Y finalmente, el telón se ha bajado por última vez para El Oro del Rin en el Real, en esta última función del 1 de febrero.
Tenía que despedirme de esta obra. Una de mis favoritas, que no había visto y cuyo sueño se cumplió el pasado 17 de enero. Sin embargo, mi visión ahora diferirá un poco de la crónica que hice el día del estreno ya que tras la emoción inicial, ahora me he permitido una visión más crítica. Y no siempre es oro lo que reluce, nunca mejor dicho.
Pero antes que nada, hablaré de la puesta en escena, como había prometido. Robert Carsen apuesta en esta producción por una visión ecologista de la obra, y Joan Matabosch lo explica en el programa: del mismo modo que Wotan atentó contra la naturaleza al usar el fresno del mundo para construir su lanza, y dominar con ella a toda la creación al mismo tiempo que consolida su poder por medio de pactos llenos de falsedad. Con esta premisa, Carsen crea una visión actual de la magna epopeya wagneriana, cuyo mensaje sigue vigente, si acaso más oportuna que nunca.
El Anillo para Carsen empieza cuando el mundo ya ha sido irremediablemente contaminado, y el único camino posible es la degradación final. ¿Una forma de transportar el mensaje de Wagner a nuestra época? La idea es apasionante, pero no quiere decir que haya tenido del todo una feliz traducción en el escenario.
Como ya dije anteriormente, un telón metálico recibe al espectador en la sala. Cuando la celestial música de la partitura empieza, el telón se alza lentamente y nos muestra al Rin, sugerido por humo de niebla. ¿Quizá los gases pesados que contaminan el aire? A medida que éste transcurre, aparecen hombres en escena que empiezan a tirar desperdicios (lo que en zonas bajas dificulta la audición del preludio) hasta llenar el río. Las luz deja paso a un Rin inmundo, con todo tipo de basura, en el que sus sucias y andrajosas hijas revolotean. Alberich entra vestido con un roído chandal para jugar con las impulcras ninfas. De repente, de un neumático sale una luz amarilla resplandeciente: es el Oro del Rin. Alberich robará de ahí el Anillo.
El escenario para las escenas segunda y cuarta es un bosque de grúas y hormigón, debido a la construcción del Walhalla. Wotan aparece vestido como un dictador militar, y su esposa Fricka tiene una empleada. Los gigantes aparecen como modernos albañiles junto a un grupo de trabajadores, cuales líderes sindicales. Los demás dioses aparecen vestidos como caballeros adinerados y esnobs, mientras que Freia es una bella mujer vulnerable. Loge aparece en bicicleta y con bombín, y su personaje es canalla pero divertido. Después de una cena de manzanas de la juventud sobre los bloques de hormigón, los gigantes se llevan a Fricka en una grúa que se eleva hacia lo alto.
El Nibelheim es lo más logrado: es un lugar tenebroso, con escasa iluminación, donde los nibelungos se arrastran por el suelo trabajando el oro. Wotan y Loge descienden por una escalerilla a este lugar abyecto. Cuando Alberich se coloca el yelmo para convertirse en serpiente, los nibelungos pelean entre sí. Una cosa que echo en falta es que no se escuchan sus gritos, un terrible efecto que nunca falta. No sé la razón de por qué se ha eliminado aquí.
En la cuarta escena vemos a los gigantes cubrir a Freia con el oro, pero el día del estreno sucedió una anécdota divertida: se cubrió todo menos un zapato. ¡Así no hay oro que pueda cubrir a la diosa! Cuando Wotan no quiere desprenderse del Anillo, los todos los dioses se lo intentan arrebatar desesperadamente. La aparición de Erda con el escenario oscurecido y abrazando a Wotan fue uno de los momentos más mágicos de la función, pero lo mejor estaría por llegar: el gran final.
Tras las invocaciones de Donner y Froh, y con el cadáver de Fasolt completamente ignorado, el paisaje de grúas se despeja y se ve nevando en el fondo del escenario. Mientras los dioses festejan su triunfo final con unas danzas, luego se disponen a entrar en el Walhalla, seguidos por su séquito, el mobiliario y personal militar a medida que baja el telón. Los dioses tienen todo el poder, pero celebran su triunfo en medio de una fealdad inhabitable, que augura un futuro peor.
La orquesta del Real se veía más rodada, con un Heras-Casado que ha trabajado mucho y ha conseguido un gran sonido del foso, con unas bellísimas cuerdas. La percusión igualmente estupenda, aunque las trompas han estado un poco bruscas. El joven director granadino ha obtenido unos resultados estupendos en estas funciones, y aunque le falte rodaje en el complejo mundo wagneriano, se espera que continúe el nivel en las próximas jornadas. Ojalá.
El reparto, ya sin la emoción del otro día, se ve de otra manera.
Los nibelungos han sido las estrellas de la noche. Sin duda Youn se ha revelado como un excelente Alberich, con una bella y suficientemente proyectada voz de bajo, que ha sabido proyectar toda la maldad del personaje, con unas tercera y cuarta escenas para el recuerdo. Y ha sido con justicia el solista más ovacionado de todos. Una promesa. Atxalandabaso sigue con su excelente y poderosamente cantado Mime, y sin duda estoy convencido de que se convertirá en el gran sucesor de Helmut Pampuch.
Grimsley es un Wotan difícil, ciertamente. No tiene problemas en el registro medio, donde suena aceptable, pero el agudo es gutural, rozando el ladrido. Y tanto al principio como en Abendlich strahlt der sonne auge, suponía un sufrimiento.
Connolly sigue pareciéndome una decente Fricka, y sobretodo bien actuada, pero la voz no es nada wagneriana, lo que termina aburriendo.
Kaiser canta bien el Loge, pero la falta de volumen hace que la interpretación sea insuficiente y le quite personalidad. Los gigantes (Pesendorfer finalmente cantó todas las funciones) siguieron en su maravillosa línea, con el Fafner de Tsymbalyuk como una de las mejores voces de la noche. Y diría que de la temporada. Miller es otra de las revelaciones de la temporada, con su estupenda Erda, de voz misteriosa y oscura, con unos graves esta vez más impactantes que en el estreno. Esperamos tenerla en Sigfrido.
Las hijas del Rin siguen en su buen nivel, aunque la mejor de todas sea la Flosshilde de María Miró. He encontrado mejor a Isabella Gaudí, pero sigue pareciéndome una Woglinde mejor actuada que cantada.
Y así terminan las siete funciones del prólogo de la Tetralogía, y con ganas de ver la Walkiria y el resto del Anillo. Ha sido un Oro con altibajos, lo que hace esperar que el nivel suba por el bien de la producción. Esperanzadora orquesta, reparto desigual. Y sin embargo, Wagner ha estado en la sala, porque la magia de escuchar en vivo esta obra titánica ha podido con todo; y ha vuelto, diecisiete años después, a cautivar a un público que ha conseguido colgar el cartel de "no hay entradas" en todas las funciones. El poder del Anillo sigue vigente y está más vivo que nunca.
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