El retraso del vuelo a Zúrich del día anterior me impidió asistir al Lohengrin de Luisi y Jovanovic por los pelos, y es que además el trafico entre los escasos 12 kilómetros que separan la ópera de Zúrich de su aeropuerto es siempre infernal y bien pueden costar una hora y media de desesperación.
Zúrich, ciudad de mis desvelos (lately) y a la que me cuesta encontrarle el alma, es de lo más pijo y más caro que uno se puede encontrar. La concentración de Teslas y Maseratis por Km2 está cercana a los niveles máximos recomendados por la OMS, muy cerca de la consideración de polución medio ambiental y por tanto habría que tomar medidas. Y además para qué?. Si la ciudad, tomada por los ciclistas y los tranvías es inmanejable. Si hay que circular a 20 por hora y con mil ojos para que los doscientos sustos de cada trayecto no acaben en tragedia. Y además para qué? si al salir de la ciudad la limitación de velocidad es tremenda y las multas de tráfico ineludibles. A mí me multan siempre que voy. Antes de ayer, me volvieron a multar. Yo creo que se compran esos coches de 400 caballos para presumir de lo ricos que son. Yo ya he pedido dos veces que me presten uno y que me voy a dar una vuelta por Alemania. Creo que un porsche de 390 caballos está a punto de caer.
Bueno, al tajo. Para resarcirme (o no), me presenté al día siguiente, jueves y 13, a ver de nuevo a Luisi en la maravillosa opereta de Lehar El país de las sonrisas y no me arrepiento. Disfruté y mucho y si hoy tuviera que elegir me quedo con Das Land des Lächelns antes que con el Lohengrin. Bueno, con los dos.
La opereta es una maravilla. Es deliciosa. Juega con el alma imperial austriaca y la retrata con pompa y con tristeza. La historia del príncipe triste pero que sonríe balancea sobre unas melodías preciosas cargadas de melancolía. Me encantó desde el primer acorde de la gran obertura con que cuenta. Qué bonita, mein Gott!.
Yo conocía su aria más emblemática "Dein ist mein ganzes Herz" de los mil y un conciertos en los que se canta este Tauberlieder y también la había visto unas cuantas veces en el DVD que tengo (creo que es lo único editado en video) de la película de Rabenalt con Kollo de Sou. La interpretación de Zúrich no tuvo nada que ver con el DVD. Ni es la misma música, ni el mismo argumento, ni na de na. Es distinta. Bueno un poco en la línea argumental coincide, y ya, pero en Zúrich fue mucho más dura, menos edulcorada que en el DVD, casi sin recitativos, todo más intenso, y mucho más triste.
No sé si la versión que vi es la correcta o no. No sé si hay una edición nueva de 1932 en Dresden revisada por Otto Von Algoshein y las dos son válidas. Y la verdad es que me importa un carajo, bastante tengo con intentar seguir las versiones y las revisiones de las óperas de mis entretelas y aun así me pierdo. Ahora bien, quien considere que el DVD es lo que es Das Land des Lächelns, que sepa que no, que es aun mejor. Recomiendo audición o visión encarecidamente.
La preciosa e incómoda pequeña ópera de Zúrich se vistió de gala para la ocasión. El omnipresente Andreas Homoki no hizo, esta vez, una patochada de las que acostumbra, sino que puso en escena la elegancia de la alta comedia con sencillos y elegantes cambios y una muy trabajada dirección de actores. A destacar el vestuario, todo en negro, blanco y roja, salvo la importante chaqueta amarilla del príncipe chino. El primer acto, en Viena, todos los caballeros con esmoquin y chistera y todas las damas de traje de gala largo y negro. En el segundo acto en china los chinos de rojo, los europeos de gala y el príncipe de amarillo. Ello adornado por unas bailarinas que se mueven con suavidad y gracia, compone un espectáculo muy colorista y visual y que apoya al argumento no sólo haciéndolo más comprensible, sino aumentando el efecto de fiesta, alegría, rabia, nostalgia o tristeza, según se tercie. Muy bien.
Fabio Luisi es un director como la copa de un pino, pino, pino (que diría García). Un día después de largarse un Lohengrin sabe sacarle a la excelente Philharmonia de Zurich un sonido magistral. Desde la Obertura, espectacular, hasta los momentos ágiles y festivos, hasta los fortes a todo trapo de los momentos de intensidad suprema, pasando, sobre todo, por las extraordinarias melodías cargadas de nostalgia y delicadeza. Y todo bien, con la intención, el color y la intensidad adecuada en un sonido limpio que hace que uno acabe emocionado y encantado de la vida. Es de esas funciones en las que, según se van bajando los escalones, las caras de los espectadores dibujan esa sonrisa de felicidad de quien acaba de asistir a algo que le ha llegado. Y se va a casa encantado.
El coro y las bailarinas también excelentes. Que importante es contar con buenos cuerpos estables!. Salvan casi cualquier función.
Y ahora vamos a un terreno más espinoso, las voces.
El Príncipe Sou-Chong fue Piotr Beczala. Empezó muy mal y en su segunda frase galleó. Fue un fallo que le lastró todo el primer acto, ya que se mostraba inseguro, abusando de golpes de glotis continuos, apurado en los agudos, abusando del falsete y con poca seguridad y agilidad en el canto. Llegué a pensar que tenía un pollo, un gargajo incordiándole, pero no, duró demasiado. Además es un sosainas de categoría, por lo que, aunque el público empezó entregado, a mi no me gustó. En el segundo acto, de repente cambió de registro y se kaufmannizó. Oscureció la voz, pasó a cantar con la gola y palante. Menos golpes de glotis, aunque también alguno, como Jonas, menos falsete, aunque también alguno, como Jonas. Yo cerraba los ojos y pensaba, cogno, es un playback de Jonas!. Le aplaudieron mucho aunque creo que es perfectamente consciente de que no tuvo su noche.
Lisa fue Julia Kleiter. Empezó poco audible en su primer aria y fue mejorando aunque carece de grave. Canta en estilo y con gracia aunque su agudo tendía al chillado más que al cantado. Estuvo mona y estuvo bien.
Mi fue Rebeca Olvera. La mejicana que canta mucho en Zúrich estuvo muy graciosa aunque le cayó la faena de cantar un par de veces bailando y eso no se debe hacer. No, no, Andreas. Amplia de registro y con exceso de vibrato. Muy mona y bailó muy bien.
El Conde Gustav von Pottenstein fue Spencer Lang. Normaloide.
Así como en el DVD tienen mucho protagonismo, aquí Mi y el Conde apenas cantan.
Coprimarios bien.
Muy bonito el final con los aplausos iniciales sonando la música de la obra y los artistas presentándose con una coreografía graciosa y acompañada de las palmas del público. Muy zarzuelero o de musical, pero efectivo y alegre.
En fin, yo me lo pasé de p...madre.
Y como sé que el cierre lúdico gastronómico interesa a alguno, cerré la velada con un excelso Tartar de atún seguido por un plato de Rarities de quesos suizos con frutos secos, frutas del bosque y mostaza dulce francesa regado todo ello con Verdejo fresco en el magnífico restaurante del Hotel Eden au lac.
Saludos
|