Katia sufre por estar viva. Es como un nervio expuesto, hipersensible, que percibe incluso su amiga Varvara como enemiga (solo ocasionalmente, gracias a Dios).
Así de demoledora, angustiosa y horripilante es la puesta en escena de David Alden. Todo lo planteado se muestra visualmente con mucha aridez, pero una iluminación extraordinariamente dinámica y coherente con lo que se plantea ayuda a cautivar y a perdonar lo inhumano del concepto. El vestuario es asimismo meticuloso, de colores que sobresalen ante la iluminación y la sequedad de la escenografía. Y el tratamiento de los cuerpos es simplemente de manual: se estudia qué significa cada sombra, cada gesto, cada posición en el escenario. Simplemente extraordinario.
Patricia Racette como Katia es otro elemento inolvidable. Entregadísima en lo vocal, en lo teatral, cuidando cada línea y cautivando en su insensatez extrema como una joven que ve crecer la opresión a su alrededor hasta que se hace simplemente insoportable. Ella querría volar, ser libre y disfrutar - y lo único que encuentra es dolor, represión y la culpabilidad de un pecado que no es tal.
Nikolai Schukoff convence también como Boris, incluso siendo un poco demasiado brutote. Pero es joven, el timbre se presenta cálido, atractivo, en un marco espantoso como el descrito. Inconsciente del mal que provoca, se despide de Katia con el corazón en la mano, pero sin poder salvar a la mujer que (le) ama.
Michaela Selinger y Rose Aldridge son el bien y el mal al lado de Katia: la primera es Varvara, una joven que quiere disfrutar de la vida pero que vive tiranizada por la segunda, la malvada, la psicópata Marfa, una bruja que te hace sufrir (Katia, tu marido se va) que te humilla por sufrir (tienes que llorar que tu marido se va) y que te humilla por no querer demostrar el sufrimiento (es humillante que no llores y te humilles ante los demás por haber perdido tu marido). Dos opuestos, el deseo y la represión, dos cruces que sofocan con su peso creciente a la pobre Katia.
El resto del elenco masculino notable, así como el coro de hombres y mujeres del Liceu.
Lo peor de la noche fue la orquesta, con algunos errores flagrantes en entradas, salidas y timbres así como un cierto desencanto a la hora de presentar las texturas de esta juguetona partitura de Janáček. Hubo, eso sí, algunos momentos en los que todo parecía salir bien, incluso con algunas buenas ideas del Maestro Pons, pero seguimos con una maldita constante: que la melodía queda solamente en manos del talento del compositor, y que en manos de la orquesta sea solo un borrón, eso sí, que se dice muy profesional.
¡No se lo pierdan!