El señor Antonenko cantó a empellones Non piangere, Liu!
Todo lo acomete en forte porque cuanto intenta otras cosas, tambalea.
Agudo final robusto, pero al punto de quiebre.
Pero mejor nos dejamos llevar por el extraordinario concertante, donde de manera gloriosa el sexteto de solistas, se integra al coro y majestuoso cierre orquestal.
Un la natural cortito del señor Antonenko, que parece estar en horas bajas, grita Turandot.
La escena se ilumina, para que en momentos ya poco frecuentes en la ópera actual, los solistas y comprimarios sean aplaudidos, para dar pié a la pausa.
Tanto aplauso daría a pensar que la ópera ha terminado, pero es que tenemos discurso del señor Gelb para rendir tributo a escena abierta a James Morris, desde su ya lejano debut como el Rey en Aída, sumando mil funciones en el teatro.
El agradecimiento del bajo/barítono gringo, que confiemos por el bien de él, que sea un anuncio de su retiro. Nos hacen escuchar un segmento del dúo de I Puritani con Joan Sutherland y ahora sí vamos al descanso.
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