Fui el sábado a la segunda función de
La fille du régiment y salí más que contento (bueno, yo y el resto del público, visto el entusiasmo que se respiraba por todas partes).
Lo primero que me sorprendió fue el excelente desempeño del coro; no sé si "echarle la culpa" al maestro Miquel Ortega, quien por lo demás ofreció una dirección muy clásica y equilibrada, o al simple hecho de que por una vez asistí a la segunda función en lugar de al estreno.
Pero la noche será recordada por el triunfo de los dos protagonistas. Un cínico podría decir que Paolo Fanale y Darío Schmunck, los dos tenores que lo han precedido en este festival, le allanaron el camino a
Javier Camarena. Que después de ellos dos, cualquier tenor de técnica solvente, de metal bruñido, capaz de llenar el teatro con su voz y de emitir un do de pecho como Dios manda, no podía menos que triunfar apoteósicamente. El caso es que el tenor mexicano se metió al público en el bolsillo cantando con una entrega encomiable y unas evidentes ganas de agradar. El recital de agudos se multiplicó por dos con el bis de
Pour mon âme, tan sobresaliente en la repetición como en la prima. Hay que decir que el excesivo entusiasmo del cantante acabó por pasar factura y el
Pour me rapprocher de Marie estuvo un puntito por debajo, aunque sin bajar del notable alto
.
La otra gran estrella fue la soprano
Jessica Pratt, de la que siempre había oído decir que era australiana pero resulta que nació en Inglaterra. La voz no es grande, el timbre es un poco impersonal, pero el control que tiene la señora de su instrumento es apabullante. La coloratura salió de sus labios con precisión matemática, los agudos y sobreagudos sonaron límpidos y refulgentes. En cuanto a la caracterización del personaje, hay que tener en cuenta que lo debutaba en estas funciones y que probablemente lo irá perfeccionando en el futuro; el sábado resultó algo distante al principio pero se fue metiendo en el papel según avanzaba la función y ofreció un segundo acto magnífico. Me queda la duda si los dos sobreagudos estratosféricos que interpoló en el
Salut à la France! fueron porque se había "picado" con el bis de Camarena
.
José Julián Frontal ofreció un Sulpice eficaz, supliendo las limitaciones de su voz con teatrería de la buena.
La producción trasladaba la acción a una (supongo) realidad alternativa donde el ejército francés va equipado con cascos Adrian, uniformes caqui, jeeps Willys con señalización de la OTAN y bazookas. Tuvo sus cosas buenas pero, habiendo voces que oir, pasó mayormente desapercibida.