A la vejez, viruelas, dice mi mujer.
Bueno, viejo, lo que se dice viejo, no soy. Pero talludito, si, casi sólo peino canas.
Y con este Ariodante, ya es la segunda vez que cambio de paradigma en muy poco tiempo. También me pasó con los Cuentos de Hoffmann. Y eso es muy peligroso.
Estoy en la edad y tengo el orgullo de ser persona de ideas claras, de las que sabe todo de todo y nunca se equivoca (casi tanto como mi mujer). Tengo opinión en todo, tengo criterio en todo y siempre acierto. No es que no tenga una mente abierta, que por supuesto la tengo. Es que tengo razón. Discuto sin piedad, no por el fondo, si no por tener razón. Algo tiene que ver también mi educación maña. Además, soy un retrógrado convencido.
Y para mí el barroco es un coñazo, lento, lento, lento, con música bonita que se repite constantemente y ver un rato, es suficiente para haberlo visto todo. La dramaturgia está anticuada y la paciencia que se requiere para apreciarlo, no es la mía. Respeto a quien le guste, pero a mí, más de un rato, me aburre soberanamente. Y una ópera completa, sin tijera, es un ladrillo.
Con esa certeza, me acerqué a Ariodante, cuatro horitas de puro barroco handeliano (del mejor, he de reconocer), y con una estrategia manipulativa clara: me veo los dos primeros actos, y me largo. Radamés es testigo de que lo intenté, convencí a amigos, convencí a mi mujer, utilicé argumentos diversos, todos válidos y de peso (insisto en que soy un gran manipulador). Pero llegado el momento de irse, en el descanso al final del segundo acto, ¡caramba! un viraje repentino sucedió, y es que me estaba gustando mucho, y lo que es ya incontestable, a mi mujer también.
Y cambié de parecer, me quedé disfrutando hasta el final (bueno, que me estoy viniendo arriba, hubo ratos que fueron un tostón), sin echarme ni una cabezadita, y eso que era viernes tarde y estaba agotado de una dura semana.
¿Me estaré ablandando? ¿Seré un veleta? ¿Valdré para la política?
Acojona ¿verdad?
El Ariodante de Händel es una ópera de música maravillosa, pero puro barroco, aria-recitativo, aria-recitativo, aria-recitativo, etc… En los recitativos avanza la acción y en las arias no pasa nada. Y son larguísimas. Pero la música es sublime y la orquesta la elevó hasta cotas altísimas. Además, cuenta con algunos momentos simplemente mágicos, como Scherza infida. Ma-ra-vi-llo-sa, repito.
La puesta en escena de Richard Jones, que está completa en YouTube, de Aix-en-Provence, tiene sus gilipolleces, como no, pero se deja ver y no molesta. Ni nobles, ni gaitas (bueno, gaitas si, que hay un gaitero), es una austera casa de pescadores escoceses, con sus jerséis de lana, y tres espacios unidos, aunque diferenciados. El malo, el duque es un sacerdote macarra tatuado (cada uno carga con sus demonios) vaya ud. a saber por qué. En los momentos danzables, salen unas marionetas muy chulas y al acabar, Ginevra les manda a tomar por saco a todos, que ni happy ending ni leches, que la han estado puteando toda la ópera.
La orquesta, con clave y tiorba, majestuosa. Sonido a barroco, que para eso pasó Biondi por aquí. Ligera, cristalina, precisa y preciosa. Una gozada. Lo mejor de la noche. No sé cuanta culpa tiene Andrea Marcon del lujazo de sonido, ya que un músico de la orquesta nos dijo que ni lo miraba porque sólo le molestaba, aunque el divismo campa por doquier.
Ariodante fue la mezzo rusa Ekaterina Vorontsova. A esta, como no la conoce nadie, no la vetan. Voz pequeña, pero bella. Mucho mejor en las arias dolientes que en la coloratura. Scherza infida, acongojante, pero sobre todo por la orquesta, y es que esta aria es un regalo. Decente ella, sin exagerar.
Ginevra fue Jane Archibald, que como su propio nombre indica, es escocesa (aunque de la nueva) y lleva el pelirrojo de serie, no como los absurdos pelucones que me llevaban los pobres del coro. Chillona, con agudo descontrolado, fraseo deficiente y dicción ininteligible. Gustó mucho. A mi no.
El Rey de Escocia fue un grandioso Luca Tittolo. Pedazo de bajo, oigan. Con su kilt, desplegó una voz rotunda y hermosa, cargada de armónicos y proyectada perfectamente.
Polinesso fue el magnífico contratenor Christophe Dumaux. Y aquí volvemos al problema: no soporto a los contratenores, pero me encantó. Repito, algo malo me está pasando. Canto nítido, fraseo impecable, agudos lacerantes, coloratura precisa y buen actor. Excelente.
Lurcanio fue el flojo David Portillo. Tenor que en los medios aun conseguía expandir la voz de forma agradable, pero que era un desastre en los agudos y se le iba la afinación a por uvas.
Dalinda fue una muy buena Jacquelyn Stucker. Me encantó. Excelente actriz, entregada, con voz bien timbrada y rotunda. Y además es muy guapa, vamos, que está buena. Pensar y/o decir eso, hace tiempo, era pecado, luego, pasó a ser normal y ahora, es delito. Creo que estamos en la peor posición de las tres. Y es que, en algunas cosas, a base de ser modernos, tenemos menos libertad que nunca.
Tras cuatro horitas de barroco ex-infumable, salí encantado de la función. Vaya, ya no puedo estar seguro de nada, mis convicciones al carajo.
Y anoche tuve una terrible pesadilla. Me desperté sudando y pensando que me había hecho del Real Madrid.
No me digáis que no es terrorífico. Menos mal que sólo fue un mal sueño.
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