Disfrutable función de Idomeneo ayer en el Teatro Real, gracias a una orquesta dirigida por un más que brioso Ivor Bolton, que cargó las tintas, pero mira, en una ópera algo ladrillete como ésta, se agradece. Venga, va, ahora me diréis que es una obra maestra y la quintaesencia de las maravillas. Pues vale, pero para mí es de las duritas de Mozart. Recuerdo que hace 11 años López Cobos hizo en este mismo teatro una versión más reposada, más clasicista, que me gustó mucho (y a la que se criticó precisamente su falta de intensidad). Hoy con esta visión bastante más rotunda también salgo muy contento.
El reparto es muy competente, sin ser de grandes estrellonas. Y todos muy adecuados al canto mozartiano. Eric Cutler empezó reservón pero se fue soltando y ganó en intensidad y expresividad. David Portillo es el clásico tenor ligero al que le va muy bien el estilo aunque, ay, falla un poco en transmitir la emoción y las dudas del personaje de Idamante. Muy buena Anett Fritsch como Ilia, en su justo sitio. (me hizo olvidar su anodina condesa de las Bodas). Y estupenda Eleonora Buratto, también creciéndose a lo largo de la función hasta una tercer aria tremenda. Lástima que no empezara con el mismo arrojo. (Aquí sí que me acordé de cómo me impresionó Emma Bell en este papel de Elettra en las funciones de hace una década).
Adecuadísimos el Arbace y el Gran Sacerdote. Y TRE-MEN-DO Alexander Tsymbalyuk como Neptuno (fue el Fafner del Oro, creo).
Mención especial para el coro, de muy alto nivel.
La producción de Carsen es... bueno, psé. El comienzo es muy prometedor con la idea de los griegos de soldados opresores y los troyanos de refugiados, pero luego no se desarrolla en el resto de la ópera. Al final hay un claro alegato antibelicista (eh, que respeta la ópera y el argumento, no se inventa nada) pero no veo una continuidad narrativa. Desde luego los que quieran ver palacios con columnas jónicas, coturnos y túnicas helénicas dejando ver muslamen, que se vayan despidiendo. Porque no sólo es que el escenario (casi siempre vacío) sea una especie de campamento militar, es que además es feo de narices. Hay mucho juego de luces para animar, pero poco más. La primera parte (dos actos) se acaba haciendo muy larga. Como ya dije con el Oro, Robert Carsen siempre tiene algo que contar, unas veces le sale bien y otras, pichís pichás.
Sensación global bastante satisfactoria (Mozart, aunque sea una de sus óperas más pesadas, siempre triunfa) gracias a un reparto adecuado, un coro y una orquesta en muy buena forma y un tercer acto que levanta la función.
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