Última función de Arabella con Astrid Kessler de protagonista. Una soprano estupenda, con una voz bella, imponente, bien proyectada y con gran sentido dramático. Un lujazo para este papel.
Aquí que todos nos las damos de habérsela oído cantar a Fulanita Waldestingen por cuatro euros en aquel teatro de una desconocida ciudad alemana y que estuvo (por supuesto, por supuesto) maravillosa, no voy a ser yo menos en cuanto a mis referencias en Arabella. Pero sobre todo por hacer una comparativa sobre las maneras de enfocar esta ópera.
Dejando al margen la grabación discográfica por excelencia de esta obra, Solti con Della Casa, London, Gueden y Dermota, mi primera experiencia en vivo fue la breve escena del vaso de agua en un recital de Anna Tomowa-Sintow cuando aún tenía ese timbre cristalino y brillante que maravillaba. Claro que no se trataba de la ópera entera y que era imposible hablar de una evolución del personaje, solo era ese pequeño monólogo en el que se recreaba en el preciosismo de su instrumento. Ensoñadora, mágica. Una visión válida pero bastante al margen de lo que es el personaje.
Como lo es el vídeo del Met con Kiri Te Kanawa y Wolfgang Brendel. Es la producción más ultracorrecta que se puede hacer, pero a la vez la más ajena a la intención dramática de la ópera. Decorados, vestuario, ambientación y dirección de escena hiperclásicos. Una orquesta de lujo... y una interpretación global de lo más aséptica. Kiri, ya en sus últimos años de superestrella, lleva su interpretación enfocada en intentar sonar bella y mantener su siempre elegantísima línea de canto. Pero para mi gusto se mantiene totalmente al margen del personaje, cayendo en la cursilería. Es una Arabella distante que deja que las cosas sucedan, sin implicarse.
Frente a estas dos Arabellas, muy válidas por supuesto, tenemos la propuesta del Teatro Real. Loy nos recibe con un agresivo e irritante en su exceso de luz decorado blanco cuyas paredes se van deslizando abriendo y cerrando espacios en un lento pero constante movimiento. Y en esos espacios los personajes viven, aman, dudan. Están vivos, no son muñecos en un escenario pendientes de que los dúos de las hermanas o de los enamorados queden impecables. Astrid Kessler no es solo una buena voz, es una muy buena intérprete, es una Arabella de carne y hueso. El punto polémico: la escena de Mandryka con la Fiakermilli. Justificado dramáticamente aunque un tanto excesivo. La gran frase de Mandryka: deja de ser un pueblerino para comportarse como un noble vienés. Es solo al final cuando la comedia llega a su fin que el decorado se vuelve otra vez árido y blanco, con los personajes mirando a la pared muertos de vergüenza. Porque es una comedia, sí, pero a su trasfondo se le puede sacar jugo. Vamos, que si nos toca la directora de escena de La Sonnambula, Arabella le echa el vasito de agua a Mandryka y se va de compras con su hermana. Y no las tengo todas conmigo de que el final que nos han mostrado sea tan happy ending como parece. Sobre el cambio de época a los años 50 del siglo XX pues mira, es muy válido. Prescindir de palacios, cortinajes y balaustradas no afecta a la esencia de la obra. Y sí, da rabia ver un decorado tan pobretón y feo al inicio, pero estamos hablando de un hotel en el que vive una familia arruinada.
Precisamente ayer mismo a la hora de comer y a raíz de la gala de los Goya me estaba hablando mi padre (90 años) del golferío que había en una gran empresa en la que trabajó de chupatintas en los años 60 del siglo pasado y por la que pasaban a cobrar haciendo que trabajaban conocidos personajes de la alta sociedad de Madrid. La situación no era muy distinta a la que nos muestra Arabella: la mujer como moneda de cambio, aprovechados y jugadores, señoras bien con deslices extramatrimoniales, piernas crecientes y faldas menguantes, la culpabilización de la mujer ante un escándalo. Luego uno se para a pensar en lo que se dice aún hoy en día cuando una mujer sufre abusos... En definitiva, el imperante machismo que aún tenemos arraigado porque las cosas "son así".
Me ha gustado el enfoque que se ha dado a esta Arabella. Coherente dramáticamente y con chicha.
Respecto a los logros musicales, y sin dejar de alabar una vez más a la Kessler, destaco a Matthew Newlin como un arrojado Matteo y una valiente Elena Sancho Pereg de Fiakermilli. Bastante cumplidores los demás y el único lunar de la Zdenka, a la que vi algo escasita. Gran desempeño de la orquesta con un serio problema de exceso de decibelios casi constante.
Salí bastante contento. Por cierto, me siguen espantando los carteles del Teatro Real (por muchos premios de diseño que ganen). Este no llega al desaforado de Lakmé o la horripilante Tetralogía pero tela telita con el exceso de elementos descriptivos.
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. operitas
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