Una dupla de lo más interesante que combinando dos óperas compuestas por apenas veinte años de difeencia, muestran dos estéticas totalmente distintas. El balance no me puede quedar más claro: unos Pagliacci decepcionantes mientras que el Zemlinsky mejoró mucho la velada.

Pagliacci ha quedado hipotecado por ellos, decepcionantes o inadecuados. Diego Torre no puede con Canio: apoyaturas exageradas, agudo blanquecino, nula credibilidad actoral. John Lundgren (Taddeo) estaba como un elefante en una cacharrería, lo que quedó meridianamente claro en la segunda ópera. Isaac Galán (Silvio) enseñó una voz escasa y con accidente en el dúo, ensuciando toda su actuación.

Maria Katzarava no es Miss Delicadeza pero al menos dio todas las notas y con conatos de interpretación. El Beppe de Juan Noval tuvo bastante empaque y fue de lo mejorcito.

La propuesta escénica de Guy Joosten reproduciendo el mismo Campoamor en el escenario impacta al inicio para terminar siendo un fiasco. Por cierto, calca un chiste (el de los números 23, al inicio de la ópera) del video de Herbert von Karajan (Vickers, Kavaibanska).

Mucho mejor Eine florentinische Tragödie, sobre todo porque John Lundgren estaba, aquí sí, en su salsa. Sin ser una voz hermosa al menos sabía de qué iba la cosa. Toda la ópera se sustenta en el bajo-barítono y sacó la obra con suficiencia. Las breves frases de Diego Torre y María Katzarava se digeron con solvencia. Por ejemplo, Torre estuvo más cómodo con esta tasitura que con el Canio.

Mantener la puesta enescena solo se puede entender por el ahorro. La culminación de la torpeza es comenzar la segunda ópera simulando los aplausos de la primera, lo que provoca que parte del público rompa a aplaudir (con poco énfasis, no nos engañemos) e impida escuchar los dos primeros minutos del bello preludio orquestal de Zemlinsky.