Mi padre me enseñó que un hombre también puede llorar de emoción. Creo que él lloró más de una vez mientras oía a Di Stefano cantar el adiós a la vida de Tosca, en el taller del ceramista Miguel Roca, que era de los pocos ondenses que tenían tocadiscos en aquellos tiempos. Ese cariño especial por Tosca lo tengo pues casi desde antes de nacer. Luego me enganché definitivamente al vicio operístico una noche en que no pude despegarme del televisor mientras retransmitían desde Verona Tosca con Aragall, Eva Marton y Wixell. De esos recuerdos y de las grabaciones memorables como las de Callas, Di Stefano, Gobbi y otras, sólo hay en la representación de les Arts, el libreto y la música. Repito, la música. El pasado día 9 de mayo comentaba con Herr Mandryka en el entreacto que Puccini sólo requiere una escena que no moleste y unas voces adecuadas. Tanto en la sesión del 9 como en la de hoy del 18 nos encontramos con una escena que distrae y en ocasiones molesta, y unas voces totalmente insuficientes. Poco voy a añadir a lo dicho por Manuel, Radamés y de forma magistral, como siempre, por Mandryka. Como resumen de voces, el mejor el sacristán que desempeñó Alfonso Antoniozzi. Manda eggs que destaquemos al sacristán. Los dos Scarpias para olvidar. Insuficiente Hakobyan y malo sin paliativos Sgura. Como el del chiste, poquita voz pero desagradable. Alfred Kim, en Cavaradossi también insuficiente. Trata de explotar sus agudos (quizá su único truco para tratar de salvar la noche) pero ni por esas. Además falto de gracia y expresión. Voz metálica, no trasmite emoción. Se salva por los pelos Lianna Haroutounian. Es un decir lo de los pelos. Su visi d´arte aceptable por su voluntad y porque por arriba emite. En los graves nada y de fiatos, y sensibilidades varias rien de rien. El coro en sus apariciones, sobre todo el ángelus, como nos tiene acostumbrados. La orquesta muy bien, y su director Luisotti, con brio, simpatía y con mucha atención a todo y a todos. Me gustó. En cuanto a la escena, del ínclito Livermore, se compone de una inmensa plataforma con sus pendientes correspondientes que gira en demasía. Como dije antes, ninguno de los tres actos requiere que los personajes anden o corran mucho, pues en esta representación los cantantes no están quietos un solo momento. Otras críticas el mobiliario. El palacio Farnese y la mesa de metacrilato pre Ikeítico, como que no; pero sobre todo es el sinsentido de ese altillo dentro de la pendiente general. Puffff. Otro aguijón para los figurines, caramba que se ilustren un poquito. En la procesión del ángelus aparecen como cuatro mitras, es decir obispos, asistidos por unos señores con solideo rojo, es decir cardenales. La vida al revés vaya. Si se quiere transmitir boato y una liturgia cargada de símbolos no hace falta incurrir en el exceso ni en el ridículo. El caso es que la escena, insisto, rompe y distrae los momentos de mayor lirismo, y los de mayor tensión, con tanto girar y girar. Me gustó sí, sin embargo la propuesta que hace para solventar el suicidio de Tosca. Original. Al llegar a casa y después de pensar si escribir o no, no me motiva escribir desde el descontento, me entero encima de una mala noticia: la desaparición de una gran soprano valenciana, Mari Carmen Solves, después de 13 años de dura y silenciosa enfermedad. Vaya mi humilde homenaje desde aquí a quien van ligados mis primeros recuerdos zarzuelísticos (creo que es la soprano que más veces representó Marina) y mis condolencias a su familia y en especial a su esposo Octavio Alvarez, también gran tenor y gran persona. Cambio hoy el Viva Puccini con el que pensaba cerrar esta crónica, con un Viva Mari Carmen Solves!!, alto y fuerte para que le ayude a recordar (ella que todo lo olvidó en vida), lo gran cantante que fue. Que en gloria esté.
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