Crítica de la función de estreno (3 de julio de 2023)Recién llegado del Teatro me senté anoche frente al teclado para pergeñar unas cuantas líneas que resumieran lo que acaba de ver en esta primera representación, de las diecisiete en total que ha programado el coliseo madrileño de la famosa ópera que Puccini dejó inacabada, pero tuve que dejarlo porque se hizo demasiado tarde y tenía que madrugar al día siguiente. Retomo ahora la crónica, aunque confieso que me gustaría redactar una reseña más detallada y extensa dentro de unos días.
Suelo huir, como del diablo, de las funciones de estreno, pero esta vez no me fue posible, pues sustituí mis entradas originales por otros dos compradas exclusivamente con la intención de ver el debut de Nadine Sierra en el rol de Liù y no conseguí localidades similares en otras fechas. Todos sabemos lo que ha ocurrido luego --la cancelación de la intérprete-- y yo mismo lo tuve muy presente anoche, a lo largo de la función, no lo duden...
Ahora bien, lo que no acierto a comprender es la justificación que dio la soprano norteamericana para eludir este compromiso con el Real --que necesitaba descansar--, teniendo en cuenta la propuesta escénica planteada por
Robert Wilson: un montaje absolutamente estático y lleno de movimientos convencionales y mecánicos, donde los intérpretes interactúan y se mueven menos que un gato disecado. Pero bueno, pasemos ya a otra cuestión, pues el cabreo por la cancelación de Sierra no tiene solución a estas altura.
Empezando por lo estrictamente musical, decir que
Nicola Luisotti rehuyó la lectura solemne y grandilocuente a la que se presta la partitura (especialmente en determinados momentos), inclinándose por un dirección más atenta a lo teatral y a la acción escénica que al puro sonido, hasta el extremo de que ciertos pasajes de gran empaque instrumental --el impresionante
finale del acto I, por ejemplo-- llegaron a sonar algo expeditivos y prosaicos, sobre todo si se compara con la suntuosidad de algunas versiones discográficas clásicas que todos recordamos y admiramos. Unos
tempi muy adecuados, el empaste de toda la masa orquestal y el entrega de los maestros de la Sinfónica de Madrid a la partitura de Puccini --llena de exotismo, matices tímbricos y la habitual riqueza melódica del compositor de Lucca--, terminaron de redondear la acertada labor de la orquesta. En la misma línea de compromiso, seguridad y buena prestación se movió el coro, mostrándose excelente en los números de conjunto, tan importantes en esta ópera.
Anna Pirozzi, una de las sopranos dramáticas más solicitadas de los últimos tiempos, se defendió bastante bien dando vida al rol titular de la obra (que tampoco pide a quien lo interprete, todo sea dicho, especiales matices en lo canoro, más allá de la capacidad para sostener una tesitura inclemente y muy comprometida en la zona aguda, con una línea de canto caracterizada por los acentos desabridos, amenazantes, irritados e imperiosos). En dicho terreno, la napolitana estuvo bastante segura, pues es dueña de un instrumento denso con caudal y volumen generoso, un timbre brillante, un registro central bien guarnecido y un agudo poderoso y rutilante. Todo ello apoyado, además, en una nitidísima dicción. El punto débil, quizá, se halla en la franja grave, donde la voz suena algo desguarnecida y pierde proyección y empaque, razón por la que su recreación del rol se resintió en determinados pasajes (especialmente en
"In questa reggia" y toda la escena que le sigue). En lo dramático y actoral, eso sí, el papel de la
principessa di gelo le fue como anillo al dedo, pues Pirozzi es una intérprete que, por lo general, no se distingue por el
fuoco, la intensidad y la implicación con los personajes que interpreta. Circunstancia que destacó aún más, si cabe, en este caso, dada la inane, frigidísima y estática producción de Wilson, donde todos los movimientos se encuentran rígidamente estandarizados y los intérpretes ni siquiera se rozan.
Muy destacable la Liù de
Salome Jicia, tanto por implicación dramática e inteligencia musical, como por adecuación vocal, pues a pesar de que la soprano georgiana es, en origen, una soprano ligera, lo cierto es que el instrumento ha ensanchado (si bien en la zona grave resulta algo débil) y fue capaz de dar vida, con credibilidad, a la sufrida esclava, un rol que tiene los momentos más hermosos y agradecidos de toda la ópera. Aunque en todo momento me estuvo viniendo a la memoria el recuerdo de la
maledetta Nadine Sierra
y lo que hubiera hecho ella en el papel, lo cierto es que la prestación de Jicia resultó convincente, pues empleó sus medios con inteligencia y acierto a la hora de desplegar matices y usar los reguladores, tanto en su primera intervención estelar
("Signore, ascolta") como, sobre todo, en su segunda romanza
("Tu che di gel sei cinta") donde echó toda la carne en el asador, mostrándose realmente delicada y cuidadosa con las dinámicas, haciendo uso del
legato, apianando y ofreciendo varios filados de muy buena factura. La más destacable del reparto, en mi opinión.
Mis encuentros con el tenor canario
Jorge de León son, cada vez, más tristes y desconsoladores, pues a los problemas que he ido detectando en su instrumento en otras ocasiones --voz engolada y trasera, con sonidos apretadísimos en la zona alta (como si la emisión no fuera franca, ni estuviera liberada)-- se ha añadido un
vibrato que ya estaba ahí con anterioridad, pero que ahora se ha vuelto incontrolado, permanente y demasiado ostensible. El intérprete, además, desplegó un canto plano, de nula imaginación e inexistente
legato. Ello resultó especialmente llamativo en su primera gran intervención
("Non piangere, Liù"), que se presta como nada al tono elegíaco, la expresión contenida, el recogimiento cómplice y el canto ligado, pero que de León interpretó (excepto en algún momento puntual) todo en
forte y
mezzoforte sin ligar una frase prácticamente nunca y rematando con un agudo algo descontrolado que no fue precisamente destacable. ni prolongado. Bastante mediocre también el
"Nessum dorma --donde el cantante presentó los mismos problemas ya descritos:
(vibrato excesivo, ausencia de canto
legato y escasez de dinámicas)--, aunque el público arrancó a aplaudir inmediatamente, antes, incluso, de que la orquesta rematara la romanza. El canto arrojado, directo y valiente no faltó, sin embargo (aun sin ser suficiente), como tuvimos ocasión de comprobar en la última llamada a Turandot del acto I --que el aguerrido canario alargó bastante-- y en momentos muy concretos de las respuestas a las adivinanzas y del dúo final con la princesa (en ese remate de ópera compuesto por Franco Alfano, que resulta tan artificioso como insuficiente). Al concluir la representación hubo disparidad de opiniones, y los abucheos se mezclaron con los aplausos (aunque estos, al final, acabaron por imponerse con timidez). Dicha circunstancia, por cierto, me entristeció sobremanera, pero creo que estaba justificada.
Tras Jicia, lo más que más me gustó de la función fueron los ministros Ping, Pang y Pong de, respectivamente,
Germán Olvera, Moisés Marín y
Mikeldi Atxalandabaso, que estuvieron brillantes en lo canoro, perfectamente coordinados en sus destacables intervenciones como trío y muy simpáticos en todo momento, a pesar de los tontorrones y algo ridículos movimientos escénicos que les impuso Wilson, acentuando con ello la ya tópica y manida imagen del chino gracioso que construyeron los propios creadores de la obra, con Puccini a la cabeza, siguiendo una concepción de estas personas muy asentada en el imaginario de Occidente durante mucho tiempo. Muy bien, asimismo, el Mandarín de
Gerardo Bullón, que tuvo dos destacables intervenciones (con un ligero tropiezo en la primera), y más que digno el emperador Altoum de
Vicente Esteve. Correcto, sin más, el Timur del bajo polaco
Adam Palka, aunque de voz algo estentórea, sonidos demasiado fijos en la zona aguda y un timbre menos oscuro y contundente de lo que, en principio, sería deseable para dar vida al anciano padre de Calaf.
Wilson, como no podía ser de otro modo, también fue abucheado al final de la representación por su esteticista, fría, maquinal y pasiva propuesta escénica (que, al menos, no molestó demasiado y resultó bastante plástica, aunque fue como si hubiéramos estado viendo una de esas funciones en concierto semiescenificada, que tanto se llevan ahora).
Y eso es todo lo que puedo decirles.