Función del 25 de octubre.
La puesta en escena de Bieito, dicha sea la verdad, no molesta en exceso, ni entorpece realmente la continuidad dramática y la credibilidad de acción, más allá de los habituales anacronismos en estos montajes revisionistas y supuestamente actualizadores, o de las extravagancias de turno propias de todo régisseur que se precie y que pretenda cobrar un pastón por ellas: los figurantes corriendo y brincando como posesos durante toda la función --la verdad es que no logro imaginarme a los legionarios haciendo el payaso de ese modo, ni siquiera estando borrachos--, Micaela y Don Jose teniéndose que arrodillar en el suelo de plena plaza pública porque no tienen ni un mísero banquito donde charlar de la "sa mère"; un omnipresente Lilas Pastias haciéndose el gracioso, pero más soso que un pan ácimo; una Carmen que se fuga ante las propias narices del oficial de guardia, sin que éste mueva un solo dedo para impedirlo, pese a estar al lado... En fin, las tonterías más o menos habituales en estos casos... Aunque, en general, la propuesta bietoiana se muestra bastante respetuosa con el argumento original de la ópera y no lo quebranta o fuerza en exceso. De hecho, la traslación cronológica de la acción a una hipotética España rancia y profunda de los años 60-70 --aunque innecesaria (pero ya conocemos las obsesiones personales de este director de escena)-- aporta, incluso, una nueva perspectiva a ciertos aspectos de la obra que no habíamos imaginado y da otra luz a los mismos, al liquidar el romanticismo que identificamos con los tipos y situaciones de esta ópera (llena de tópicos). Así, por ejemplo, mi adorable nibelunga me hizo saber que nunca antes, como hasta el día de la función, se había hecho una idea cabal de lo horripilante que debió de ser la vida que le esperaba al pobre Don José en compañía de esa pandilla de amigos lumpen que Bieito le endilga a esta Carmen. Y es que uno, acostumbrado a imaginarse la típica partida decimonónica de bandoleros y traficantes --llena de tipismo y gracejo andaluz, con sus pañuelos a la cabeza, sus fajas y sus trabucos al hombro-- queda horrorizado al ver este peculiar grupo formado por dos quinquis horteras y tres guarrillas montados en un mercedes presto a reventar.
La dirección de Marc Piollet resultó rutinaria y vulgarota, lo que resulta descorazonador, toda vez que la partitura de Bizet encierra numerosos momentos realmente inspirados y de un lirismo arrebatador. Estupenda la solista de flauta travesera en el bello interludio de los actos II y III.
En el terreno de los intérpretes vocales lo más destacable fue el papel del coro, con numerosos momentos de lucimiento que fueron debidamente aprovechados.
El Don José de Andrea Carè fue tosco y sosote a más no poder. Un tenor de voz robusta pero engolada, agudos tirantes y casi nula variedad expresiva, con un canto que se movió continuamente en el mezzoforte. Incapaz de apianar adecuadamente, remató un mediocre dúo con Micaela en el I acto (cerrando con un falsete feísimo). Se defendió en el aria de la flor --aunque con limitaciones de expresividad y un remate muy regulero-- y estuvo bastante mejor en el magnífico dúo final con Carmen, donde exhibió medios y algo más de intención (seguramente porque el canto ahí es más arrebatado y el momento permite mayor lucimiento a un instrumento como el suyo).
La Carmen de Stéphanie d'Oustrac fue tan insuficiente, a mi entender, como el Don José de Carè. La cantante, de estilizada figura y larga melena rizada --que habría favorecido la recreación del personaje-- careció, sin embargo, de la sensualidad y picardía mediterránea que se esperan de él. En el terreno de lo vocal mostró unos medios bastante modestos, con un instrumento sin especial atractivo y de extensión muy justa. Lo cual demuestra que para triunfar en este repertorio romántico de poco sirve el haberse hecho un nombre en el repertorio barroco (como, al parecer, es el caso de d'Oustrac). Pese a todo, se mostró bastante correcta (en lo interpretativo) y ortodoxa (en el canto) durante toda la función, siendo una de las cosas más interesantes de la velada.
Deficiente la Micaela de la soprano moldava Olga Busuioc (que, no obstante, fue muy aplaudida al final de la función). Es cierto que tiene medios y una voz agradable y extensa, pero carece de homogeneidad y su manejo resultó bastante cuestionable y problemático, dando la sensación de que desafinaba. Además la emisión resultaba excesivamente desabrida, con un juego de dinámicas muy violento, en el que los piani apenas eran audibles, los ascensos muy abruptos y los agudos sonaban destemplados.
Inexistente el Escamillo del barítono madrileño César San Martín, dueño de una voz pequeña --que parecía estar situada en el cogote del cantante--, sin proyección alguna y demasiado opaca. Una lástima, al ser de la cantera, pero fue claramente abucheado al final de la representación.
Muy bien los comprimarios que cantaron las partes de la pandilla de Carmen (Dancaïre, Remendado, Frasquita y Mercédès) y francamente compenetrados en el quinteto del III acto. Correctos el Zuñiga de Jean Teitgen y el Moralès de Isaac Galán.
Numerosos abucheos --aunque aislados, aquí y allá-- al final de la representación (y no sólo al montaje).
La verdadera triunfadora de la velada (como siempre) fue la soberbia partitura de Bizet.
Yo, para curarme de la mediocre experiencia, llevo un par de días escuchando versiones discográficas consagradas y preguntándome si, de verdad, merece la pena perder tiempo y dinero en ir a ver estas funciones al teatro...
_________________ "Tornate all'antico e sarà un progresso" (Giuseppe Verdi, compositor y genio).
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