‘Adriana’ a lo grande sin teatro
Que Adriana Lecouvreur esté ahí, como en una segunda fila, mientras que otros títulos se repiten hasta la saciedad dentro del repertorio lírico solo obedece al tirón que tienen, por sí solos, algunos de los sacrosantos nombres de compositores de ópera. Quien asistió al estreno, o quien traía los deberes hechos de casa, pero también quienes acudan los próximos días a cualquiera de las cuatro funciones que restan (los días 24, 27, 28 y 2 de junio) comprobarán que Francesco Cilea trufó su creación de inspirados momentos musicales, interludios, arias y dúos que sustentan, solo por su audición, un argumento improbable y de dramatismo exagerado que ya nacía antiguo cuando se alumbró, a comienzos del siglo XX.
Aplaudimos en este sentido la programación del mismo por parte del Teatro de la Maestranza, como hacemos siempre que una nueva obra –por más que nunca estrictamente nueva– se asoma a la cartelera. Si Pedro Halffter ha venido demostrando en Sevilla reiteradamente ser uno de los mejores traductores musicales del verismo y la plural ópera de la primera mitad del siglo XX, con Adriana no pudo por menos que redondear una versión en la que cuidó a las voces sin descuidar el flujo orquestal, mostrando una paleta dinámica muy amplia y cargando las tintas dramáticas para otorgar más teatralidad. Fue de menos a más –excepcional el final del tercer acto–, acaso porque encontró a una Sinfónica de Sevilla a la que le costó más despegar. Con todo, ofreció momentos de enorme sensibilidad, como los muchos pianissimos que recorren la partitura y que cuidó con detalle, encontrando acertada respuesta instrumental.
En las voces, a la postre, sería el papel bufón y no demasiado agradecido de Luis Cansino (Michonnet) el más redondo del apartado vocal, con proyección natural...
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