Como el señor Yllanes lanzaba el reto en otro hilo, recojo el guante y aquí comento mis impresiones de los dos repartos que he visto, que en conjunto tienen un nivel bastante aceptable. Ainhoa Arteta aporta un empaque de lujo al papel protagonista, aunque la voz suena demasiado madura para el supuesto candor juvenil del personaje. Rocío Ignacio, por su parte, se empeña en ensanchar y entubar los sonidos, consiguiendo un canto alambicado y artificioso (raya en lo cómico la pronunciación de algunas vocales) de nula transmisión.
El papel de Pedro Stakoff corre a cargo de Carlos Alvarez y Ángel Ódena. El segundo, siempre de voz rotunda y atractiva, aporta una intención expresiva muy de agradecer, pero la voz cada vez suena más tremolante y desgastada. Carlos Alvarez es un cantante que goza del aprecio general, aunque a mí nunca me ha entusiasmado. La voz ya no tiene el tronío de antaño y el malagueño tampoco ha sido nunca un dechado de virtudes en el aspecto expresivo, sin embargo tiene el talento y la sabiduría de ganarse al personal gracias a la teatralidad de los acentos y de la apostura de su canto, convirtiéndose en el triunfador de la función con todos los merecimientos. Confieso que es la vez que más me ha satisfecho después de tantos años de carrera.
Jorge de León es una voz a la deriva desde hace bastante tiempo, completamente descolocada y sin el más mínimo rigor en la emisión. Ya ni siquiera le quedan aquellos sonidos retumbantes de sus principios. Ahora todo se reduce a un canto deshilachado y bronco que mal casa con la elegancia aristocrática del Príncipe Sergio. Alejandro del Cerro, en cambio, canta con gusto, pero en los momentos de mayor arrojo la voz se le queda atascada en el cogote.
Buen nivel de los secundarios y del coro, y magnífica la labor de Guillermo García Calvo desde el foso, que consigue que la Orquesta de la Comunidad suene hasta bien. Dirección perfumadísima y cristalina (bellísimo el acompañamiento a la exquisita romanza “Noche hermosa”), con extraordinaria capacidad para subrayar y colorear el drama (soberbia construcción de los concertantes y de las escenas de conjunto), y auténtico mimo y delicadeza para realzar todos los detalles de la estupenda partitura (especial atención a los números cómicos, que Sorozábal siempre cuidaba con el máximo esmero) .
La puesta en escena de Sagi es atmosférica y elegante, aunque quizás la poda en el libreto es excesiva. Es cierto que el texto no es “La vida es sueño”, pero tal carnicería deja la trama y los personajes en demasiado simplones, e incluso es probable que para quien no conozca bien el argumento acabe por no enterarse de nada. En cualquier caso, nada entorpece el disfrute de esta música maravillosa, una más del inmenso Don Pablo Sorozábal.
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