Estuve en la última función de Iolanta en el Palau de Les Arts de Valencia. Me pareció una ópera realizada con calidad y equilibrio en todos sus apartados. Todo resultó excelente: coro, orquesta, cantantes, dirección de escena y dirección musical. Ojalá Henrik Nánási se convirtiera en el director musical de Les Arts. Este húngaro no es un vulgar "agitapalitos" sino un buen director que sabe lo que tiene entre manos y cómo tratarlo. No en vano fue el más votado por la orquesta en aquella consulta que llevó a la dimisión a Fabio Biondi. Si la orquesta le quiere tanto, por algo será. Dirigió Iolanta con sensibilidad, con atención a las sutilezas de la partitura. sin estruendos, acompañando al canto con delicadeza y obteniendo un resultado superlativo de la mejor orquesta de todos los teatros de ópera de España.
Sabiendo que la acción de la ópera se había traslado del Siglo XV al XIX, acudí con prevención, pero he de confesar que me gustó la propuesta de Mariusz Trelinski, al menos es efectiva y no molesta ni despista. También me pareció bueno el trabajo en la dirección de actores, que se tradujo en un eficaz movimiento e interactuación de los personajes.
Vayamos con el elenco. Por supuesto mi opinión se basa en lo escuchado en la fila más alta del teatro, donde, una vez más, el sonido llegó con la claridad y el empaste de la mejor grabación discográfica.
Lianna Horoutounian (Iolanta), una soprano lírica con una voz bonita, uniforme y bien proyectada. En la Tosca del año pasado, en contra de otros criterios, ya me gusto bastante, pero en Iolanta me ha gustado más.
Valentyn Dytiuk (Conde Vaudemont), un tenor con grandes posibilidades, he leído que tiene 26 años, su físico puede superar en breve al de Pavarotti, pero con una caja torácica de superior corpulencia. Cantó el papel con menos apuros que el tenor que lo interpretó hace unos años en el Liceu, con Anna Netrebko, Valery Gergiev y los cuerpos del Marinsky. Este joven tenor me pareció suficiente tirando a bueno y, por su edad, prometedor, tiene tesitura, volumen y timbre. Tiene que pulir y perfeccionar, pero ya quisiera yo encontrar tenores así en más ocasiones, además la línea de canto era buena tanto en él como en los demás. No cantaban cortando las frases, dando empujones, apretando en las notas cómodas, sino dando continuidad y sentido al texto y a la música. A veces aparecen algunos "peganotas" que dan el pego pero cantan poco y mal.
Boris Pinkhasovich (Robert), un buen barítono, de timbre más claro que oscuro, con un volumen notable y una voz que corre y se expande por la sala, que canta con gusto y soltura. Daba gusto oírle. Creo que también es muy joven. No hay biografía suya disponible. Por el apellido supongo que es de Rusia o alrededores, por eso llama la atención que su timbre suene más latino que eslavo. Otro cantante muy prometedor.
Mikhail Kolelishvili (Rey René) el único personaje que ha contado con dos cantantes en el reparto. El que yo escuché tiene una voz con resonancias guturales, cantó bien, aunque los sonidos cavernosos no sean los más agradables.
Gevorg Hakobyan (Ibn-Haqja) , un barítono con una voz menos brillante que la de Robert pero igual de buen cantante, en su aria me pareció un excelente y comunicativo fraseador, supongo que la música de Tchaikovsky también contribuyó a ello.
El resto no desentonó. Por mencionar sólo a uno, Gennady Bezzuebenkow (Bertrand) mostró, en su breve intervención inicial, una bonita voz de bajo. Se trata de un cantante que está al final de su carrera, que sigue cantando bien y que, por lo tanto, resulta muy adecuado para encarnar personajes comprimarios.
La obra merece más atención de la que se le presta. Hay que agradecer a Les Arts que, aparte, de lo de siempre, haya programado esta ópera. Tchaikovsky escribió una música de gran calidad para el libreto de su hermano Modesto, basado en el cuento de la hija del rey René. Y en Les Arts han hecho una representación excelente. Como suele suceder, el público papanatas huye de lo que desconoce y, una vez más, salvo el jueves, la sala tuvo muchas butacas vacías. Esta actitud del público podría llevar a los responsables del teatro a no arriesgar, con lo que estaríamos condenados a ver en bucle La Traviata, Madama Butterfly, Rigoletto y La Bohème. ¡Qué horror! Dios nos libre. No porque estas no sean buenas sino porque escuchar siempre lo mismo es muy reduccionista y empobrecedor.
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