También me acerqué con muchas ganas al nefasto auditorio de la chepa de Les Arts para paladear un concierto del, en Valencia, añorado Wagner, a priori muy apetecible.
Un buen director, el finalista Nánási, tres grandes cantantes, perdón, tres cantantes grandes, y un programa muy bien escogido.
El horrible auditorio estaba todo vendido desde hacía tiempo y algún melómano se quedó en la calle, y es que una de las mayores constructoras valencianas, PAVASAL, para celebrar su 75 aniversario y previo al cenorrio correspondiente, compró el aforo sobrante del espantoso auditorio e invitó a los comensales, entre los que no me encontraba (pasé por taquilla) a degustar a Wagner. Ya se sabe que tras un poco de Wagner entra mejor el esgarraet. Luego, pues eso, los huecos de los remolones o invitados escaqueados.
Comenzó el concierto con una Obertura del Tannhäuser, que es la madre de todas las oberturas, que me decepcionó y acongojó ya que le falto brillo, pegada, emoción. Con lo grande que es se quedó pequeña. Yo no sabía si fue por la bochornosa acústica del malísimo auditorio, porque los amigos Biondi y Abbado nos habían fastidiado a la orquesta con esa manía suya de barroquizarla, aligerarla y hacerle perder su sello impregnado por Maazel y Mehta (alguno de ellos lo ha comentado en la prensa), o por los tempos lentísimos con los que erró el bueno de Nánási enfundado en su camisa magiar, el caso es que un escalofrío recorrió mi espalda pensando en el repertorio perdido.
Siguió con un prólogo y muerte de amor de Isolda que me hizo reconfortar con la orquesta. Volvió la tupida madreselva. El brillo, el contraste, la belleza. Que hermosura de prólogo sólo afectado por el bodrio de auditorio y su acústica. Después se unió la Nylund que no estuvo a la altura de la orquesta en un Liebestod justito.
Llegó el merecido descanso, con parada por el mingitorio más ridículo y estrecho que uno se pueda imaginar, en el que para colocarse hay que ganar la posición con los codos, otra de las maravillas de Calatrava.
Y acabó con un espléndido primer acto de la Valkiria. Los enormes vocalistas, digo, los vocalistas enormes, dos vikingos y uno kiwi hacían de Nánási un enanito. La orquesta estuvo soberbia, brillante, poderosa y matizada. En la subida al forte el esplendor sonoro llenaba el espacio y las voces luchaban por hacerse un hueco. Y es que el que no traspase, pues que se vaya a casa, que esto es Wagner, no Donizetti. Como dijo una alcaldesa múltiplemente imputada: Manolete, si no sabes torear, pa que te metes.
Camilla Nylund, que se cambió de traje en sus dos actuaciones, Isolde y Sieglinde, demostró con su vestuario y presencia, que tiene una gran personalidad, alegría y algarabía de cualquier lactante (y de sus padres) que al verla seguro que se pone a aplaudir. Su volumen es insuficiente, pero su línea de canto es correcta y sus agudos, timbrados.
Simon O’Neill es un tenor de timbre feucho, que se jarta de cantar el Siegmund por doquier en la edad de la hojalata y que controla el papel aunque no lo borda. Sus Wälse correctos aunque llegó justito.
El gran, grande, enorme Matti Salminen vino a sustituir a Halfvarson del que dicen las malas lenguas que no salió por enfermedad sino por mala leche. Matias ya nos había cantado dos veces a Hunding en Valencia, en los gloriosos anillos de cuando atábamos a los perros con longanizas (ahora hacemos longanizas de los perros). Bienvenida la sustitución y aunque está muy mayor, el que tuvo retuvo y su voz sigue siendo poderosa y sabe lo que canta más que cualquiera de los que le acompañaban en escena.
Al acabar el concierto quise bajar a saludar a Salminen y me encontré al peor grupo de frikis cazadores de autógrafos que he visto en mi vida, y llevo unos cuantos teatros. Son como moscones que revolotean, maleducados, ofensivos, empujando a los ajenos, llegando casi a la agresión y al insulto e importunado al cantante del que les importa un carajo que se sienta cómodo y como ha cantado, sólo quieren que les firme y se fotografíe con ellos (y alguna vez se han confundido y les ha firmado un acomodador). Ya los tenía vistos y son odiosos. Sobre todo un par de nibelungos de metro veinte, hijos de la miseria y la oscuridad. La próxima vez iré preparado. Si se cruzan con ellos no se dejen intimidar, en el fondo son unos cobardes. De vergüenza.
Un placer compartir velada y comentarios con Amolaopera, Llevantis, Radames y Dufol. Y no es postureo si no amistad. Si alguna alma turbia no lo entiende y le molesta, allá él y su dolor por el bien ajeno.
Y no diré nada del horrible auditorio porque no me gusta criticar. Esperemos que el concierto de la Devia lo bajen a la Sala principal.
Saludos
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