Pasan los días. Pesan los años.
Atrás se quedan otras navidades. Adelante, quedan resquicios para seguir peleando. Pero la edad pesa y las ganas escasean. Cada vez que me siento a escribir me cuesta más, y me saco a mí mismo un catálogo de excusas que supera al de Xavi Hernández. Bueno, me he pasado, a tanto no.
Pero como me han puesto unos ojos nuevos para ver si veo el futuro con más optimismo, resisto y con ánimo renovado me apresuro a escribir lo que en Valencia ha acontecido, o al menos, lo que a mí me ha parecido.
La sirenita, cuando pasa por el tamiz checo, se convierte en una historia aún más sombría, de mayores traiciones y más triste que cuando se ubica en otras latitudes. Y es que hay pueblos, como el checo, como el polaco, que tienen una historia de sufrimiento muy larga (y muy profundo, Ana Belén, aunque no lo sepas), y el pesimismo, la pesadumbre y la oscuridad forman parte de su ADN. Por ello, en su música, a veces, se nota una tristeza hermosísima.
Con la adaptación de Kvapil, Dvorak escribió una música excelsa, impresionante. Él, que amaba la ópera y era, hasta Rusalka, su asignatura pendiente, desplegó toda su orquestación, todas sus influencias, todo su lirismo y todo su romanticismo para escribir una obra maestra. Y por fin llega a Valencia enfundada en la puesta en escena de Loy de Madrid, pero con peores mimbres en las voces.
Rusalka, la del Real, era una coproducción con Les Arts, y a Valencia que ha venido, como toca, que para eso se paga, y no como otras coproducciones de Les Arts, de la época de Livermore, de las que nunca se supo, y ni están, ni se les espera.
Christof Loy hace lo de siempre. A veces encaja y a veces, ni por el forro. Espacios grandes, grandes ventanales. Ellos de esmoquin, ellas de fiesta, el personal de servicio uniformado. La mesa, las sillas, la orgía, la cuidada y trabajada dirección de actores, etc... Siempre lo mismo. Que si Koncept, que si psicología de los personajes, que si búsqueda de una explicación paralela que se detalla en el programa de mano (dónde lo haya). Churros, yo ya no me lo trago, Loy es un vago y siempre hace lo mismo, y así se ha creado un nombre con una marca y un prestigio, pero en realidad es un copia y pega. No fue el despropósito de Herheim en el Liceo, pero me pareció una birria. Como la ha visto todo el mundo en Madrid, o en DVD, o en YouTube, no me extenderé más.
La maravillosa orquesta que tiene Valencia, dirigida por Cornelius Meister, que tiene nombre de Maestro cantor de Nuremberg, fue, de lejos, lo mejor de la noche. Desde la obertura, el maestro Teutón, agitando su pelo de príncipe de beckelar, le dio poderío, brillantez, intensidad y color. ¡Qué final! Epílogo wagneriano en ese maravilloso dúo que parió Dvorak para cerrar la noche.
Rusalka fue Olesya Golovneva, que no es, ni de lejos, Asmik Grigorian. El problema es que cuando se hace una puesta en escena como la de Loy, en la que la cantante tiene que saber ballet, restringes muchísimo el universo de opciones, y si Asmik no está, pues Olesya, que, aunque peor que Asmik, también baila ballet clásico. Golovneva sólo funciona bien en agudo y forte. En medios y sobre todo en graves, pierde belleza, rotundidad y volumen. Y además su canto no emociona, es frio. Trabaja mucho la parte actoral, pero ahí tampoco es Asmik. Su canto a la luna, mejor ligado y más bello que un video que me habían enviado antes. Su “Necitelná vodní moci”, para olvidar.
El príncipe fue Adam Smith, que dejando teorías económicas aparte, tampoco emocionó. Este americano tiene un timbre bonito, una técnica muy justita y un agudo peligroso. Físicamente apropiado para el papel, también trabajó la parte actoral, pero en lo vocal me esperaba más de él.
Ježibaba fue Enkelejda Shkoza, para mí, un desastre. Ya sé que algunos discrepan conmigo, pero paso a describir mis impresiones: vibrato caprino descontrolado, chillona y fiato justo. Soltó tres pepinazos descontrolados, y por eso, creo, que gustó. A mí, no.
Vodník fue Maxim Kuzmin-Karavaev, que también actuó en el Real, por eso, habrá más gente en desacuerdo con mis apreciaciones que en el resto de voces. Voz pequeña, interpretación fría, en la línea de dejarse la emoción en casa.
La princesa extranjera fue Sinéad Campbell-Wallace, que como veo que estoy siendo un poco duro con el elenco, diré que, para lo poco que canta, no lo hizo mal.
Coprimarios bastante decentes, destacando el trio de ninfas del tercer acto, delicado y bellísimo.
Entre el público ser encontraban visitantes ilustres, como Tip, Amelie y algún otro que no conozco, personas no visitantes pero ilustres e ilustrísimas, como Amolaopera, fenómeno entre los fenómenos, Llevantis, familiares y amigos. De esos días que no se da abasto en el entreacto, y por intentar atender a todos, no se atiende a nadie y se queda con la sensación de haber quedado mal con todo el mundo.
En fin, pedazo de ópera. Una pena que, aun siendo una tarde de las que me curan el alma, de las que la música me alimenta, faltasen detalles importantes para ser una función redonda.
Saludos
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