Gran noche de ópera la que hemos disfrutado hoy en Les Arts.
Últimamente siempre acabamos hablando de la escenografía, de la iluminación tenebrosa, de las gabardinas y de lo que los registas se empeñan en que descubramos en el texto que en décadas ha permanecido ignoto. Pues bien, hoy voy a empezar con todo esto.
En principio no tengo prejuicios en las puestas al día; por orientarnos el Elissir de Michieletto que situaba la trama en una playa de la Malvarrosa, a mi me gustó. No en cambio el montaje de Vispri porque era confuso y no venía a cuento. Pues bien, esta Traviata es de las de toda la vida. Un diario decía la Traviata de Valentino y tampoco es eso porque el vestuario siendo vistoso tampoco es fundamental, ni en la obra por supuesto, ni en el montaje.
La escenografía me ha parecido vistosa, naturalista, espectacular por momentos (¡¡¡esa escalera!!!) y, sobre todo, que se ajustaba al texto y al drama.
La dirección escénica, he leído a alguien decir que era inexistente, que los actores no se movían. Bueno, a mi me ha parecido que se movían lo que tenían que moverse. En el lecho de muerte de Violeta hay recogimiento, tristeza y amargura. No van a estar danzando de aquí para allá. Y en el resto pues lo que se espera de la Traviata.
En resumen, grandiosidad, belleza estética, vistosidad y armonía. ¡Qué más podemos pedir!.
Y ahora vamos a lo musical. Ramón Tébar, don Ramón, ha dirigido a gran altura. Por cierto, me ha llamado la atención cómo sobresalía de la altura normal en que se sitúan los directores, y cómo se agachaba, hasta desaparecer casi, cuando la música marcaba momentos de mayor recogimiento. Ha sabido marcar en cada tiempo lo que necesitaba la orquesta y la trama. Magnífico.
El coro y orquesta a su nivel. Muy bien, gracias. Bravos y bravas, como se dice ahora. Los comprimarios cumplieron todos.
Y los protagonistas: Arturo Chacón-Cruz, justito. No iba a ser la felicidad completa. Tiene un timbre poco atractivo y disimula en los agudos cuando emite apoyándose. Pero en general cumplió justito sin arrebatar en ningún momento. Tampoco molestó, la verdad.
Marina Rebeka. Grande, grande, grande. Grandísima noche la que nos ha ofrecido esta bella letona. No le pongo ni un pero. Los expertos podrán poner pegas técnicas, quizá, no lo sé. Yo desde luego no le encontrado nada negativo. Todo magnífico y, sobre todo lo que siempre digo que es fundamental: la emoción. Llega. En la escena final, en el Adio, las lágrimas a punto de salir, y los pelos como escarpias.
Y dejo para el final a ¡¡¡¡¡Plácido Germont!!!!!!. Por supuesto que no es barítono, por supuesto que tiene los setenta y seis años recién cumplidos, por supuesto que ya no… pero qué árte!!!!!!!! ¡¡¡¡Qué lección de canto nos ha dado con “Di Provenza…”!!!!
Cada nota en su sitio y cada frase apoyándose donde sólo él sabe colocar para sacarle el máximo rendimiento… y -de nuevo- la máxima emoción. Bravo maestro y gracias de nuevo por elegir Les Arts como su casa. Que nos quiten lo bailao.
Este gato, que hoy acudía con su gata, ha de confesarles que mi propia ha salido emocionada del teatro, que ya es decir. Esto me da pie a pensar que en pocos años podré venir acompañado de mis gatitos y seguir disfrutando de una de las pasiones
más hermosas que existen. Viva la opera, viva Verdi, y viva Domingo.
Un saludo a los amigos del Círculo la Panderola y a unas amigas de la sociedad filarmónica de Castellón que me he encontrado en uno de los descansos. Por cierto, con un descanso menos habríamos tenido mayor tensión dramática.
En definitiva noche de las que hacen afición. Mientras esperamos la próxima Lucrecia con la Devia, Viva también Marina Rebeka. Y ya.