatía hizo creíble en todo momento. Muy puntual pero de notable calidad la participación de María Fernández y María Acuña.


EL TRABAJO desarrollado en escena, responsabilidad de Emilio Sagi, siempre es un aliciente habida cuenta de su talento. Se trata de un director enormemente creativo, cuyas propuestas desprenden siempre una gran ilusión por el trabajo y una enorme sinceridad, al igual que lo hace su persona. En la obra hubo detalles ciertamente bellos e interesantes, como el encendido de las luces del teatro en el momento en el que Fígaro se dirige al colectivo masculino para hablar de las indecorosas virtudes femeninas. En general el movimiento escénico resultó entretenido, nada sobrecargado, sino que se entiende de manera natural y lógica. Muy elegante y acertado el diseño de iluminación, a cargo de Eduardo Bravo, del que recordamos la magnífica luz matinal procedente de la ventana de la habitación de Rosina. De la factura del espectáculo hay que decir que se caracterizó por su absoluta limpieza de cara al público, por lo que hay que felicitar al trabajo de regiduría, a cargo de Amaya Alvarez.

La versión musical de P. Goodwin, al frente de la Orquesta Sinfónica Ciudad de Oviedo se puede considerar bastante equilibrada. Moderna en el sentido interpretativo, sin utilizar la posibilidad del elemento melódico en los recitados. Su comunicación con los cantantes no fue siempre correcta, lo que ofreció algunos desajustes con la orquesta, aunque su ejecución como concertador se puede considerar buena. Su versión musical establece de manera clara la articulación de líneas de la partitura, con unos tempi y un dinámica nada exagerados, en el mismo nivel de equilibrio. Hay que situar su lectura de la obra en el mismo nivel de bondad artística general. Satisfactoria intervención del coro de la AAAO.

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NotaPublicado: 13 Nov 2004 19:47 
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El Gran Inquisidor escribió:
Lo has leído. Así lo digo. Y así lo mantengo.

La Susanna de Ofelia Sala es maravillosa, picante, chispeante, irresistible. La Susanna de Mariajo sería preciosa, dulce, tierna... otra Susanna.

Las mujeres pueden ser maravillosas de muchas maneras, y la dulzura en una puede ceder frente a la chispa de otra. Digo yo.


en mi opinión la Susana d Ofelia Sala está bien, pero noe s para tanto, la verdad. Le falta un pelín de voz, y sus dotes de actriz no son las ideales. Lo hace bien, sin embargo. En mi opinión la superaría, creo, en todo, la susana de Mariajo.

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El crítico de la crítica. Siempre con el mejor ánimo, por supuesto.


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El Gran Inquisidor escribió:
Lo has leído. Así lo digo. Y así lo mantengo.

La Susanna de Ofelia Sala es maravillosa, picante, chispeante, irresistible. La Susanna de Mariajo sería preciosa, dulce, tierna... otra Susanna.

Las mujeres pueden ser maravillosas de muchas maneras, y la dulzura en una puede ceder frente a la chispa de otra. Digo yo.


en mi opinión la Susana d Ofelia Sala está bien, pero noe s para tanto, la verdad. Le falta un pelín de voz, y sus dotes de actriz no son las ideales. Lo hace bien, sin embargo. En mi opinión la superaría, creo, en todo, la susana de Mariajo.

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NotaPublicado: 14 Nov 2004 11:48 
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¡Vaya, Pelida, reapareces! A ver si te dejas caer más por aquí.

Ayer asistí a la 2ª representación de las Nozze en una producción ya viusta hace unos años y que, nuevamente, me encantó. Se pasa uno la ópera en un suspiro.¡Viva Mozart!
Los cantantes, en conjunto, bien. Yo destacaría, como Inqui, también, en la parte positiva la Susanna de Ofelia Sala, tanto vocal como escénicamente y muy bien en los recitativos, tan importantes en esta ópera. Su "marido" era Orfila que también se merece mi aplauso, aunque en momentos le vi algo soso, se puede decir que me encantó. El conde era Manuel Lanza y la condesa Ana Ibarra. El primero me gustó más hace unos años y Ana Ibarra me decepcionó profundamente, algún momento bueno, pero me pareció el punto más flojo del conjunto, aunque el Cherubino de Alexandra Rivas tampoco me conquistase para sus adeptos, si los hay.
El resto, como se suele decir, correcto. Especial mención para el Antonio de Miguel López Galindo, que lo bordó.

Tras la excelente función, excelente cena, pero ese es otro cantar

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NotaPublicado: 14 Nov 2004 21:34 
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Mulero (arrieritos somos...)
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Después de ver la función completa, me reafirmo en lo dicho sobre Ofelia Sala. El Deh vieni non tardar fue, para mí, un momento absolutamente mágico.

Sobre Ana Ibarra, yo no estoy tan decepcionado como el señor Conde, pero un poco sí. El agudo es dudoso y el trino inexistente, pero las palabras "Dove sono" fueron de lo más bonito que yo tengo escuchado. Para mi gusto, insisto.


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NotaPublicado: 15 Nov 2004 13:28 
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Mulero (arrieritos somos...)
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Pa troncharse.

Hora del café en la Facultad, y una compañera comenta que no le gustaron nada las Bodas, y que la gente aplaude cualquier cosa. Cerca de ella, decía, había uno que gritaba, que seguro que era un pagado. Exactamente a su derecha, encima del vomitorio...


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NotaPublicado: 15 Nov 2004 14:44 
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El Gran Inquisidor escribió:
Cerca de ella, decía, había uno que gritaba, que seguro que era un pagado. Exactamente a su derecha, encima del vomitorio...


:oops: :oops: :oops: ¿No sería una señora más o menos así: Imagen?
Pues sólo grité "brava" a la Susanna, que si llega a estar en "Tancredi" o en el recital de JDF...Imagen

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No pretenderás que conteste a eso...


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NotaPublicado: 15 Nov 2004 16:58 
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El Gran Inquisidor escribió:
No pretenderás que conteste a eso...

¿en privado? :roll:

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NotaPublicado: 15 Nov 2004 17:08 
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Mulero (arrieritos somos...)
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Tupido velo, please


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NotaPublicado: 15 Nov 2004 17:09 
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El Gran Inquisidor escribió:
Tupido velo, please

De acuerdo, de acuerdo.

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NotaPublicado: 16 Nov 2004 12:50 
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Concertino
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Me sumo a las felicitaciones por otra excelente producción. Lo que más me gustó fue el Conde y Susanna. A Fígaro le faltó un pelín de desparpajo escénico, aunque vocalmente iba bastante bien (si acaso pocos graves, lo que, dada su juventud, no es un problema).

La única crítica que puedo hacer no es culpa de la producción, sino de conocer demasiado la obra, en concreto algunos números, lo que hace que te quedes incómodo con algún detalle ("Se vuol ballare" bastante lento y poco expresivo para mi gusto...), pero bueno, debe ser la puta envidia de ver tan buena gente (¡y tan joven!) ya triunfando.

Un saludo

Bel667


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