He visto un reparto y medio, y digo esto porque en la función a la que asistí del segundo reparto, me fui en el descanso. Tenía calor, estaba incómodo y apenas me concentraba. Supongo que todo eso son debilidades mías, pero lo cierto es que lo que pasaba en el escenario me parecía de escasísimo interés: la voz temblona de Arteta, incapaz de sostener los sonidos en cuanto intentaba apianar; Tro, chillona y con esa voz más falsa que un euro de chocolate; el tenor Caré, infumable; el barítono (que no es barítono sino tenor corto) Piazzola con la voz en el cogote. Lo único interesante lo aportaban las buenas maneras, a pesar de los años, de Pertusi, y algunos momentos de Luisotti (la introducción del segundo y tercer acto, por ejemplo), pero no todos, por la tendencia a los tempos lentos y una cierta falta de tensión que el director parece suplir con los golpes de efecto sonoros.
Algo más llevadero el primer reparto, que sí vi completo. Lo mejor con diferencia el Posa de Salsi, un cantante que hasta el momento nunca me había entusiasmado, escuchado en grabaciones, pero que esta vez me sorprendió para bien, por el cuidado en el fraseo, los juegos dinámicos y de acentuación, además de las buenas maneras belcantistas, incluídos tres trinos de aceptable factura. Agresta no es voz para estos Verdis (parafraseando aquella famosa frase sobre Carreras, podríamos hablar de “Adina en El Escorial”). Le falta anchura, graves, enjundia, consistencia y tronío. La frase inicial de su aria del quinto acto es un ejemplo de todas las carencias mencionadas. Hace sus cositas, apianando y filando aquí y allá, pero no siempre consigue que los sonidos floten con el debido apoyo y redondez. La mezzo Semenchuk canta correctamente pero le falta pegada y (como decían los antiguos cómicos) “traspasar la batería”, es decir transmitir y llenar el escenario. Además, para ser mezzo carece de contundencia en la zona grave. Belosselsky, que es más barítono que bajo, tiene una voz atractiva y es expresivo (aunque con tendencia al “parlato”), pero la gran frase que cierra su dúo con el Inquisidor (“Dunque il trono piegar dovrá sempre all’altare”) y donde se demuestra la categoría de un auténtico bajo, le quedó un “churrito” poco presentable. Nada del otro mundo el Inquisidor de Kares, e inaudible el Frate de Radó, aunque es verdad que el pobre canta desde el fondo del escenario. Por contra, muy buenas maneras las del Heraldo de Moisés Marín. Buena labor del coro, y sobre todo la de los diputados flamencos, bien cincelados por la batuta de Luisotti.
La puesta en escena no aporta grandes entusiasmos, pero es lujosa en el vestuario y consigue algunos buenos momentos (sobre todo en los finales de acto), gracias a un atmosférico y envolvente trabajo de iluminación.
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