Violetta Valéry -------- Pretty Yende
Flora Bervoix -------- Natalia Skrycka
Alfredo Germont ------ Paolo Fanale
Giorgio Germont -------Alfredo Daza
Gastone --------------Andrés Moreno García
Barón Douphol ---- ----Benjamin Chamandy
Marqués - ------------Tachan Kim
Doctor Grenvil - -------David Oštrek


Dirección de orquesta---Speranza Scappucci
Dirección de escena______Dieter Dorn




Caído del cartel Amartuvshin Enkhbat, la única buena razón para ver esta Traviata, se ha quedado en una producción bastante mediocre y desilusionante.

Pretty Yende no me ha gustado en absoluto; la voz no es fea ni tampoco especialmente bonita, dotada de un timbre carnoso y por momentos hasta sensual en la zona grave pero para mi gusto exento de cualquier atisbo de personalidad. La acentuación es cuando menos, exótica, y los problemas de entonación que aparecen aquí y allá, no auguran nada bueno. De momento le causaron unos cuantos apuros al tenor en las cadencias del “croce é delizia “, que a pesar de todo consiguió terminar sin descalabrarse.

La falta de intención y de expresividad son patentes a lo largo de toda la ópera, tanto más con la cantidad de momentos que tiene la soprano para demostrar su compromiso con el papel. Los dejó pasar Yende con más pena que gloria: jamás he oído un “Follie…!!” con tan poca gana, un “Dite alla giovine” perfecto ejemplo de inanidad expresiva; en el “Amami Alfredo” suplió la ausencia de pasión con un aumento del volumen, que tampoco es espectacular. Para cuando llegó la lectura de la carta, “Addio del passato” y “Se una pudica vergine”, la desfalleciente Violetta ya estaba muerta y enterrada en el cementerio de Montmartre hacía un buen rato. Su mejor momento fue “Gran Dio morir si giovane”, donde pareció despertar por unos momentos de su letargo.

Paolo Fanale es un cantante entregado y con un canto cargado de buenas intenciones; hace lo que puede con su pequeña y agradable voz dotada de bastante precisión en las agilidades, lo que seguramente la haría más propicia para servir a una ópera barroca que para impersonar al impetuoso Alfredo; a pesar de que canta bien y frasea con corrección, la voz es la que es y se le queda muy justa en numerosos momentos; cantó el sobreagudo al final de la cabaletta con mejor intención que resultado.

Alfredo Daza tiene una emisión estentórea y exageradamente impostada, como para hacer ver que está interpretando apasionadamente lo que canta; pero a mi me llegó más el ruido que las nueces, y si bien tiene un buen volumen y una buena dicción , y , aunque con buena afinación y cantando las notas correctas, la carencia total de armónicos y un timbre sin carne ni sustancia daban a veces la impresión de estar escuchando un sintetizador.

Speranza Scappucci me pareció aburrida la mayor parte del tiempo; tiene ya una amplia experiencia sobre sus espaldas y ha sido asistente de Muti unos cuantos años , pero su dirección más bien retenida cuando no lánguida y/o monótona está a años luz del gran verdiano. En general muy cuidadosa con los cantantes, nunca pasada de decibelios y decente concertadora; sin embargo, un aria tan hermosa como “Di Provenza” fue de una pesadez y planitud exasperantes, lo que se repitió en muchos de los momentos individuales de los intérpretes.

Sin embargo, en los coros se podía intuir aquel sonido incisivo , amplio y majestuoso que aplicaba Muti a los números de conjunto; digo solamente intuir, ya que las dosis de pasión y arrebato eran en este caso mucho menores. Los coros y los efectivos crescendos de la percusión que subrayan los “Amami Alfredo” fueron lo mejor desde mi punto de vista. Excelente la prestación del coro del teatro.

El montaje, carente de interés y con una mínima dirección de actores, abandonados a su suerte en la mayor parte de sus movimientos y expresiones, las cuales resolvían a su buen entender.

Un espejo roto en el que de vez en cuando Violetta se va asomando a su decadencia física y tras el que , los componentes del cuerpo de ballet, cubiertos de una segunda piel toda blanca pegada a la suya propia, construían la figura de una calavera con unas contorsiones muy hábiles, o desaparecían en la ultima escena, en la que ese espejo de muerte absorbía a la pobre Violetta en su último momento.

Ni el vestuario colorista, ni la —buena idea dramatúrgica ésta— enorme bolsa que en la escena de la fiesta derramaba desde la parte superior del agrietado espejo un polvo blanco formando un montículo, quizás sustancia para divertimento de los invitados, y que en la última escena pasa a ser fatídico reloj de arena, inexorable marcador de los últimos minutos de Violetta, consiguen animar mucho más el cotarro.

Enormes ovaciones del público que abarrotaba la Staatsoper, especialmente dirigidas hacia Yende y Scappucci.

Hacía mucho que no veía una Traviata, desde la del TR en plena pandemia, que recuerdo con cariño por ser el único teatro que funcionaba en aquellos momentos en el mundo. Y la anterior, algunos años antes en Venecia con una soberbia Patricia Ciofi, que me regaló una de las mejores interpretaciones que puedo recordar en absoluto.

Nada que ver con esta función que borré de mi cabeza apenas salí del teatro.

La Yende que es una buena lírica ligera, no es voz expresiva ni siquiera para abordar el último acto de Traviata.
No tiene el encanto, la expresividad ni la brillantez vocal de su colega y amiga Nadine Sierra que está cantando roles similares y precisamente, triunfando estos días enParis también como Violetta.

Curioso lo de Yende y Sierra que se reparten roles similares, la Yende más en Europa y la Sierra en Europa y USA y que son ambas, de la misma Agencia artística, GM

Bueno, es que Violetta ha sido siempre y tradicionalmente un papel para soprano spinto, si lo queremos bien cantado, quiero decir. Otros prefieren que les den gato por liebre. Algunas veces -o bastantes por lo que se oye por ahora- las (falsas) coloraturas del primer acto encandilan demasiado y no nos dejan ver el bosque de los dos siguientes, que requieren, a cada paso y en aumento, una voz con tonalidades graves hasta el final.