Waldemar Andreas Schwager Tove Camilla Nylund Voz de la paloma del bosque Ekaterina Semenchuk Campesino Wolfgang Koch Klaus-Narr Wolfgang Ablinger-Sperrhacke Narrador Robert Holl
Orquesta del Concertgebouw Riccardo Chailly, director emérito
Esta monumental obra, que podría definirse con mucha liberalidad como escenas de una ópera, requiere una orquesta de más de 120 miembros, con 25 metales, 25 maderas/vientos, 4 arpas, celesta, 16 instrumentos de percusión y cuerdas dobladas. Además , 6 solistas, 2 coros masculinos y un coro mixto. Solo enunciarlo produce vértigo. No está al alcance de muchas orquestas ni de muchos directores hacer una versión que valga la pena.
Pero hacerla excepcional es cosa de muy, muy pocos, y entre ellos están Chailly y la orquesta del Concertgebouw. A sus 70 años, no ha perdido un ápice de la energía que lo ha caracterizado siempre. Con un gesto amplio y nervioso a la vez, mantiene la estructura de semejante tinglado de principio a fin, extrayendo la infinidad de motivos, de líneas musicales, de contrastes tímbricos….todo ello con una transparencia que roza lo increíble cuando en ls última escena está toda la orquesta y los 3 coros cantando a varias voces cada uno.
Solo la orquesta merecería varias páginas para explicar un sonido inmenso y lleno, y sin embargo delicado y casi camerístico a la hora de diferenciar planos y timbres. Cómo consiguen que el legato de seda se dé no solo dentro de una sección sino que se establece entre distintas secciones cuando lo pide la partitura, de forma que la música parece que nace de sí misma; cómo los pizzicati de 50 cuerdas a la vez suenan como uno solo, delicado y a la vez rotundo y sin que nadie entre ni salga una décima de segundo antes o después, como los metales brillan sin ensordecer, cómo es envolvente el sonido de las arpas o de las maderas…..todo ello conforma una experiencia de puro éxtasis sonoro.
Andreas Schager fue el triunfador absoluto entre los solistas; a pesar de que no es muy santo de mi devoción, me dejó clavado al asiento su poderío vocal, sus agudos restallantes y llenos de brillo, por encima de toda la orquesta, su fraseo y su capacidad de matizar mucho más aplicados que otras veces que lo he escuchado haciendo Wagner. Fue modélico su ¨Ross, mein Ross¨, lleno de brío, de furia cuando increpa al Altísimo en ¨Herrgott…¨, pero también cuando tiene que apianar o cantar con medias voces de gran emotividad, buscando siempre el contacto del público con la mirada.
A Camilla Nylund la vi muy seria y un poco rígida, debía tener algún problema, porque la voz rascó mínimamente un par de veces. Vestida de blanco impoluto de paloma de Gurre, cantó, no obstante, bastante bien, pero a mi me dejó un poco frio con respecto a otras veces que la he escuchado.
Bien Ekaterina Semenchuk. Aunque es una cantante que personalmente no me acaba de gustar, su emisión homogénea, los graves bien apoyados y resonantes y el bien resuelto agudo del final que siempre resulta comprometido para una mezzo, lograron una interpretación convincente.
Flojo Wolfgang Koch como el campesino, con la voz algo apagada y en mi opinión poco implicado en su interpretación; no obstante es un artista de clase y salió más o menos del paso.
Estupendo el Klaus-Narr de Wolfang Ablinger-Sperrhacke, tenor que a pesar de no quitar ojo al director entoda su intervención, actuó su papel no solo con gran expresividad vocal sino también acompañado de una gestualidad y movimiento corporal como si lo estuviera haciendo en escena.
El bajo-barítono Robert holl, a sus 76 años, defendió la parte del narrador con gran profesionalidad, un centro todavía timbrado y un fiato admirable para su edad. Sufrieron un poco los agudos y algo la expresividad, ya que sus esfuerzos se concentraban sobre todo en que no se descontrolara en ningún momento la emisión, cosa que consiguió con creces.
En resumen, una gran noche de excelente música en la que hubo 2 grandes triunfadores, Chailly y Schager. Pero todavía por encima de ellos, yo pondría a la orquesta del Concertgebouw, cuyo sonido se queda grabado en tu cabeza hasta mucho tiempo después del concierto.
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