¡”Ya está aquí la Tosca de Rafael R. Villalobos!” Así anunciaba en las redes sociales el Teatro de la Maestranza su último espectáculo de la temporada. No la de Puccini, sino la de Villalobos, para que nadie se llevara a engaño. Aún así, se escucharon al principio del acto segundo gritos de “Esto no es Tosca” e incluso hubo quien se salió y pidió el libro de reclamaciones. Claro que el primero que debería haberlo pedido hace ya tiempo, desde que se estrenó esta producción, es el propio Puccini, porque allí estaba su música, sí, pero no su imprescindible complemento teatral. Y es que estamos ante una de las óperas más puramente teatrales, desde su música hasta sus acotaciones escénicas. Y en el Maestranza, como antes en otros teatros, no hubo teatro. No había correspondencia entre lo que los personajes decían y lo que ocurría en la escena, con situaciones ridículas como que la tortura de Mario se haga a la vista de Tosca, con lo que se pierde toda la angustia que la protagonista siente ante la incertidumbre de lo que le estará ocurriendo a su amado. Y así tantas otras escenas (aún estoy intentando comprender lo del niño con un cochinillo en brazos del principio).
La superposición Mario-Pasolini no funciona ni con calzador, porque por más que se fuerce el paralelismo, Mario no muere por ser artista ni por ser simpatizante de las ideas revolucionarias. No es un héroe de la libertad de expresión, sino el peón que el lúbrico Scarpia se come para alcanzar a la reina. Y esto es lo peor de esta elucubración de Rafael Rodríguez Villalobos: demasiada ideología y poco teatro. Como es habitual en él, sobrecarga tanto el espectáculo de planos discursivos (el artista como peligro social, el abuso del poder de la Iglesia, la homosexualidad, la pederastia…) y de ruido escénico (el continuo ir y venir de la escenografía giratoria, el omnipresente Pasolini, las referencias cinematográficas, las pinturas) que el espectador se siente perdido. Y de ahí los pitidos, abucheos y gritos en medio y al final de la representación. Primera vez, por cierto, que en treinta años se abuchea un espectáculo en el Maestranza, cuyo público suele aplaudir sin reservas lo que le echen.
A quien no se abucheó como lo hubiesen hecho en Italia fue a Vincenzo Costanzo, una voz a todas luces imposible para este y casi que para cualquier personaje operístico. Voz ingrata de escuchar, abierta, trasera, sin apoyo en la zona de paso, donde suena estrangulada. Emite a base de empujar, sin elegancia en el fraseo y con una escandalosa tendencia a quedarse por debajo del tono en muchas ocasiones. Junto a él tuvo a una Yolanda Auyanet que intentó acercar el personaje a su voz actual, más lírica de lo que Floria Tosca demanda. El maestro tuvo que controlar las dinámicas más allá de lo recomendable durante el dueto del primer acto para no cubrirla porque se la oía poco. No fue, pues la Tosca aguerrida y fiera, sino una Tosca frágil, algo sobreactuada en el tercer acto (responsabilidad de Villalobos, suponemos), pero que en el Visi d’arte tuvo su mejor momento. Cerrando el triángulo fatal, un Ángel Ódena cómodo con su personaje en el primer acto gracias a su voz contundente y ruda, sobrada de volumen, pero a quien el fraseo más conversacional del segundo le pasó factura por su incapacidad para regular y utilizar los colores como herramienta expresiva. Y, de entre los demás personajes, cabe destacar la estupenda voz y la buena actuación de David Lagares como Angelotti y el buen hacer teatral (lo vocal estuvo en plano inferior) de Enric Martínez-Castignani. Los demás sólo discretos. Fue buena idea, puestos a que el coro no estuviese en escena durante el Te Deum, situarlo en la galería técnica superior del teatro, creando así un sonido envolvente muy atractivo añadido a su magnífica prestación. Gianluca Marcianò llevó con garra a la orquesta cuando las voces no le exigían echar el freno, aunque sus tempos fueron más bien lentos, con momentos sin tensión como un final del segundo acto que no parecía terminar nunca.
_________________ Io non sono che un critico (Jago en "Otello")
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