mitchum escribió:
pero ¿la culpa es de la oferta o de la demanda?
porque la razón de mayor peso de que los teatros cuenten con el señor Domingo y programen aquello que desea cantar es que, aún hoy, tiene tirón entre el público y cuelga el "no hay billetes"cuando se le anuncia.
¿deberían ser los propios teatros los que dejaran de llamarle aun a expensas de la pérdida de ingresos por taquilla?
¿o el problema real es que un amplio sector de la afición sigue dispuesta a perdonarle al divo cualesquiera defectos que pueda exhibir (falta de fiato, falta de adecuación a la cuerda en que canta...) porque su carisma y personalidad escénica lo compensa todo?
al final es el dilema de la telebasura: ¿la programan porque la ven? ¿o la ven porque la programan?
pongamos el acento donde queramos. pero creo que la menor de las culpas es la del señor Domingo. él se limita a ofrecer un producto conocido por todos. si hay quien lo sigue comprando...
Hombre, pues yo creo que es un problema de autoalimentación entre ambas disyuntivas. Pero que se da en la ópera en general, no sólo con el caso "Domingo". De ahí que un servidor, en efecto, cada vez se plantee más en serio si, de verdad, merece la pena gastarse el dinero e ir al teatro para ver espectáculos como éste o similares (cuando no claramente peores).
En el caso concreto del fenómeno "Domingo", y dejando al margen los seguidores incondicionales y entendidos --esto es los
tifosi que siempre irán a ver al divo y le jalearán, haga lo que haga--, el principal problema radica --y no querría parecer pretencioso con ello-- en el hecho de que la mayoría de la gente no sabe lo que está escuchando; esto es, le basta con saber que canta Plácido Domingo para imaginar o deducir que lo está haciendo de maravilla. Y lo mismo podría hacerse extensivo a otros intérpretes (en realidad, a la mayoría de los cantantes de ópera, a los que se considera como superfenómenos). Hay otros, sin embargo, que aun siendo conscientes de los defectos del madrileño --cada vez más numerosos y menos disimulables--, van a verle porque saben que se trata de una leyenda y quieren compartir esos momentos con él hasta que ya no pueda hacerlo. Esto es: como aquél que se queda despierto toda una noche sólo para ver pasar el "Cometa Halley". Otros, en cambio, como fue mi caso en esta última ocasión, porque me cambiaron la entrada por este
Macbeth y no pude endosársela a nadie, ya que no me interesa especialmente la faceta baritonal de Domingo. Y hombre, pues tampoco iba a perder el dinero...