La Deutsche Oper repone esta suerte de Traviata abohemiada, más lejana a la opereta de lo que se presupone, deliciosa de escucha y cargada de melodías puccinianas de las que se meten dentro aunque no quieras.
Es una ópera denostada y difícil de ver (por lo raro de programar) aunque fácil de oír. No se prodiga y hacen falta una docena de Toscas, una decena de Bohemes y media docena de Butterflies y Turandotes para que programen alguna golondrina. Y bueno, en Berlín y con regia de Villazón, la coincidencia me ha hecho que me plante ante ella.
La obra me parece extraordinaria y no acabo de entender el porqué de ese ninguneo generalizado. Me recuerda en muchos instantes a la Boheme, sobre todo en el segundo acto, y el lirismo pucciniano se encuentra en ella por arrobas.
Al acabar el sabor de boca es estupendo, a pesar de que me quede esperando a que aparezca el Papá Ruggero a cantar Di Provenza el mar il suol.
La dirección de escena de Rolando Villazón es clásica, aunque no tanto ya que estamos en Berlin. Es de ambiente parisino, aunque no tanto ya que estamos en Berlín. Es muy correcta y pasada por el tamiz berlinés.
En general es elegante, con una cuidada dirección de actores, perfectamente encajada en la obra original y con alguna ocurrencia más o menos acertada pero sin que moleste. Bonito y adecuado vestuario de los felices años 20 y agradable en líneas generales. Como el segundo acto es en un cabarette y ya que estamos en Berlín Rolando se marca una transposición de París a Berlín y nos mete en el Cabaret de Bob Fosse, con Joel Grey incluido. Money makes the world go round.
Buen trabajo el de Rolando post break. Existe DVD de la misma para quien quiera medir el tamaño de mis erróneas apreciaciones.
La orquesta la dirigió el orondo John Fiore. Con aspecto pavarottiano tiene una dificultad evidente de movimientos y por ello necesita dirigir sentado. Le faltó pulso y tensión a una dirección correcta, pero sin gancho. No sonó mal. No emocionó apenas. Regularmente (tra tra) concertado el maravilloso concertante del segundo acto.
Magda fue Ermonella Jaho, tan delgada como inaudible. Los medios y los graves simplemente no existen. Cuando sube al agudo se convierte en audible y canta bonito. Canta elegantemente y con clase. Buena línea de canto y estilo, regulaciones bien ejecutadas y muy buena interpretación. El problema es que canta bien sólo cuando se le oye, y eso que ni el teatro Berlinés es difícil ni la orquestación es pesada.
Flojo primer acto salvando los agudos del sueño de Doretta. Mejor en el segundo y tercero. Evidentemente es elegante y tiene una buena línea de canto, pero es una mini voz. Además, como le pasa a Reneé Fleming, la elegancia y la cursilería se unen y, en ella, es difícil distinguir donde empieza una y donde acaba la otra. Si a eso añadimos el vestuario que le calzan es de monja ursulina, cuando todas las demás van de casquivanas (aunque ella sea una cortesana), la ñoñería se le apodera por momentos.
Lisette fue la floja Alexandra Hutton, tan delgada como inaudible. Concurso de mini voces femeninas en Berlín. Además, esta al hacerse oír, cacareaba, por lo que, lo mejor era cuando no se le oía. En el primer acto y en momentos en que ella y Ermonela compartían escenario, pareciera escucharse la versión sinfónica de la ópera, sin voces. O la base para un karaoke. Durante un minuto pensé seriamente en ir a hacerme una audiometría ya que la edad no perdona. Menos mal que una co primaria me sacó del engaño, y caramba, la oí.
Ruggero fue Charles Castronovo. A Charles si que se le oía, pero es rudo, de timbre feote y voz alojada detrás de la nuca. Toda la elegancia que le sobra a la Jaho, le falta a Castronovo. Flojete producto mediático.
Prunier fue Matthew Newlin. El segundo tenor del concurso, sin ser un fenómeno, cumplió con creces. Buen actor, timbre agradable y seguro en el relato.
Rambaldo fue Stephen Bronk. Un bajo-barítono adecuado para el papel por porte y edad, pero que tampoco gozaba de mucho volumen, por lo que se añadió al silencio vocal del primer acto, que es en el que canta.
Aunque la obra se dejó querer y es de disfrute inmediato, incomprensiblemente el público berlinés, que no llegaba ni a media entrada, aplaudió sin reservas a los cantantes y/o movedores de boca, pateando acompasadamente como es costumbre por estas tierras, vitoreando a Castronovo (para mi asombro), y volviéndose loco literalmente con Ermonela Jaho. En todas partes cuecen habas.
Bueno, disfruté de una maravillosa ópera, difícil de ver, con una buena puesta en escena, una buena orquesta y en la que la que gana es la música.
¡Viva Puccini!
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