Sebastian Melmoth escribió:
Hola a todos:
Yo estuve también ayer. La puesta en escena es lo más pueril, carente de ideas e inerte que pueda imaginarse. No hay ni una propuesta que enriqueza o mejore la compresión de la obra, y de transgresión, ninguna, por lo trillada que está esa visión que parece un “storyboard” dibujado por alguno de los artistas gráficos del “El jueves”.
Sobre esa absurdez tediosa y apocada, con aires de apuesta rompedora, se sobreponía la maravillosa música de Bizet, salvo en aquellas ocasiones, numerosas, en las que el grosero ruido escénico ensuciaba las intervenciones de orquesta, coro o solistas. ¿Alguien me explica quién era el molesto personaje del sobrero que abre la función pisoteando la hermosa obertura y que reaparece más tarde nadie sabe para qué? Imagino que un homenaje a Compay Segundo o algo parecido. Lo más sorprendente es que este adefesio haya recorrido mundo, y lleve atormentando al público de todo el orbe ¡20 años! lo que no es más que una muestra del comatoso estado de la ópera en nuestros días.
Sobre la dirección de Marc Piollet me resultó rutinaria y tendente al “chim-pum”, que es lo peor que puede hacerse con la prodigiosa partitura. Cuando no encontraba el matiz se lanzaba a la búsqueda de decibelios. Anna Goryachova, sin graves audibles, carece en el resto del registro del volumen suficiente para llenar la sala (yo estaba en el paraíso) y matizar su prodigiosa parte. En su visión de la cigarrera imagino que, forzada por la producción, confundió a la mujer libre, no atada a las convenciones, que es una de las grandes baza de la obra, con una vulgar prostituta, aunque como digo, supongo que de acuerdo a la visión estrábica de la propia producción. Me gusó Francesco Meli, aunque no fuese capaz de los matices exigidos, especialmente en la “la fleur”: el timbre es bello y el sonido desahogado, lo que ya es mucho con el mundo tenoril que se pasea por el Real. Kyle Ketelsen como Escamillo un tostón: voz entubada, registros heterogéneos y tics de otros tiempos. Eleonora Buratto, tiene una voz fea con buena proyección, pero el sonido es estridente y los agudos destemplados. Una vez más, como no cuadra en el montaje, su papel es un desatino, mención especial a uno de mis momentos preferidos de la ópera, el “Parle moi de ma mere”. La bufonada de los “selfies” denuncia la banalización, bobería y carencia de ideas de todo el planteamiento.
Ya que estamos, hay que agradecer la eliminación de los insultos a la bandera, pero tampoco debería causar tanto revuelo: ya que este montaje “clásico” mutila y tergiversa una ópera “clásica”, también debe estar abierto a la alteración, desanaturalización y reinterpretación, ¿no?
Caray, Don Sebastián; se prodiga usted demasiado poco. Más crónicas como ésta (o mensajes de cualquier tipo) se agradecerían.